Seco Moco

Samarcanda

´83

´96

290

         

 

INTRO

Ahora mismo yo podría estar en la cama, disfrutando del asueto, del descanso que es la Nada. Pero Seco Moco tiene la extraña capacidad de despertar a los demás a la vida: la mayor de las pesadillas. Abandono por tanto la tibia tentación para poner las cosas en su sitio. Algo así como una justicia cósmica que pide a gritos ser redactada.

Conocí a Seco Moco en septiembre del ’83, gracias a mi incursión en el mundo de la radioafición maracandesa. Con el dinero de mi primer trabajo[1] adquirí una emisora pirata de 27 Mhz. Aquella elección[2] sin duda supuso para mí traspasar una frontera. Daba entrada a un submundo increíble, el que se movía alrededor de la excusa proporcionada por ser ‘radiopita’ pirata.

La mezcla sin duda era explosiva. Por un lado mis 18 años. Por otro los velos iniciáticos[3] que antropológicamente me correspondía ir descubriendo por madurez. Y por último, las inquietudes que bullían en mi cerebro plagado de inquietudes: calenturiento y hormonado, inexperto e inocente.

En ese instante llegó Seco Moco a mi incipiente vida, casi como una casualidad de las ondas o más acertadamente designado, una variante de Caronte. Algún que otro encuentro con la excusa de tomar copas y pronto salió a relucir entre nosotros una afinidad rayana en la camaradería. Su condición de treintañero le convertía para mí en guía iniciático por una vida harto atractiva ante mis ojos. En compañía de Seco Moco fui descubriendo paulatinamente el funcionamiento de la noche maracandesa, con sus maldiciones intrínsecas y el jugo de sus mejores frutos. Aquello era un filón inagotable ante unos ojos tan ávidos e ignorantes como los míos.

Cecilio Ruíz Coca era el pseudónimo de Seco Moco. Un personaje, no una persona. Seco Moco era eso. Un personaje, un esperpento. Quizá en su día hubiera sido alguien normal, pero para cuando le conocí ya se había convertido en el reflejo de sus fantasmas. Corría el ’83 y Seco Moco[4] era radioaficionado, padre y divorciado. Para sus treintaypico de entonces, no estaba mal como currículum.

Claro, que como carta de presentación en mi domicilio familiar de adolescente imberbe, resultaba un escándalo: él era un embajador del infierno.

De Seco Moco en principio podrían decirse infinidad de cosas. No lo haré por deferencia hacia el lector. Siempre es más agradable aquello que se acaba que cualquier eternidad, por muy amable que ésta parezca.

Tengo por ahí un libro de su autoría[5], glosario de sus andanzas y surtido de sus hazañas. No lo acompaño por cuestiones de derechos, pero sobre todo para no aburrir al auditorio.

Lo cierto es que Seco Moco era un camaleón venido a más, fundido en el crisol de sus propios colores. Habernos conocido hace 40 años marcó su vida, casi tanto como la mía. Ahora compartimos una elegante distancia, compatible con la supervivencia ¿qué más puede pedirse?

Aquí el amigo Seco Moco ha sido de casi todo. Desde separado deprimido los fines de semana y dedicado a la electrónica en su ‘cuarto de la chispa’[6] hasta preso o trabajador de nucleares. Pasando por una extraña síntesis, capaz de: gorronear, seducir, traficar, dar el coñazo… En fin, uno de esos caracteres que otorgan tanta guerra interior que se necesita la mitad de la vida para mantenerlos a distancia.

Aparte de las múltiples y variadas experiencias que compartimos en su día[7], algunos acontecimientos son imprescindibles para comprender el alcance y significado de Seco Moco. Uno de esos personajes que por mucho que se expriman literariamente, siempre dejan algo en el tintero.

