Literatura en potencia: ¿potencial o potente?

Un destello, un disparo sordo en el Universo, entre el vacío y la Nada.

Nací. Me dieron un talento, un tiempo y una biblioteca. Me dijeron: “Tienes que sacar de aquí tus obras completas”.

Lo demás son accesorios, circunstancias, experiencias… pero sobre todo personas que me enseñan. Voy pergeñando con paciencia de pescador el tapiz de un conjunto inmenso: quizá predeterminado, pero siempre entretenido y sorprendente.

¡Vaya si aprendí! De hecho, quienes teníamos 20 ó 30 en los ’80… no nos dejaremos engañar ahora por según qué gilipolladas. Hemos mordido demasiados huesos, sabemos distinguirlos claramente de una chuleta.

Bailábamos sobre la cuerda floja que habita en el abismo: es la línea del tiempo y sobre ella descansa perezosa una aporía. Ahora no sé si el frenético ritmo de mi juventud se debía a una veraz intuición de mi futura vejez o por el contrario: el pausado ritmo de ésta se debe a las consecuencias de aquélla. ¡Cómo ansiaba entonces esta paz que tengo ahora! A veces la practicaba como una intuición, un espejismo propedéutico. Pero después venía la juventud, ritmo frenético, llevándose por delante, como un torrente desbocado, toda la paz –pequeña– conseguida casi de milagro.

La fatiga de los materiales, que le dicen.

Mi paisaje cotidiano tiene una banda sonora: pelotas rebotando. Pero ya no guardo los objetos, sino su digitalización más o menos pixelada.

Entre las cavernas de mi pasado, desde el interior del túnel del tiempo, resuena una letanía… es la misma que habitó mi mente un día: vivir en tango, vivir en arte, vivir en amor… En otras palabras, vivir en el fracaso de una existencia impura; condenada a la bendición de la materia, siendo espíritu puro. Vivir en fracaso, pero haciendo literatura.

Al final de tus días te espera una playa en la que están simultáneamente las personas que han ido apareciendo a lo largo de tu vida: porque eso es la muerte, ir recorriendo uno a uno todos los rostros.