ZURRAPA

 

Arquetipos

utópicos

 

1999

136

 

 

CONSIDERACIONES INICIALES

Hay personajes de la ciudad que habitan siempre sus calles[1]. Son eternos, referenciales entre sí: casi instituciones en el círculo cerrado del núcleo provinciano en el que todos se conocen y tratan. Dijéranse personajes de un mundo cerrado[2], incapaces de salir. Como en El ángel exterminador[3], se saben muriendo pero no pueden escapar. Son lo que Max Weber llamaría “arquetipos puros”. Responden a una elección existencial cuyo carácter híbrido es proverbial por lo dinámico. Probablemente se trate de mi mayor legado (uterino) antropológico.

Se piensan siendo auténticos, pero tod@s ell@s permanecen en las paredes de mi memoria como lo haría un papel pintado, tan desdibujado como descolorido. Aunque sigan teniendo sus vidas, han sido abandonados ya por esas fuerzas que un día les poseyeran. Se encuentran sin duda en brazos de otras energías, que siguen encarnándoles como otros arquetipos diferentes.

Crisol de potencias de mi impotencia sentimental, tiempo de los intentos y aprendizajes. De esa gente que le explicas un mito y te pone un mote… mirando extasiados el dedo que les regala la luna.

Así habitan, como en un teatrillo, dentro de un fanal intangible, así mi memoria me los trae entre neblinas… casi involuntariamente, inmóviles. Sois vosotros quienes vais rompiendo los eslabones de la cadena que constituye mi pasado: a fuerza de forzarlos. Creéis que así os acercáis a mí, pero en realidad lo que hacéis es liberarme… del pasado y de vosotros.

Vuestra presencia sólo era fruto y origen de un experimento: mi vida como funcionario; un material con el que construir algo auténtico… fungible, pero con alma.

Por tanto el que sigue no es un listado científico. Los arquetipos no son exhaustivos, sino inhaustivos… y la clasificación se encuentra a continuación no pretende validez ni coherencia. Sólo quiere sugerir facetas humanas, fácilmente identificables por cualquiera con un simple repaso a sus respectivos conocidos.

No agotan el tema ni acotan todos los arquetipos que existen; porque sólo son pinceladas impresionistas, impresionantes. Se trata únicamente de un divertimento, como puedan serlo algunas piezas musicales del género clásico.

A lo largo de mi vida, casi inconscientemente, he ido interiorizando, reconociendo estas “maneras de ser” ancestrales. Transmitidas casi siempre involuntariamente de padres a hijos. A través de las generaciones, que –lógicamente– han ido actualizándolas con los tiempos, a través de las degeneraciones.

Por eso mismo esta clasificación, que hoy supuestamente describe una sociedad a través de sus componentes, mañana ya será simplemente historia costumbrista, caducada.

Los arquetipos arrancan de mi experiencia personal[4] y aunque pudiere ponérseles rostro y nombre, no se trata de descripciones personales o individuales. Puede que inspirados en personas, pero los arquetipos no son retratos figurativos-concretos, sino doblemente abstractos. Transcienden al individuo, aunque muchas veces analizar alguno de los personajes que aparecen en las Malas memorias, inmediatamente nos remite a alguno de los arquetipos[5]. Pero no es mi intención la burla o la caricatura. Sólo sugerir en el lector/espectador ideas que a buen seguro le harán pasar un rato agradable, único. Como si se tratara de un show pensado sólo para sus ojos.

Los arquetipos son infinitos, así como sus posibles combinaciones, lo que nos da idea de cómo cada persona es arquetípicamente irrepetible. Sin tomar en cuenta además la capacidad de metamorfosis del ser humano… La conclusión por tanto es que al utilizar la taxonomía sugerida, se está haciendo una instantánea que muy probablemente sólo servirá para el momento en el que se realiza.

No hay nada trágico en el asunto si lo tomamos como lo que es: un pasatiempo. Aunque de él pueda extraer cada uno, si lo desea, conclusiones válidas y pautas para el futuro comportamiento, aprendizajes. También pueden ser mera diversión fungible con la que entretener ratos de programación insulsa en la televisión.

Sobre algunos de los arquetipos sugeriré acotaciones cuyo anclaje espacio-temporal nos remite directamente a los horizontes con los que aquí se trabaja[6]. Pero son meras pistas indicadoras, sugeridas muchas veces por el hecho de que alguno de sus habitantes haya dado lugar a la idea del arquetipo. Nada más; son perfectamente extrapolables.

Olvídese la cuestión del género del arquetipo: es totalmente secundaria. No así el sexo, cuya carga (de profundidad) afecta indefectiblemente al arquetipo. Con esto quiero decir que no se busque corrección política alrededor de esta cuestión: el género afecta y describe/desnuda a amb@s por igual; adáptese según las necesidades de concreción.

Espero y confío en que sabrá disculparse la imperfección de mi tarea, fruto de la vocación poética de esta empresa… así como pueda perdonarse mi imperdonable decisión de abandonar el trabajo llegado cierto punto: es lo que tiene el infinito.

Allá cada cual con sus expresiones e impresiones. Cuando me salen pretendidamente objetivas, éstas son las mías.

#1 El camarero-confesor. Precisamente por tratarse de un clásico conocido, me decido a iniciar con él este listado. Responde al perfil de quien trasciende su trabajo y acaba convirtiéndolo en una forma de terapia[7], olvidando el origen puramente mercantil de su oficio y dejándose llevar por el factor humano con el que lidia. Las variantes de este arquetipo son innumerables: generalmente cualquier trabajo que se ejerce de cara al público, acaba transformándose[8] en terapia de grupo. En ocasiones incluso aquéllos que se ejercitan individualmente y en soledad acaban siendo confesores, remitiéndose a personajes más o menos imaginarios y/o virtuales.

#2 El pensador de sí mismo. Primario como sus dos principales preocupaciones: comer y estar más guapo. La descompensación de ambas da lugar a patologías físicas[9], aunque por lo general se trata de factores en desequilibrio precario. Resolver semejante antinomia deja de ser entretenimiento para convertirse en sentido de la existencia. Esto último ocurre generalmente cuando es una tarea compartida, practicada en grupo.

