Jaco

Pub

 

Samarcanda

´89

´97

318

             

 

Ya desde el nombre el Jaco era un sitio que se declaraba marginal. Un reducto al que acudían elementos que se consideraban fuera de los esquemas clásicos del reparto de papeles. Fuera de una vida que precisamente por ese reparto desprende olor a podrido.

Por decirlo de otra manera: quienes empleaban su tiempo y su ocio en frecuentar el Jaco eran una especie de militantes de la contestación cotidiana. Inconformistas, alienados y jóvenes que en general se encontraban fuera de lugar en todas partes.

El Jaco era su oasis. El sitio en el que recargaban energías para poder enfrentarse después con el mundo… Durante largo, infinito tiempo… soportar lo insoportable. Los cotidianos esquemas tan manidos como desesperantes, ésos que hacen funcionar una sociedad esencialmente fea, pero que se empeña en perdurar como si la supervivencia fuera una hazaña, algo positivo… cuando sólo es prolongar la agonía.

El Jaco tenía un color marronáceo que probablemente viniera de su decoración, hecha a base de madera… Pero encajaba a la perfección con el ambiente obrero del barrio en el que estaba enclavado: ocre, gris y cutre. Me parece que era Plácido Acorazado quien se encargaba de seleccionar la música, generalmente buena. En todo caso, por allí recalaban con mucha frecuencia personajes tan pintorescos como singulares y entrañables, dignos de compasión. Eugenio LEJÍA era uno de sus fervientes defensores. Sin duda le cuadraba a la perfección para su perfil deshecho-a-sí-mismo.

En el Jaco se jugaba a los dardos y se bebía una cerveza tan marrón como el entorno… al menos en su envase. Las horas se marchaban sin compasión, trayendo consigo al tan temido y denostado deber de enfrentarse con la vida misma en sus más crudas versiones: estudiar, trabajar, tener pareja.

A quienes allí recalaban en el fondo les habría gustado hacer un paréntesis en el Universo y colarse a través de él. Como quien es tragado por un agujero negro. Para sustraerse a la realidad de un mundo tan aciago como aburrido. Pero no, la vida no bajaba la guardia. A pesar de todos los asedios a los que la sometíamos constantemente.

Sobre la oscuridad de las luces del Jaco le regalé una tarde a Adriana Insecto las Historias de famas y cronopios de Cortázar como invitación a traspasar una frontera. La dedicatoria: “Saber que existes y no estás: razón de vida, razón de muerte” era el pasaporte a otra dimensión… pero Adriana Insecto no quiso hacer el viaje.

El Jaco se quedó allí. Anclado en una realidad tan equívoca, discreta y clarificadora como una película psicoanalítica.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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