Yo le decía en ocasiones (con cierta frecuencia, como una letanía, parafraseando a Valle-Inclán en sus esperpentos): [Aquí su nombre completo] “… grotesco personaje, te inmortalizaré en una novela”. No siempre se lo dije de manera discreta. Pero téngase en cuenta que la discreción y Seco Moco no solían ir de la mano. Era un personaje histriónico, que por su propia naturaleza se prestaba a protagonismos. Las críticas le llovían con la misma frecuencia con la que él se transformaba en impermeable. Aquellas tormentas no siempre eran sin razón. En esencia Seco Moco era criticable. Sobre todo porque representaba al ‘otro yo’ de la concurrencia, que veía reflejadas en él las hipótesis sobre vidas alternativas. Seco Moco era una personificación del psicoanálisis, aunque él se empeñara en pasar por la vida como persona normal. En cierto sentido sí que lo era: en la misma medida que todos somos anormales. En aquel personaje llamado Seco Moco concurrían circunstancias que sin duda le caracterizaban como arquetipo.

El perfil de Seco Moco era ciertamente singular. Carácter primitivo, freudiano (sexo y agresión como base). Separado (el ‘malcasao’ le bautizó Anastasia Abuela). Expulsado de la Guardia de Perfil (aunque sin duda castrense en esencia). Ajeno al mundo intelectual (falta de formación, más que de vocación). Y trabajador en paro del sector de instalaciones eléctricas (aunque en realidad era capaz de sobrevivir en cualquier gremio mecánico y manual, como veremos).

Téngase en cuenta que mi joven cerebro inexperto veía en Seco Moco una especie de proyección de mi propio futuro. Aprender de errores ajenos significaba ahorrarme esfuerzos, avanzar por la vida con pasos de gigante gracias a caminos ya recorridos previamente por otro.

Nuestra amistad se fraguó alrededor de una simbiosis en la que Seco Moco aportaba experiencia y yo una candidez que a él debía de recordarle a sus viejos tiempos de joven imberbe. Compartimos veladas de todo tipo entre los años ’83 y ’96. En ellas conseguimos aprender lecciones de la vida que de otra manera sin duda jamás habríamos experimentado.

En fin, casi sin querer fue acompañándome durante años en los distintos episodios que jalonaron mi singular juventud. Estuvo presente en las movilizaciones del ’87 en la Facultad, de cuyos encierros sacó una tajada con sabor a Qûqon: su relación de años con Leticia MIRA[8].

Seco Moco también estaba presente en algunos episodios trascendentes. Gato del campo, un referéndum histórico y tantas otras batallitas dignas de mención.

PINCELADAS

“El ‘je t’aime moi non plus’, de los tiempos en los que te corrías bailando”, Seco Moco dixit.

La noche que Seco Moco mintió sobre la amputación de su sexo. ¿Quién fue más traidor: él o aquella desconocida, que quiso comprobar si era verdad metiéndole mano al abrigo de la oscuridad en un reservado?

RETRATO ROBOT

1.          Un tío supuestamente sensible, pero en realidad márketing puro. Seco Moco: cuya capacidad de seducción era sorprendente, habida cuenta de su físico. Era el cómplice perfecto para cometer cualquier fechoría.

2.          El “follaviudas”, aquél que se aprovecha de la relación inconsciente entre muerte y sexo. Aplicaciones chabacanas de la antropología… léase Seco Moco según qué día.

3.          Los amores platónicos para Seco Moco eran simplemente “amores plastónicos”. Le resultaban incomprensibles por coñazo. Es cierto que son absorbentes y hacen tender al ostracismo; también alteran la realidad, son centrípetos. Pero ante la axiomática de Seco Moco… Platón se convertía simplemente en una plasta infumable, infinita. Semejante intuición acerca de un problema tan sublime como el platonismo era el contrapeso de realidad que pide a gritos cualquier idealismo. Quizá precisamente lo que me atraía de Seco Moco era esta intuición vital, que llegaba desde la ignorancia de cualquier Platón.