Si bien se trata de una etapa ‘natural’ en la adquisición de la personalidad adulta[10], en el caso del arquetipo se enquista hasta perpetuarse con diferentes disfraces. En su extremo, acaba prolongándose hasta el fin de la existencia, presente en variantes nostálgicas[11]. El placer y sus opuestos termina siendo la única divinidad a la que rendir pleitesía. Como hay tantas variedades posibles del placer, el ‘pensador de sí mismo’ acaba convirtiéndose en un espejismo.

Incapaz de analizar con mínima distancia al resto del mundo[12], suele proyectarse existencialmente en pasatiempos. Flirteos o superficialidades que en el mejor de los casos se agotan en sí mismos. Para consecuencias más nefastas, basta contemplar su descendencia.

#3 El de aquí “de toda la vida”. Es lo que podríamos caracterizar como el individuo-centro-del-mundo. Se considera a sí mismo con el privilegio[13] de pertenecer al mejor lugar del mundo. Podría llamársele nacionalista si no fuera por la enorme sombra que proyecta su ombligo: ésta consigue eclipsar cualquier paisaje.

Se cree en la posesión absoluta de lo insuperable. Empieza por el pueblo y termina[14] acaparando al Universo completo gracias a su capacidad de reducir todo lo existente a sus parámetros indiscutibles, dogmáticos. No sólo eso. Cuando alguien implícitamente le da la razón, sólo consigue su desprecio, al estilo: “¿Ése? No es de aquí, sólo lleva 25 años en el pueblo”.

#4 El ignorante… de su propia ignorancia. Supuestamente protegido por la divinidad para procurar su supervivencia: “Dios protege la inocencia” dice el vulgo en una de sus tradiciones… que por otra parte, apuntala con el aserto “la ignorancia es atrevida”.

Por eso no puede dejar otro poso que la compasión: ante lo imposible de ser modificado desde fuera, ante quien se niega a cambiar desde dentro. Es el carácter que se ampara en una supuesta tolerancia[15], pero no duda en ponerla en entredicho cuando se trata de hacer autocrítica[16] o establecer una jerarquía de valores en la que saldría perdiendo. Cree que la tolerancia consiste en reconocer que todo vale. Incluso su propia ignorancia, cuando exclama: “¡Se m’ha erramao el vino!”.

No perder de vista que entronca directamente con el arquetipo #20, aunque no se identifican. Mientras el #4 hace hincapié en la ignorancia, el #20 gira en torno al atrevimiento.

#5 El acaparador: quien lo quiere todo. Se despierta un instinto, complementario del caos circundante[17] y se reconduce hacia el afán de lo sistemático: el coleccionismo.

Inicialmente es una búsqueda de estabilidad espiritual a través de la materia como puente: es el funcionario que todos llevamos dentro. Aquella faceta de la personalidad que identifica como ‘todo en su sitio’ ese encajar de las cosas que sólo dura un instante. La lucha fructífera pero frustrante: contra la entropía. La raíz de semejante afán hunde sus bifurcaciones en esa otra búsqueda: la de un mundo en el que ya no sería necesaria la limpieza nunca más, porque en él ha dejado de entrar suciedad para siempre.

Es tan irreal como nefasto, porque niega el devenir[18] y nos remite a experiencias históricas de patologías objetivas. Lo sistemático, la taxonomía, el equipamiento que pide cada actividad concreta… son ejemplos cotidianos a los que antes o después ponemos límite[19].

Sin embargo está el perfil de quien se resiste a la evidencia y por toda respuesta recurre a lo drástico. ¿Qué mejor forma de solucionar la necesidad de elegir? Quien elige quererlo todo, pretende poner el mundo a sus pies. Acaparar toda materia: que hechos y personas respondan ‘a demanda’ ante sus requerimientos o exigencias. Como puede comprobarse, es la prolongación del coleccionista, pero enquistado en la incapacidad para reconocer límites. Otra vez, una etapa lógico–natural de la existencia que no se sabe o no se puede superar. Se hace crónica y se vuelve referencia absoluta de la existencia.

En contra de lo que pudiera parecer a primera vista, el acaparador tiene garantizada la frustración desde el principio. ¿Por qué? Alguien que no se reconoce límites y lo quiere todo, desea X y también su contrario, resulta evidente. Este ejemplo diáfano de la lógica nos garantiza que tenemos enfrente una contradicción personificada.

Además, aunque no fuera así: tenerlo todo es infinito y por eso inabarcable… no es humano ni posible. Esta especie de ‘imperialismo unipersonal’ se traduce en el absurdo de acaparar bienes materiales. Una forma como otra cualquiera de sublimar las impotencias de todo tipo[20].

#6 Quien siempre tiene razón. Se trata de un individuo axiomático, que ha construido su mundo alrededor de dos principios incuestionables. El primero de ellos es que siempre tiene razón. El segundo dice que en el imposible e hipotético caso de que no la tuviera, se aplicaría el primero de los principios. En otras palabras, es el jefe del mundo mundial. Nada escapa a su conocimiento[21]. Si por algún motivo las circunstancias vinieran a demostrar la invalidez de sus teorías o argumentaciones negará la mayor, colocándose fuera del esquema. Un par de ejemplos ilustradores vendrán a arrojar una luz quizás innecesaria, pero por demás clarificadora.

  1. En cierta ocasión (allá por el ’84) me encontraba tomando unos vinos de confraternidad con mis entonces compañeros de la Facultad de Derecho. La conversación fue derivando hacia el asunto de la calidad de los vinos, así que les propuse un juego, una apuesta: pagaría la ronda la persona que fallara en la predicción.

