El enfermo imaginario

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Samarcanda

´88

´95

 653 

             

 

A pesar de encontrarse en el centro de la zona favorita, a la vuelta del Plátanos en un callejón sin salida: muy cerca de todos mis sitios habituales, pero fuera del itinerario… El enfermo imaginario nunca me atrajo. Para mí tenía algo que lo alejaba de mis gustos.

No sé por qué, nada racional: una cuestión de vibraciones o falta de ellas. De ausencia de afinidad. Ni siquiera sé cuándo abrió sus puertas… Eran finales de los ’80 y apareció de la nada. De la noche a la mañana lo montaron sobre un local vacío. Para mí desde el primer momento El enfermo imaginario resultaba un intruso, un advenedizo que hubiera llegado para aprovecharse de un entorno propicio.

Aparte de que el nombre me parecía repelente[1], pero más que nada era una cuestión de vibraciones. El enfermo imaginario y yo no nos entendíamos, sencillamente eso. A pesar de todo, hice alguna incursión por su interior… más que nada porque mis prejuicios podían ser erróneos. Quizás acudiendo a su terreno descubriría otro mundo diferente: por eso le concedí oportunidades, otorgándole el beneficio de la duda.

Durante mi primera visita a El enfermo imaginario estuve acompañado de Manuel Alejandro Marxista insomne y su querido amigo Manolo Albañil, el poeta a quien él tanto admiraba: un chavalito autodidacta, currante y receloso del elitismo intelectualoide que según él practicábamos los universitarios. Como los tres compartíamos la afición por escribir, estábamos tomando unas cervezas y alguien propuso El enfermo imaginario. Pues nada ¡para allá que fuimos! mientras improvisábamos una tertulia acerca de la poesía: condiciones de posibilidad, implicaciones, dedicación, presupuestos técnicos, compromiso social, estética… factores infinitos sobre los que debatir, pero paradigmas diferentes desde los que abordar las cuestiones.

De hecho allí mismo, sobre la barra de El enfermo imaginario y su penumbra, al hilo de este tipo de disquisiciones… se me ocurrió improvisar una rima consonante que ligaba alguna cosa irónica o hiriente que terminaba en –ón[2] con los obreros de la construcción. Aquello fue más de lo que Manolo Albañil estaba dispuesto a soportar.

De no ser por Manuel Alejandro Marxista insomne allí mismo me habría partido la cara el currante-poeta, entre mis sardónicas risas. Por suerte no volví a verle jamás, así que para siempre quedaron en alto las espadas de nuestras diferencias estéticas.

La otra experiencia reseñable que recuerdo de El enfermo imaginario es si cabe más deprimente: Araceli Abrebotellas y yo tomando una cerveza. Para mí resultaba una situación frustrante porque era una chica que, aunque no me gustaba, me atraía animalmente… casi en contra de mi voluntad. No sé, algo contradictorio que me sacaba de mis casillas…

Por eso, enajenado, sobre una de las mesas de El enfermo imaginario[3] me dejé llevar por un impulso violento: le propiné a la mesa un golpe con el culo del botellín, con intenciones de romperla. Afortunadamente no lo conseguí, pero el estruendo fue tal que todas las miradas vinieron a posarse sobre mí. Seguí charlando con Araceli Abrebotellas como si no hubiera pasado nada. Ella me miraba con reprobación, con toda la razón. Su cara expresaba “¿pero qué haces, chaval?, que te van a dar de hostias”… A la puerta de El enfermo imaginario habían matado a un tío no hacía ni quince días.

Nunca llegué a saber[4] qué influencia tuvo aquel episodio en el hecho de que poco después Araceli Abrebotellas diera su consentimiento para follar conmigo una noche de desparrame, aquel mismo ’92.

Lo único cierto es que el nefasto y feo episodio sólo fue la excusa perfecta para que yo no volviese a pisar más El enfermo imaginario. Al pasear por sus proximidades lo miraba de reojo. Como si entre nosotros hubiera algún asunto pendiente que yo no pensaba liquidar jamás.

 




[1] No sé por qué: ni he leído la obra de Molière ni conozco el significado de la figura.

[2] No consigo recordar cuál era.

[3] Un cristal grueso sobre un pie metálico.

[4] Tampoco llegaré a saberlo, pero no me interesa.

 

 

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