Otilio |
GUITA |
Argentina |
´90 |
´95 |
918 |
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Su buen humor permanente le acreditaba como embajador del fracaso, pero en positivo. En su catálogo las derrotas podían contarse por centenares y sin embargo nunca perdía la sonrisa: quizá la vida le había ido dotando de una coraza impenetrable, la mejor forma de supervivencia que pone desde el inicio la autodefensa, porque los ataques del mundo resultan infinitos a lo largo de la vida.
Y Otilio GUITA representaba eso, la posibilidad de salir adelante por muy difícil que fuera la circunstancia. Porque era un exiliado, con lo que eso significa: si salió de su tierra por motivos económicos, sentimentales, ideológicos o políticos resulta algo indiferente. Cuando yo le conocí tenía que buscar la manera de sobrevivir en un entorno ajeno, aunque no siempre hostil; la mejor forma que encontró de llevarlo a cabo fue el idioma universalmente válido de la música, que no requiere traducción. Que se traduce por sí mismo.
En esencia Otilio GUITA era un virtuoso del bandoneón y con eso conseguía sobrevivir, que no es poco mérito. Que su pasado apuntalara la vida que llevaba como si se tratase de un tango personificado resultaba el complemento ideal para su manera de vagar por el mundo, al estilo de los planetas errantes en el universo. Un poco obligado por la experiencia y otro poco elegido por su talante, como en el fondo le ocurre a cualquiera.
Otilio GUITA conservaba su habilidad dominando el bandoneón incluso en circunstancias tan adversas como puedan ser las de un cerebro anestesiado por los efectos del alcohol. Esto hacía que Otilio GUITA difuminara las fronteras de la realidad, hasta el punto de que a veces parecía que su estado natural era la embriaguez: que la inspiración que ésta le proporcionaba a la hora de dominar el instrumento resultaba ser necesidad para la agilidad de sus dedos conduciendo el bandoneón. El mundo al revés de como normalmente es evaluado por la ciencia: cuando estaba sereno Otilio GUITA no parecía él, sino un remedo de su verdadera personalidad… un intruso. Ausente de su propia persona.
Para que pueda comprenderse mejor (o peor) esta inversión de las realidades paralelas que conviven en nuestro mundo cotidiano, bastará una pequeña pero significativa anécdota que ocurrió durante una de las múltiples noches de convivencias musicales y existenciales (tangueras, en una palabra) que compartimos Otilio GUITA y yo.
Llevábamos ya un buen rato recorriendo ese remedo de Viacrucis que es la peregrinación por las infinitas estaciones que llevan nombre de bar: había un buen grupo de personajes que habíamos coincidido por ese azar que resulta la existencia. Durante alguna de aquellas paradas de avituallamiento etílico a lo largo de la noche, siempre interminable, Otilio GUITA se había acercado a mí para decirme alguna cosa (probablemente observaciones ingeniosas y cómplices sobre el entorno y la amargura hilarante que nos servía como territorio común); sólo un pequeño detalle: cuando venía hacia mí para hablarme de lo que fuera, su frase empezaba indefectiblemente así: “Valentín…” Eso significaba sin lugar a dudas que me confundía con mi hermano; yo le corregía: “No soy Valentín, soy su hermano…” Otilio GUITA se disculpaba y seguía hablando como si nada, pues en realidad aquella confusión carecía de la más mínima importancia.
Al rato, en otra de las múltiples paradas, se repetía la escena… y yo le volvía a reconvenir cariñosamente. Pero tampoco servía de mucho, pues tiempo después volvía a darse el mismo caso. Hasta el punto de que yo ya no sabía si Otilio GUITA lo hacía deliberadamente como una invitación a la complicidad hilarante. La guinda del proceso tuvo lugar ya muy avanzada la madrugada: en un aparte, Otilio GUITA se dirigió confidencialmente a Valentín Hermano y le confesó, hablándole como si fuera yo mismo: “Ernesto, he estado toda la noche confundiéndote con tu hermano Valentín…”
Mientras escribo esto escucho tangos, claro, devolviendo mi conciencia a aquellas escenas con la intención sincera de ser fiel al original, con seriedad hermenéutica. De todo aquello sólo conservo una amargura, que proviene de un poso: Otilio GUITA necesitaba dinero y me ofreció venderme uno de sus bandoneones, “el negrito” como él le llamaba cariñosamente. Por desgracia yo me encontraba tan necesitado económicamente como él… si no, ahora “el negrito” decoraría mi casa, análogamente a como lo hace su recuerdo durante la redacción de estas Malas memorias.