Mi idea era la siguiente: quien alterna por los bares sin mayor ambición que pasar el rato, distingue la clase de los vinos baratos sólo por la vista. El sabor de tinto, blanco y rosado es el mismo. Defendía la idea de que el paladar no podría distinguirlos. Como demostración indiscutible y objetiva de la nefasta calidad de los caldos, propuse a mis acompañantes hacer la siguiente prueba: una cata ciega con tres vinos baratos. Blanco, rosado y tinto de la misma marca.

Ofendido en su honor patrio, uno de ellos[22] estaba empeñado en que mi idea era errónea. Tanto que se prestó como conejillo de indias para hacer la prueba. Para demostrarme así de forma taxativa que yo estaba totalmente equivocado. Lo consideraba un insulto personal o poco menos, así que hicimos el test: casi un juicio de honor.

“Vamos a los hechos, a ver a quién dan la razón” –le dije. Nuestros acompañantes, neutrales, lo prepararon todo. Y con los ojos tapados, el tertuliano de Chirchiq hizo la prueba, fracasando estrepitosamente. Confundió tinto con blanco, con rosado, en fin… un batiburrillo de colores que no supo distinguir su paladar. El resultado no dejó lugar a dudas, tal como yo había predicho.

Su frustración fue inmensa. Se sintió estafado de tal manera que respondió con violencia desafiante hacia mi persona. Quería matar al mensajero o como mínimo partirle la cara, como si yo fuera el culpable del engaño que era su vida. Como si el responsable de su frustración existencial, plasmada inequívocamente en la apuesta, tuviera mi nombre.

  1. El otro ejemplo es similar, pero arranca de la discusión sobre el significado de una palabra. Tras mucho pleitear, uno de los participantes en la misma blandió el Diccionario de la Real Academia para zanjar el asunto. Cuando se lo puso a la vista del otro y éste pudo comprobar que no tenía razón… lo tiró al suelo mientras chillaba: “¡Este diccionario está equivocado!” Era el abuelo del Lelo… él solía contarlo como una hazaña anecdótica, sin darse cuenta de hasta qué punto retrataba a toda la saga de la línea genética de la que él era heredero.

#7 El orgulloso de ser un descerebrado. Este individuo es plenamente consciente de que en la lotería de los cerebros sólo le ha tocado la pedrea. Pero en lugar de intentar compensarlo con dedicación y esfuerzo, prefiere poner en cuestión la escala de valores. Empieza por darle más mérito al músculo que a la neurona. La experiencia inmediata le dice que al final siempre se lleva el gato al agua el más fuerte: “–Así que es mejor el más listo, ¿no? ¿Y si te pego una hostia?” es el resumen de su credo. Por lo general la mayoría de la gente le ignorará para evitar un seguro conflicto. Pero él interpretará que los demás se achantan porque en el fondo lleva la razón[23].

Continuará por la vida su trayectoria de esta manera, sin mayores remordimientos. Hasta que algún día –con toda seguridad– chocará frontalmente contra el ordenamiento jurídico[24] y éste le pondrá en el sitio que por naturaleza le corresponde: en realidad le habría correspondido desde siempre, a no ser por su empeño en interpretar sesgadamente y a favor de sus tesis todos los acontecimientos previos de su existencia.

Pero ya será tarde, porque su coraza de razonamientos erróneos negará incluso la evidencia infranqueable. Negará el ordenamiento jurídico a puñetazos sobre la mesa[25].

#8 El carahucha. Puede ser caracterizado en dos palabras: se lo traga todo. Es el tipo receptivo que hace dudar sobre su esencia. Oscila entre el hombre-esponja[26] y la mentalidad siempre vacía[27].

Es la provisionalidad permanente de quien no sabe cuándo detenerse. Generalmente posee un rostro cuyo gesto aparece dominado por el asombro. Tiene la capacidad infinita de sorprenderse de todo. En ocasiones por ser la primera vez que lo encuentra o le ocurre. Pero otros acontecimientos, en cambio, es la primera vez que le pasan por segunda vez o por tercera vez… así hasta el infinito. Este arquetipo es inagotable, nunca se acaba: porque jamás llega a empezar realmente.

#9 Le resbala todo. No podemos decir que sea un pasota, sino alguien que va un palmo por encima del suelo, levitando como los místicos. El mundo le queda pequeño y le resulta tan inferior que le provoca complejo de superioridad. Es lo que podríamos llamar un guaperas en sentido metafísico. Lo que ocurra por ahí abajo, en el mundo real, se la trae al pairo. Al más puro estilo valleinclanesco, para él[28], el mundo se divide en dos grandes grupos: el Marqués de Bradomín y todos los demás. Es muy simple: de todo cuanto existe, sólo tiene verdadera importancia lo que cae bajo sus intereses[29].

#10 El indeciso. Esperando siempre a ver qué pasa para tomar partido. No posee iniciativa: sólo respuesta ante los estímulos que vienen desde fuera y a los cuales, en mayor o menor medida, responde en función de las apetencias. Si se trata sólo de una etapa de la vida[30] no hay que preocuparse mayormente, pues la improvisación forma parte del inevitable aprendizaje existencial.

El problema aparece cuando la aparente comodidad de una situación receptiva acaba enquistándose y abandonando el carácter transitorio para abrazar el permanente. Es entonces cuando la indecisión toma carta de ciudadanía: entonces, así, uno se acaba dejando hacer en su vida completa, sin tomar las riendas. Se convierte de esta forma en alguien (o algo) infinitamente confortable, pero vacío de personalidad. Es un conformista, un sofá. La comodidad de no tomar partido: por lo general está representada en ese colectivo que domina las encuestas.

#11 El anti-aquí. En este caso, “aquí” es un comodín perfectamente sustituible por cualquier topónimo de pueblo, ciudad o país. Reivindica su origen, pero de una manera totalmente distinta a como es. Toma partido por él de forma combativa: para cambiarlo a fondo. Resulta totalmente legítimo, indiscutiblemente: nadie conocerá su pueblo mejor que él y por lo tanto sus conclusiones son respetabilísimas[31]. Pero a la primera de cambio, el anti-aquí nos deja entrever algo sumamente curioso: la intolerancia hacia las críticas dirigidas a su pueblo.

