La Regidora 

Cafetería

 

Samarcanda

´98

´99

440

             

 

La Regidora parecía un nombre elegido por su dueña como apodo para que hablasen de ella en todos los círculos maracandeses.

A la vista de cómo se situó esta cafetería en el mundillo hostelero de la Samarcanda finisecular, contemplando la decoración exquisita y clasista que la caracterizaba, del pretendido elitismo intelectual al que se adscribía[1]. Desde estos y muchos otros detalles que irán saliendo a colación, la impresión era que había elegido el nombre para que acabaran siendo identificados el establecimiento y ella. De hecho no recuerdo su nombre, pero para mi memoria aquel personajillo ha pasado a ser, sin más, La Regidora de Samarcanda, diluida su personalidad en miríadas de tonterías.

A pesar de que en principio las actividades generadas por y alrededor de La Regidora pudieran ser consideradas interesantes, la marcha de los acontecimientos hacía que acabaran derivando hacia un aburrimiento extremo. Sólo cáscara. Así, por ejemplo, ocurría y ocurrió con un famoso concurso de cuentos encaminado a dar prestigio al local, fomentar tertulias literarias en su seno a la hora del café y vaya usted a saber cuántas cosas más. Para organizarlo contó con la inestimable ayuda de Valentín Hermano, quien finalmente consiguió organizar un remedo provinciano de los grandes acontecimientos típicos de la capital de Uzbekistán.

En definitiva se quedó más en cáscara que en otra cosa. Resulta evidente que el prestigio de un premio literario lo otorga la calidad de las obras presentadas al mismo. No el respaldo institucional, la notoriedad del mismo o la calidad técnica con la que se publiquen las obras galardonadas.

Sin embargo estas evidencias, que resultan tan inmediatas y comprensibles para cualquiera con dos dedos de frente, hace mucho que están desterradas de la realidad de las letras en Uzbekistán. Y claro, La Regidora no iba a llevar la contraria a las tendencias ya estabilizadas en un mundillo tan rígido. Más que nada porque su pretensión no era innovar, sino perpetuar. Por este motivo las prácticas “literarias” del concurso que llevaba su nombre fueron tan pulcras como previsibles o aburridas. Intranscendentes.

Otra de las apuestas de La Regidora era la estética, la moda. Con la finalidad de despuntar y ser una referencia en el mundillo maracandés, organizó una fiesta de trajes de época, ambientada a principios del siglo XIX. Con ella pretendía innovar un buen encuentro, atractivo para los medios de comunicación de la ciudad. Es decir, un par de periodicuchos amarillos y provincianos, siempre necesitados de vacuidades que los rellenaran. Contribuyeron a incrementar el prestigio de una Regidora aspirante a estar en boca de toda la ciudad.

Para esto contó con la colaboración y asesoramiento de Mina ESCABECHE. Un acontecimiento así en una ciudad por sí misma tan muerta como Samarcanda[2] para Mina ESCABECHE supuso un aliciente, de ahí que el resultado fuera de lo más vistoso. Contemplando las fotografías parecía que por Samarcanda no habían pasado los siglos, anclada aún en el XIX.

En definitiva, si clarificador fue el asunto literario, simbólico fue el estético. Como conclusión, valga decir que La Regidora se consume[3] en miradas de ombligo y una admirable variedad de infusiones. Un ejemplo clásico de que más de 100 años después de su microclima, aún hay pequeñas mentes provincianas que continúan mirando el dedo.




[1] Muchas veces ¡paradoja! asociada a la casposa clase política maracandesa.

[2] Recordemos que en Samarcanda, como en el cadáver: la apariencia de movimiento procede de los gusanos que lo devoran. Precisamente lo que se mueve en Samarcanda son las gentes de fuera. Inquietudes del colectivo estudiantil. Lo demás, naftalina.

[3] Si es que no lo hizo ya.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta