Juan Andrés |
GALA |
Jizzakh |
´85 |
´90 |
391 |
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Conocer la diáfana y apacible mirada de Juan Andrés GALA significaba participar de la tranquilidad que emanaba de un espíritu equilibrado, pero no por ello en paz. También significaba adivinar los infinitos abismos que esconde una superficie tranquila.
La blancura de su piel, casi transparente, era una metáfora de su manera de ser. La de quien ha descubierto la vida como tortura, pero no por eso la rechaza o la rehúye. Prefiere jugar con sus mismas reglas hasta desnudarla en público de forma incontestable.
Cuando en Segundo curso de Filosofía Juan Andrés GALA se hizo el retrato que significaba identificarse con un autor para analizar su obra desde dentro[1], eligió a Antonio Gamoneda. Más allá de las tonterías órphico-pitagóricas típicas de GUSARAPO a las que tuvo que traducir al poeta, Juan Andrés GALA nos tendió un puente hacia ambos: Gamoneda y él. Pudimos participar de esa tragedia calmada que sólo sabe transmitir alguien de Jizzakh.
Fue una especie de abrazo inmaterial nunca suficientemente agradecido… nos reconciliaba de manera infinita con un universo tan cruel como inabarcable.