El que defiende lo que odia con todas sus fuerzas[32], pues quiere el monopolio del ataque. Es como si sólo él tuviera el derecho exclusivo de las críticas: algo por otra parte coherente con su postura. Pero en su afán de monopolizar el argumentario, acaba defendiendo aquello contra lo que despotrica.

Da la impresión de que sólo se permiten las observaciones críticas cuando provienen de él mismo. O de quienes como él, son propietarios del derecho a criticar su pueblo: uno calla, claro, por no ofender a quien tanto quiere a su terruño[33]. A poco que se reflexione mínimamente sobre el asunto, resulta evidente que el anti-aquí sufre un desgarramiento muy semejante al de quien está enamorado de algo o alguien que le repele. Es lo que los psicólogos denominan “el conflicto de atracción-repulsión”. Lo quiere, pero sólo para cambiarlo.

Lo quiere, por tanto, de una forma patológica, enfermiza. El anti-aquí resulta ser la encarnación de una congoja permanente. No puede vivir sin su pueblo, que le apasiona… pero tampoco vivir con él, pues no lo soporta tal cual es. No sé si os pasa en vuestro pueblo, pero así es el habitante del mío.

#12 El contestatario vocacional. Resulta indiferente que no haya pregunta, pues posee un imparable resorte presto a rellenar cualquier hueco, por pequeño que éste sea[34]: un silencio, un espacio en blanco, una paz, una calma… Responde a un miedo ancestral[35]. En la Edad Media a este miedo se le llamaba horror vacui; la inmediatez pueril y absurda que nos dice: la Nada, por el hecho de llamarse así, de tener nombre, ya deja de serlo. La simpleza y planicie del argumento ya da una idea de que responde a un miedo insuperable e irracional que por eso mismo no quiere dejarse atrapar por el discurso, se escurre entre las ideas.

En contra de lo que parece inicialmente, el contestatario vocacional no es un polemista ni un argumentador lógico. Casi siempre rehuirá el cuerpo a cuerpo en este sentido, escapando así de una argumentación de la que se sabe perdedor por naturaleza[36]. De hecho no le interesa batirse en un duelo dialéctico, sólo interrumpir el discurso ajeno. Éste es su verdadero objetivo: lo que nos da una idea cierta de su ausencia de argumentos, de su incapacidad real para el discurso o la conversación lógica.

En el mejor de los casos entrará al trapo, pero enseguida se irá por los cerros de Úbeda con cualquier excusa. Casi siempre haciendo valer en el discurso motivaciones artísticas, estéticas o con subjetividad de cualquier tipo. La finalidad es desmontar cualquier andamiaje que pudiera demostrar su ausencia de razones objetivas o coherentes.

#13 El origen del arco iris: tardes lluviosas, campo abonado para los devotos de amores teóricos. La melancolía y el romanticismo sólo pueden ser literatura, tan lejos se encuentran de la vida misma; son el refugio de almas sensibles que no desean contaminarse de realidad, que no desean traicionar la adolescencia[37]. Sin embargo no podemos anclarnos en esa distancia enfermiza, pues nos aleja de lo humano. La piel blanquecina es un síntoma que delata al pusilánime. A fuerza de no querer vincularse, el amante de los amores teóricos se convertirá en objeto de su propio estudio. Un insecto más, jalonando sus inmaculadas especulaciones.

En cierta ocasión, una novia me dejó “porque no había pasión”. No pude argumentarle lo contrario, puesto que faltaba entre nosotros el contacto físico, la implicación de nuestros cuerpos más allá de la cabeza: no se trataba de un amor platónico, sino una relación que despreciaba la materia. Algo adolescente, cuando aún no se ha aprendido a superar el asco por lo circundante… o no se ha experimentado lo inevitable de sumergirse en el grupo humano como forma de supervivencia.

Después vendrá el cinismo del placer compartido, cuando ya se ha madurado en el seno de la propia hipocresía. Después vendrá también el gusto por la vida, como algo puramente pragmático. Aguantar la náusea[38] es renunciar a la pureza de unos valores que jamás volverán, haciéndolo en aras de vaya usted a saber qué belleza incomprensible: la que alberga el cinismo de hacerse viejo, contaminado ya de esa inevitable carga que es la vida[39].

#14 El microcosmos. Es un clásico ejemplo de lo que podríamos denominar “arquetipo colectivo”. Un grupo humano por definición reducido, una Humanidad en miniatura que por lo mismo reproduce a pequeña escala los arquetipos individuales clásicos. Los alberga a sabiendas de todos los componentes del mismo.

Resulta una especie de pacto implícito, de acuerdo común y tácito de todos los miembros: el reparto de papeles socialmente conocidos, para tener y dar la seguridad de que todo entra dentro de la normalidad humana por muy marginal que se pretenda el colectivo.

Todo el mundo sabe a qué atenerse… ¿qué más se puede pedir para la buena marcha en una dinámica de grupos? En último término, cuando no se sabe qué etiqueta colocarle a alguien para tranquilidad del conjunto, se le adjudica la etiqueta de ser “el raro” y todo estará ya en su sitio.

#15 Inteligente fea vs. guapa vacía. Es un clásico: la contraposición de extremos en el caso de la belleza femenina. No son arquetipos sus dos componentes: son irreales por tópicos. Lo que sí resulta arquetípico es el grado de validez que les otorga la sabiduría popular, que trata semejante dualidad como si fuera universalmente válida… cuando es absolutamente falsa.

A poco que nos paremos a reflexionar, cada un@ de nosotr@s encontrará entre su círculo más íntimo ejemplos que anulan semejante tontería. Quizás el mundo sería más fácil si la verdad fuera tan sencilla, pero no: a cada instante, fijándonos simplemente en la invalidez de esta supuesta verdad universal, de este arquetipo o mejor dicho arquetópico… tendremos la certeza de que la relatividad de lo real nos sirve para dejar de lado semejantes creencias ciegas.

