Lavapiés

Bar

 

Samarcanda

´84

´89

434

             

 

Allá por los ’80 el Lavapiés tenía fama de ser un nido de población problemática. Estaba en el límite de lo que era considerado zona civilizada de la ciudad y además era frecuentado por una juventud que no entendía la vida sin riesgo, principalmente por confundirlo con la aventura.

Gentes algo mayores que yo pero no mucho, que habían sufrido múltiples represiones durante la última etapa de la dictadura… tanto en casa como en la calle. Quizá por eso identificaban la salida de la mecánica social, tal y como la conocían, con abrazar la libertad. En esas cuestiones se debatían mentalmente mientras combinaban sus aficiones[1] con sus inquietudes laborales. En el mejor de los casos, estudiar. Si no, la implicación sindical… O con sus inquietudes sociales: militancia política, grupúsculos reivindicativos que en ocasiones, como el anarcosindicalismo, se mezclaban con las anteriores.

El conjunto dejaba poco tiempo libre y de hecho éste también se invertía en el activismo. No eran compartimentos estancos, todo estaba relacionado e interconectado… por eso ir al Lavapiés a tomar una caña o un vino, comer una tapa y charlar u organizar movilizaciones era casi todo uno.

Es cierto que el Lavapiés, al estar en la zona antigua, se debatía también en el territorio de reivindicaciones e integración de los colectivos marginales. Como resumen de conjunto, podríamos decir que en realidad el Lavapiés era una bomba de relojería[2]. Algunas veces esto también incluía incursiones en el local por parte de la policía, buscando individuos problemáticos o alguna sustancia estupefaciente, que también solían circular por su espacio. Pero por lo general resultaba un territorio en el límite de las buenas costumbres, aunque dentro de ellas.

Con algún guiño y tonteo con según qué aspectos, pero más maldito de fama que de hecho. Resultaba casi un galón, una medalla, un mérito… ser habitual del Lavapiés. Quedar allí para cualquier cosa era casi declaración de principios, posicionamiento político y concepción del mundo.

Como en cierta ocasión, en la que Seco Moco y el hijo del dueño de Las Vegas 100, aun estando en el Génesis (bastante lejano físicamente) para limar con violencia sus diferencias… acabaron sus amenazas de machos gallitos emplazándose para darse de hostias al día siguiente en el Lavapiés[3].

El más famoso de sus camareros era un chavalito de tez macilenta y gesto hosco, tan delgado como cara de pocos amigos. En su día había sido alumno de los Franciscanos. Yo sólo le conocía de vista y entre los amiguetes le llamábamos el dientes por la ostentosa separación de los incisivos superiores. Imagino que aquel individuo tras la barra del Lavapiés habría visto episodios de todos los colores. Sin embargo, caminaba con el aplomo de quien presenta una Tesis doctoral, aunque seguramente no acabó ni el Bachillerato. Pero el Lavapiés se había convertido en su territorio, su dominio… lo que a mí me provocaba cierta admiración temerosa, que no envidia. Imaginar los episodios límite a los que él había sobrevivido me sugería celos de aventurero… Pero seguramente habría pagado un precio por ello al que yo no estaba dispuesto de ninguna manera: el de codearse con la marginalidad por ser parte de ella. Eso significaba que ya le había invadido el enemigo. El mundo cuando no te deja ser tú mismo. Lavapiés era el filo. Brillante y tentador, pero peligroso por hiriente.




[1] El cine, la música… con un poco de suerte, la literatura.

[2] Más que un bar en el que degustar patatas y jugar a los dardos, que también se hacía.

[3]El lava”, como ellos decían, en un alarde de dominio del territorio.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta