SAMARCANDA

SA - 3.04.

Curros

maracandeses

Freelance

Pegacarteles

1981

088

 

 

Uno de esos trabajillos que aparecen así, como por casualidad… a los que resulta difícil renunciar porque como idea, en el momento que te lo proponen, no parece nada del otro mundo.

  1. Un día, como al descuido, lo dejaron caer en la Librería Renato: en breve sería la Feria del libro y necesitaban gente que pegara carteles. Debía de ser por tanto, muy probablemente, marzo del ’82… antes del día del libro, el 23 de abril.

Pues ahí que me apunté, un poco presionado por el grupo, otro poco porque no le hacía ascos al trabajo en general… No recuerdo cuántos íbamos, probablemente cuatro: el Lelo, su hermano Jesús BOMBA, Valentín Hermano y yo.

Ni cortos ni perezosos, cubo en mano: con la cola típica de empapelar, un cepillo de barrer… y los carteles. No se necesitaba nada más.

Allá que fuimos contentos de trabajar… como sucede en estos casos, bien pronto terminamos con la cabeza hastiada del motivo del cartel que aún recuerdo: era la imagen de un velero hecha con las páginas de un libro. Muy bonito y alegórico, pero quienes lo habían diseñado no contaban con la dificultad inherente al asunto del pegado que suponía que fuera papel brillante: al repeler la cola, costaba mucho más fijarlo a la pared. Si no se empapaba levemente primero, se despegaba.

Fue una sesión maratoniana que nos dejó rendidos, pero satisfechos… habíamos conseguido terminar y eso ya era un triunfo.

Los días siguientes, cada vez que pasé por alguna calle con el motivo decorando las paredes… recordaba aquella sesión de trabajo que discurrió entre risas cordiales. En aquellos tiempos, sin Internet: los carteles en las calles eran una forma de promoción más efectiva aún que el buzoneo, la otra moda publicitaria.

  1. Pocos años después, cuatro a lo sumo, llegó el asunto del Barras, un pub para el que Valentín Hermano, diseñó junto con su entonces inseparable amigo, Alejandro Uniformólogo… un cartel de lo más atractivo. En blanco y negro, una mano biónica arañaba una superficie para dibujar lo que en aquella época era incipiente y hoy ya es cotidiano, imprescindible: un código de barras.

El mensaje que lo acompañaba decía… aún hoy lo recuerdo: “El zarpazo final. Barras”.

Una sesión tan maratoniana como la antedicha tiene por virtud dejar una impronta en la memoria que difícilmente se marcha. Más que nada porque mientras duran esas horas que se eternizan, parece como si no existiera nada más en el mundo. Carteles que se meten por los ojos mientras los vas pegando, ilustraciones que se apoderan de tu mente de una forma casi hipnótica… más los comentarios surgiendo con los colegas de fatigas, que van acompañando la sesión de pegada de carteles.

Como elemento añadido, en aquella ocasión unos amables agentes de la policía del ayuntamiento nos pidieron la documentación y nos impusieron una sanción por no haber pedido permiso previamente. No recuerdo el importe de la misma, pero por suerte jamás llegaron a reclamarme la multa en cuestión… yo era el único que llevaba el deneí encima en aquellos cruciales momentos.

El trabajo salió bien, porque conseguimos pegarlos todos y resultó una buena forma de promocionar el bar… no recuerdo quién venía conmigo: pero ni Alejandro Uniformólogo ni Valentín Hermano, eso seguro. Ellos ya se consideraban parte de un colectivo superior, que no hace ese tipo de trabajos sucios: eran diseñadores.

  1. La caza de almas fue la siguiente experiencia: en el ’87. En este caso la pegada de carteles era meramente informativa, no tenía más intención propagandística que promover el conocimiento del personal nocturno. Para que cuando llegara el momento clave, alguno de los presentes pudiera asociar la experiencia a algo previamente anunciado…

Por eso mismo el trabajo iba incluido en el precio que pagaron los locales participantes. En ese sentido, puede decirse que cobré.

  1. La ocasión posterior en la que me engancharon para pegar carteles ya no tuve tanta suerte. No cobré, porque era parte de una campaña: la que pretendía introducir en Samarcanda una posterior publicación que pensábamos lanzar después: una guía del ocio titulada ¿Dónde vamos? Por eso el cartel promocionaba un producto que no existía: al estilo del Cacao maravillao de la época.

Como idea publicitaria no estaba mal: la primera pegada de carteles consistía en inundar Samarcanda con ejemplares de uno tan sencillo como impactante. Una interrogación negra en un papel blanco, simplemente eso.

Así lo hicimos, porque la planificación era que a ésa le siguiera una segunda pegada: la misma interrogación, añadiéndole las palabras “Dónde vamos” y nada más.

La tercera y definitiva pegada iba a ser un cartel al que se le añadiría información de que se trataba de una guía del ocio, con los contenidos y todo eso. Pero segunda y tercera pegadas jamás llegaron a ocurrir… sólo hubo una primera pegada, porque el negocio se fue a pique antes de empezar.

El asunto de la cartelería quedó simplemente en eso. De la noche a la mañana la ciudad apareció empapelada con interrogaciones que jamás llegó a saberse qué pretendían ni de dónde procedían… puede que también encontrásemos algún componente de la policía pidiéndonos documentación, ya no lo recuerdo… aunque también es posible que fuera simplemente un temor que mi memoria asocia a la experiencia.

  1. Resta por explicar la última y más lírica de las ocasiones en las que Samarcanda vio alumbradas sus noches con mi presencia cepillo en ristre, presto a decorarla. Ahora hablamos ya del año ’96… era campaña electoral y yo un candidato al Senado por Agrupación Republicana, una agrupación en la que estaba integrado el , que era precisamente el partido que me postulaba como candidato.

Al tratarse de cuatro mataos como éramos, la única finalidad era dejar patente una postura iconoclasta: dar fe de la disidencia existente en la sociedad hacia todo un sistema político claramente engañoso. Esa estafa en toda regla que puede comprobar cualquiera con dos dedos de frente… Dicha postura incluía, claro está, el desprecio por la Monarquía parlamentaria y todas sus zarandajas.

Resulta redundante por obvio decir que la pegada de carteles era por amor al arte, sin ningún tipo de remuneración: de ahí que me prometiera a mí mismo no volver a caer en la trampa en el futuro, no volver a pegar carteles sin cobrar. Hasta hoy lo he ido consiguiendo.

En aquella ocasión teníamos pocos carteles. Afortunados problemas de presupuesto, porque hacía un frío proverbial: íbamos Sonia ANGINA, Valentín Hermano y yo… los dos candidatos titulares y una de las suplentes… a la otra, Dolores BABÁ, aquello le provocaba una alergia metafísica. Lo mejor de la noche fue que camino de la gran superficie entonces de moda, por la carretera, a las afueras, camino de Sirdaryo. La casualidad, las circunstancias… me regalaron el indescriptible placer de colocar uno de nuestros carteles tapándole la boca a una foto del candidato fascista. Su retrato proselitista de “pequeño hermano” llenaba vallas sin mesura.

También fue una fortuna no encontrar ningún grupúsculo ultra de fachas o monárquicos… Ni su versión uniformada[1] imponiendo sanciones: la censura encubierta bajo el disfraz de la sanción administrativa.



[1] Cualquiera de las policías al uso.

 

 

Sonido

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