 

#16 El díscolo. Sólo quiere incordiar lo justo para sentirse vivo, para darle sentido a su existencia: que ésta no pase desapercibida. Es el dedo en el ojo, la piedra en el zapato, la mosca cojonera, el tocador de pelotas… No posee motivos, razones ni argumentos: eso le colocaría en la incómoda tesitura de necesitar coherencia.

Simplemente sobrevive con pequeñas dosis que le retroalimentan, pero son fungibles y por eso tiene que aguzar el ingenio, no caer en lo previsible para poder seguir en la brecha. De ahí precisamente que no muera, porque necesita reinventarse a cada instante y por lo mismo es un culo inquieto. Esa constante metamorfosis le hace mutar –como a la gripe– para sobrevivir a todas las vacunas.

En cualquier caso, el díscolo tiene una consecuencia positiva sobre todos los elementos de su entorno que pretendan combatirle, a saber: les hace aguzar el ingenio para intentar prever su siguiente movimiento y[40] obliga a pensar más allá de lo inmediato. Si no existiera el díscolo, habría que inventarlo como voz de la conciencia colectiva, Pepito Grillo imprescindible para evolucionar.

#17 El chulo. Resulta indiferente tu escala de valores: ante los ojos del chulo, todos se encuentran devaluados por definición. El solo hecho de pasar ante la pantalla de su mundo hace que puedas ser escaneado y evaluado desde aquellos parámetros que casualmente le colocan a él en la cúspide. En la pirámide del chulo, sólo puedes ascender si entras por el aro, si traduces tus pensamientos a su idioma. Para el chulo cuanto venga de fuera no merece la pena. ¡Ay de ti! si lo que te vincula a semejante arquetipo es la devoción o el amor: lo tienes todo perdido, pues por definición intentarás traducir a su idioma las mayores riquezas del tuyo. Y te traicionarás por este hecho; ten en cuenta que en su idioma sólo sirven los lingotes de su moneda. Da igual cuál sea la divisa que manejes… entrarás en bancarrota. Acuña cuanta moneda quieras: sólo será calderilla para sus pródigas manos.

#18 La mosquita muerta. No te engañes: generalmente se trata de un disfraz de la araña para atraparte como el moscardón que eres. Al menos cuando te acercas a ella con aviesas intenciones: a veces lúbricas, otras económicas e incluso para el crecimiento de su autoestima[41]. En su búsqueda de atuendos para incrementar el éxito, en términos de puro márketing[42] la mosquita muerta suele poner cara de pena. Demandar ternura y ensayar arrumacos más o menos cariñosos. ¡Ojo! no digo que todos estos detalles procedan necesariamente de una mosquita muerta. A veces también se producen durante una relación verdadera, auténtica, de sinceridad entre iguales. Precisamente por eso le resulta tan fácil a la mosquita muerta hacer leña del árbol caído.

Enredado entre las pegajosas telarañas de su trampa, el incauto insecto víctima de semejante ardid confundirá el mundo real con el imaginario en el que se ha visto atrapado. Para combatir a la mosquita muerta[43] sólo cabe la prevención, porque una vez en el laberinto: lo más común es consumir el resto de la vida buscando la inexistente salida[44]. O la inventas o sucumbirás sin remedio, atrapado entre fatales hilos, pegajosos como la miel[45].

#19 El carasemen. Dícese del espíritu que circula sobre la piel del planeta buscando todas las maneras posibles que estén a su alcance para conseguir polinizar cuanto encuentra a su paso. Aunque en principio podría ser identificado con el macho, a veces también adopta cuerpo femenino. Es aquel individuo tan pagado de sí mismo que considera que la mejor evolución a la que puede aspirar la raza humana es parecerse a él lo más posible. De ahí que piense que su gran destino sobre la faz de la tierra sea perpetuarse, multiplicarse cuanto más mejor.

En su imaginario individual, en una sociedad perfecta, cada persona en el mundo estaría hecha a su imagen y semejanza. Olvida con esto lo primero y más importante de todo: si fuera así, todos los habitantes del planeta serían iguales[46]. Todos se pensarían la gran referencia, el modelo a imitar… por lo tanto el conflicto estaría servido.

Resulta tan elemental que parece imposible que a él mismo no se le haya ocurrido y el mensaje nos llega de inmediato. ¿Cómo no nos dimos cuenta antes? Su única pretensión es follar a todas horas con la excusa de mejorar la especie. ¡Ojalá a semejante individuo le esté vedado el poder de su reproducción sin límites (a su imagen y semejanza)! El carasemen es tan sólo una variación clónica del mito de Narciso; parece imposible que pueda pensar realmente las barrabasadas que llega a decir con el único objetivo del sexo por el sexo: el sexo al cuadrado… como su cabeza.

#20 El atrevimiento de la ignorancia. Sólo le ha hecho falta aprender un par de cosas: que saber de nada sirve y que todo es relativo. Semejante vuelta a la tortilla tiene las letras muy gordas. La más importante de todas lo dice claramente: estas dos leyes son válidas como conclusiones a las que se llega tras múltiples esfuerzos y experiencias, tras una vida de estudio. El escepticismo y el relativismo, como el impresionismo o el cubismo, o el fauvismo… resultan válidos cuando son conclusiones del esfuerzo, no puntos de partida para justificar la inacción o la vaguería. Que Picasso dibujara como un niño no significa lo inverso, ni mucho menos… paralelamente en el pensamiento si hablamos de Sócrates o de cualquiera de los famosos escépticos.

Pero la ignorancia muestra precisamente de esta manera su atrevimiento: equiparando la ocurrencia del descerebrado con la conclusión del genio. Se piensa incontestable cuando suelta su frase lapidaria previamente memorizada; a veces resulta realmente categórica, sobre todo si se reviste de ingenio. Pero esto no le otorga validez al dicho ni al acto: carece de ella precisamente por ser una construcción sobre la nada… un castillo en el aire sin los anclajes que provee la sabiduría.

Resulta sin duda una lección de humildad para quienes se ven inmersos en semejante tesitura: rodearse involuntariamente de ignorancia atrevida. Pero se necesitaría un sesudo tratado para poder apuntalar de manera incontestable la situación en todos los mundos posibles.

Resultará mucho más divertido y gráfico con un ejemplo. Durante mi etapa de profesor de instituto, una tarde me encontraba proyectando diapositivas para explicar algunas menudencias relacionadas con la composición visual. Mientras, un típico grupo de alumnos distraídos, en un rincón del aula enredaban y charlaban ajenos a la clase. En un momento concreto detuve mi explicación. Silencio absoluto.

Me dirigí a uno de ellos: “Manolo, por favor ¿nos puedes explicar qué es la ilustración?” Con un aplomo digno de mención y manteniendo la seriedad, me respondió: “Es una corriente de pensamiento que dio lugar a la Revolución Francesa”. Pero la proyección de la diapositiva representaba un dibujo de M.C. Escher… sólo que Manolo había encontrado el camino de la tangente: un atajo con el que perpetuar su ignorancia.

#21 La vacaburra. Ésta sí que es buena… pretende hacer pasar por campechana su proverbial impresentabilidad. Zafia, irrespetuosa, grosera, maleducada y mil adjetivos más que la pintan como si se tratara de pinceladas. Aprovecha su posición dominante para hacer valer su falta de clase, todas sus carencias. En la seguridad de que a los hombres en general les gustan las mujeres naturales: como una garantía de sexo, algo natural sin más.

“¡Que se rebajen hasta admitir mis barriobajeces!” –parece pensar la individua. Su as en la manga no es otro que tener la llave que abre todas las puertas: el deseo irreprimible del macho. Éste reinterpretará de cualquier forma posible o imposible las carencias o los defectos de ella mientras esté bajo el influjo hipnótico del sexo de la vacaburra. Resultará así un agujero negro capaz de obnubilar cualquier razonamiento.

#22 Descerebrado musculitos vs. inteligente fofo. Otro dualismo clásico que nos congratula por otorgarnos una seguridad, aunque sea falsa.

Del empleo del tiempo en según qué tareas no se sigue necesariamente la dualidad mencionada. Se han dado casos de individuos que mientras ejercitan el cuerpo en el gimnasio, aprovechan para pensar y elaborar mentalmente tesis doctorales. En el otro extremo, se sabe a ciencia cierta que hay quienes emplean su inteligencia en modelar su cuerpo: en ocasiones hasta rendirle una pleitesía digna de un tratado para la posteridad.

Así, por lo general la mayoría de la población masculina oscilará entre esos dos extremos. Hasta el punto de anularlos con la mera práctica cotidiana de hacer músculos en el cerebro… o pensar con la barriga.

#23 Bar fantasma. ¿Qué es un bar? Una casa abierta a desconocidos. A cualquier hora, en cualquier sitio: los bares como refugio permanente, como herramienta de trabajo. El cuartel para una guerra sin cuartel.

El bar fantasma es un espíritu errante, semejante a un cangrejo ermitaño. Este bar resulta inaprehensible desde el punto de vista de la materia convencional. Algo así como un alma en pena, condenado[47] a vagar eternamente en busca de una materia con la que disfrazarse. Su carácter nómada le impide asentarse: precisamente es lo que anhela y no sabe materializar, desconoce cómo llevarlo a cabo.

Sirva esta prosopopeya para intentar acercar al lector semejante figura vaporosa, etérea e inaprehensible. Ni siquiera se deja atrapar por las palabras, menos aún por los conceptos. Pero creo que intuitivamente todo el mundo habrá captado esa especie de alma en pena que corresponde al universo de los bares. Es el bar eternamente deseado y por eso mismo inexistente, el bar ideal. A fuerza de exigirle todo aquello que debería tener para ser perfecto… acaba por huir incluso de su propia idea.

Es, por así decirlo, un establecimiento incorpóreo que muchas veces huye de nuestra memoria. Alcanzamos a recordar algo de él… quizás el nombre, el enclave, el espíritu, el color, la música… pero cuando vamos a buscarlo[48] ya no está. Huye para no tener que rendir cuentas. Es un espíritu libre que a veces nos sugiere cómo sacar lo más recóndito de nosotros mismos. Huye también para no tener que pagar impuestos del tipo que sean… le producen alergia toda esa retahíla de burocracias que representan trasladar al mundo “real”, traducir a trámite las infinitas sensaciones que sugiere y arropa durante el trance de habitarlo.

Por todo eso no existe, resultaría imposible identificarlo[49] aunque en ocasiones llegue a rodearnos en un abrazo.

Pondré un ejemplo: a mediados de los ’90, ya definitivamente clausurado el Esquizofrenia, el colectivo de noctámbulos lo echaba en falta y buscaba el Esquizofrenia igual que ululan los espíritus endemoniados, dándoles sonido a las oscuras y terroríficas noches de cualquier páramo. El boca a boca funcionaba y durante una temporada[50] nuestro bar fantasma vivió en una de las calles que desembocan cerca de la Estación de Autobuses de Samarcanda.

Allí acabé recalando, arrastrado por esa fiebre que se apodera de los cuerpos jóvenes a partir de cierta hora de la madrugada: cuando la luz glauca hace su aparición. En ese instante[51] es cuando nuestros protagonistas[52] buscan refugio bajo cualquier baldosa, en las entrañas de cualquier antro. Hace su aparición el bar fantasma: no es que venga de la Nada, es que lo has estado buscando y en ese momento te ha encontrado. Es tu otro yo, disfrazado y condescendiente. Vestido de libertad, porque así enmascaras tu condena.

Es la eterna huida de ti mismo con la excusa del alma gemela. ¿Pero cómo podrás encontrar tu reflejo, si voluntariamente te has transmutado en vampiro? El problema no tiene posible solución. Es irresoluble, pero no indisoluble. Aunque te empeñes en océanos de alcohol que ahoguen su esencia, aunque sepas que resulta inútil de todo punto… Caes sin cesar, noche tras noche, en una trampa perfecta, hecha a tu medida. La única explicación[53] es que la trampa te la has construido tú a ti mismo[54] con la única finalidad de perpetuar la ratonera.

El bar fantasma eres tú, en tu doble y contradictoria condición de perseguidor y loco paranoide. La solución es sencilla: te necesitas a ti mismo como víctima, pero también como verdugo. No hay posible solución, salvo detenerte y hablar en soliloquio. Aprender a convivir contigo[55], lo demás sólo serían parches. A veces el de la diversión sin más… otras, el de la pareja[56].

Deberías darte cuenta: la del bar fantasma es la oportunidad única para enfrentarte contigo mismo y plantarle cara al mañana. Ser capaz de aprovechar ese comodín, ese arquetipo llegado hasta tu presente y superar así esa etapa fundamental en la vida, que te hará dueño de tu futuro.

Si pasa la oportunidad es probable que nunca vuelva; la conjunción astral, los biorritmos… jamás volverán a las mismas coordenadas y vagarás, condenado por ti mismo ya para siempre: a través de la eternidad de una vida que será más larga cuanto más la maldigas.

Hay infinitos muertos que no saben aún que han fallecido… que vagan por los bares con nombre, en su eterno retorno que es una condena. Identificar en el momento adecuado al bar fantasma y obrar en consecuencia puede redimirte de semejante tortura, porque te sella el pasaporte hacia otra dimensión de futuro. La oportunidad de no pasar a formar parte de ese colectivo de espíritus a la deriva, fantasmas sin posible paz.

Yo recuerdo el bar fantasma de aquel día, pero hubo muchos más que me fueron regalando sus piececitas hasta que conseguí montar el rompecabezas. Es fácil, créeme: sólo tiene un par de secretos.

El primero es la predisposición a salvarse de las noches de cuero: la receptividad y el anhelo para los mensajes de ese otro cielo. El segundo aún es más sencillo: saber que el bar fantasma está (disfrazado) en todos y cada uno de los bares, jugando a pasar desapercibido, pero te da la oportunidad de salvarte. Viene hasta ti desde dentro de ti mismo para decirte que tu corazón sincero[57]: son tres personas distintas y un solo bar verdadero.

#24 Una simbiosis clásica: el gordo y la fea. Pareja arquetípica, porque llegan a un acuerdo más o menos explícito que les permite la paz. Al menos en principio, porque enseguida aparece el desequilibrio tan conyugal de pretender cambiar al otro para que sea lo que a uno le gustaría: moldearle hasta la alienación. No es tan importante que sea cierto el enunciado, sino que al cabo de poco tiempo cualquier pareja se acaba convirtiendo en una simbiosis semejante. Si a uno se le pregunta acerca del otro, tendríamos con toda seguridad esta respuesta.

Así, lo que en principio puede parecer un acuerdo, unas capitulaciones de guerra: no es sino el disfraz que adopta la antropología dejada en la búsqueda de su esencia. ¿Acaso hay algún emparejamiento que no acabe convertido en este arquetipo?

#25 De vuelta de todo. Un mohín de desplante sería el premio que obtiene quien osa perturbar la paz bajo control de alguien que se sabe dominando una situación, a una gente. Te mirará con esa cara tan conocida que utiliza el pensamiento cuando pretende hacerse fuerte frente a algún ataque incipiente. Esa cara que sin palabras pregunta con ánimo ofensivo: “Y tú… ¿qué dices, qué piensas? ¿Llegas el último y pretendes enterarte de todo, saber más que nadie?”

La finalidad es marcar el territorio, demostrar quién está al mando de cabezas y corazones. Te insta, te urge a ponerte al final de toda una inmensa cola: da igual cuáles sean los valores que atesore tu cofre; de salida, ya estás ninguneado. La finalidad no es otra que hacerte sentir un intruso para rebajar tu valor objetivo. Que no se vea alterado el equilibrio de unos mercados que estaban previamente bajo su control[58].

Si quiere decirse así, es la forma más blindada de conservadurismo en todas sus facetas. Niega por definición el valor de lo nuevo, del aire que viene a romper la atmósfera viciada que él domina por haberla diseñado a su antojo. Por supuesto: sólo pretende defender y hacer valer sus intereses[59], los mismos que han llevado la situación[60] hasta la vía muerta en la que se encuentra cuando hace aparición tu savia nueva.

#26 El buscador de arquetipos. Pasa por los lugares como si no fuera nadie, confundido (mimetizado) con el entorno. Parece un personaje de relleno, pero sólo se trata de un disfraz… la normalidad, camuflaje imprescindible para la supervivencia. Muchas veces sin conciencia de ello, pero es un observador participante: característico por su capacidad para tomar nota mentalmente de cuanto va encontrando. Casi siempre sólo son breves reseñas que acumula en su cerebro, sin sistematicidad alguna: porque no hay afán científico en su tarea, simplemente recopilación de anecdotarios a los que se divierte encontrando un hilo conductor.

Si prefiere decirse así, es el típico elemento del grupo capaz de la abstracción más allá de la media. Por lo general nos sorprenderá durante alguna fiesta contándonos al oído sus conclusiones, entre copas llenas de camaradería: como desnudando a la Humanidad con una inocencia que desconoce estar haciendo pornografía. Resulta sorprendente por lo curioso y extraño, más que por su capacidad de acierto. Pero, como si se tratara de una naranja… degustaremos y nos aprovechará su zumo, aunque con ello sepamos ya que a partir de ese momento el grupo sólo será una cáscara vacía.

Pero no podremos reprocharle nada, porque le resulta inevitable y lo hace sin malicia. Responde a una capacidad innata (o aprendida) irrefrenable para observar y clasificar, como quien colecciona mariposas. Aunque en su propia labor[61] asesine involuntariamente al objeto de su estudio, que le provoca admiración. Quizás incluso se esté asesinando a sí mismo con ello. Pero sólo es eso, como la vida misma: un divertimento.

Pueden sacarse múltiples conclusiones, extraerse aprendizajes de su lección humana. El primero de todos, que nosotros mismos podríamos ser como él con un poco de paciencia, pero también que la clasificación es tan arbitraria como infinita. Que no es una ciencia, aunque sea cierta.

Este mismo catálogo de arquetipos es un buen ejemplo de lo que digo. Y podría seguir, pero abandono…


LISTADO DE ARQUETIPOS

#1 El camarero-confesor

#2 El pensador de sí mismo

#3 El de aquí “de toda la vida”

#4 El ignorante… de su propia ignorancia

#5 El acaparador

#6 Quien siempre tiene razón

#7 El orgulloso de ser un descerebrado

#8 El carahucha

#9 Le resbala todo

#10 El indeciso

#11 El anti-aquí

#12 El contestatario vocacional

#13 El origen del arco iris

#14 El microcosmos

#15 Inteligente fea vs. guapa vacía

#16 El díscolo

#17 El chulo

#18 La mosquita muerta

#19 El carasemen

#20 El atrevimiento de la ignorancia

#21 La vacaburra

#22 Descerebrado musculitos vs. inteligente fofo

#23 Bar fantasma

#24 Una simbiosis clásica: el gordo y la fea

#25 De vuelta de todo

#26 El buscador de arquetipos

 


[1] Incluso más que los ilustres, aquéllos que viven en las esculturas.

[2] Algo así como una novela o una fotografía, pero con apariencia de movimiento. Casi una sucesión de stasis bergsonianas, una película de conciencia.

[3] La película de Luis Buñuel.

[4] Pero transferible, a través de las Malas memorias.

[5] Los arquetipos NO son individuos con un talante especial, sino talantes especiales que se encarnan en algún individuo: por eso no es casuística, sino folklore. No se trata de experiencia concreta, sino de ejemplos prácticos de antropología abstracta que la casualidad trajo algún día ante mis ojos.

Intento reconocerlos y clasificarlos… aunque lo haga limitadamente, por serlo así también mi habilidad y mi experiencia.

[6] Jizzakh, Kagan, Chirchiq, Angren, Bukhara, Samarcanda, Djizaks y Zarafshon.

[7] Propia y ajena.

[8] ¿Degenerando o regenerándose? Deviniendo…

[9] Anorexia, ortorexia, bulimia, narcisismo…

[10] Compleja en condiciones normales, sanas.

[11] Por ejemplo: “¡qué guapo era yo de joven!”

[12] A su entender los demás sólo son una percepción originada en su propio ego.

[13] Adquirido, heredado desde el nacimiento.

[14] Sin salir siquiera de ese paisaje.

[15] “Cada uno es como es”.

[16] “¡Déjame ser como soy!”, “nadie es mejor que nadie”.

[17] El orden natural.

[18] Esencia de la vida misma, dinámica e imprevisible por definición.

[19] Casi siempre voluntaria, aunque en muchas ocasiones automáticamente.

[20] Sugiero que intente alguien hacer el Depósito Legal de la Biblioteca de Babel como algoritmo para crear literatura… así tendría los futuros derechos de cualquier combinación posible de letras…

[21] Aunque todos los realmente genios, como humanos, hayan definido siempre el conocimiento como escaso para cualquier persona.

[22] De Chirchiq por más señas, aunque no recuerdo su nombre.

[23] La fuerza es parte de ella, en su caso.

[24] Que no conoce de músculos físicos, sino de poderes más sibilinos.

[25] Muchas veces, la de la cárcel.

[26] Que busca siempre datos que le ayuden en su constante aprendizaje vital, para conseguir algún incierto día llegar a dominar el entorno.

[27] Incapaz de retener las experiencias y los datos. Por eso siempre buscando, siempre insatisfecho.

[28] Como para el Marqués de Bradomín.

[29] Que por otra parte suelen ser bastante mezquinos y limitados… más que nada, por una cuestión de economía doméstica.

[30] No de un arquetipo permanente.

[31] Aunque estén condicionadas por unos valores subjetivos que no son universalmente válidos.

[32] Ni él mismo sabe si las usa para defenderlo o para odiarlo.

[33] Aunque sea un amor que en esencia pretende cambiarlo.

[34] Se despierta sin motivación ni criterio.

[35] Como si negar el vacío con actos o palabras hiciera que éste deje de existir.

[36] Aunque lo conociera, huye como la peste del manual de Arthur Schopenhauer El arte de tener razón expuesto en 38 estratagemas.

[37] Concepto tan querido y puro como la limpidez del cielo cuando desea ignorar la contaminación.

[38] Al menos, aprender a hacerlo en público.

[39] Algo insoportable para el alma de quienes (como Chusé Izuel) al estrellarse contra el asfalto, hacen nacer el arco iris.

[40] Así como ocurre en el ajedrez.

[41] Sin carne, más espirituales.

[42] Nada que ver con el alma.

[43] O mosquito muerto, que también aquí los sexos son intercambiables.

[44] Es la entrada invertida.

[45] Curiosamente, a la inversa que en la planta carnívora. Ahora la mosca es el verdugo.

[46] Al menos en este sentido.

[47] Por su propia condición inconformista.

[48] En la memoria, en las fotos, en los recuerdos ajenos.

[49] Es diferente para cada persona y cada momento.

[50] Lo que tardó en darle caza el ejército de mercenarios al servicio de la supuesta alma blanca que –según dicen– poseen los gobernantes.

[51] Como arrasada la corteza terrestre por una radiación invisible.

[52] Yo entre ellos, con la excusa de novias y sudamericanos: Giacomo, Dolores BABÁ, Edward

[53] La que te hace encajar todo trágicamente.

[54] Quien mejor te conoce.

[55] Como yo lo hago.

[56] De cartón-piedra cuando no es más que la proyección de tus carencias.

[57] Sin lastres, sin esclavitudes de ningún tipo.

[58] Y pretende que sigan estándolo por siempre.

[59] Aunque sean algo contradictorio.

[60] Cualquiera que sea.

[61] Sin pretenderlo ni poder evitarlo.

 

 

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