4.          Para Seco Moco “hacer el amor” consistía en limpiarse la polla con las bragas de la chica al sacarla de su sexo, tras haberse corrido. Más ordinariez, imposible. Menos poesía, inimaginable.

5.          Seco Moco: también llamado “Eco Monstruo” entre los radiopitas, encarnaba todos los peligros del submundo ante los ojos de mi familia. Esto era estrictamente cierto. Nuestra complicidad incluía la anécdota del día que vino a buscarme para salir de copas y Anastasia Abuela me dijo en confidencia, agarrándome del brazo mientras salía por la puerta: “Hijo, ¡no abandones los estudios!”

6.          Seco Moco era una especie de aldabonazo de realidad en mi sublime mundo de ideas y teorías. Quizá por eso yo toleraba su presencia. Quizás fuera esto lo que me atraía de él: que fuera tan mundano, que perteneciera al tan lejano mundo real. Ése que estaba por ahí y cualquier día podía reclamarme. El mismo mundo que se presentaba amenazante, como algo inevitable. Seco Moco era propedéutica para eso. Un anclaje a la realidad real, sin duda.

FRASES SUYAS

“No hay más obligaciones que las que uno se va creando”, Seco Moco dixit.

“Tú mete, que Dios perdona”, una de las frases favoritas de Seco Moco.

“Coñoña” y almendras “garrapreñadas”. Un par de folklóricos ejemplos de la capacidad improvisadora de Seco Moco.

“En mitad del medio”, como demostración de ironía lingüística.

“Una de dos: un hijoputa o alguien a quien le debo dinero”, dijo Seco Moco cuando en un semáforo, por la espalda, alguien le cogió por el cuello. Para mi sorpresa, inmediatamente le soltaron.

“¡Así se lleva un tifus!” era uno de los piropos con los que Seco Moco solía regalar los oídos de las féminas atractivas que se cruzaban con él por la calle. Acompañaba la frase siguiendo el cuerpo de ella con su mirada fija, impertinente.

“Una goma de borrar… ¡y se acaba la carrera de hormigas!” refiriéndose a mi proyecto de bigote.

“Aguantar el tirón”, solía decir Seco Moco para referirse al aguante en situaciones adversas.

“¿Qué tienes pa’ merendar?” era con diferencia su pregunta favorita: Seco Moco en esencia.

FRASES APÓCRIFAS/ATRIBUÍDAS

Dejar que la vida pase o perseguirla… Seco Moco viendo transcurrir la tarde. Como mucho, buscando entretenimientos, pero huyendo de lo trascendental.

“Hoy, caminando por la calle me he encontrado el as de coños”, pensamiento verosímil de Seco Moco.

Soy de esos tíos que se cortan todas las uñas menos la del meñique.

Hoy tomaré un café solo, pero de soledad elegida… (Seco Moco en el ’84, en su “cuarto de la chispa”).

Aquella ola vino a romper en mis cojones… como el Partido Independiente CHArro… un divertimento de política-ficción del ’84 con el que nos manteníamos entretenidos durante las tardes maracandesas: jugábamos a ser políticos mexicanos.

UN PAR DE DIÁLOGOS DEL ’84 ENTRE Seco Moco Y YO

–Esta mano puede romper mil caras –decía con frecuencia Seco Moco.

–Y esta boca puede decir mil poemas… o devorar mil coños –debería haber apostillado yo para hacer valer ms poderes.

Pero me faltaban dos cosas: experiencia y capacidad de reacción, sin duda era excesivamente joven para sus ocurrencias. Esto compensaba, equilibraba nuestra sociedad.

–¿Cuánto hace que no mojas?

–Desde que no llueve.

–¿Y que no mojas en caliente?

–Desde que no llueve y hace sol al mismo tiempo.

CASUÍSTICA

Merece la pena destacar de aquella época una serie de episodios aleccionadores, que arrojarán luz sobre este arquetipo:

Robo de PC’s con Joaquín Pilla Yeska

Seco Moco en la cárcel

Encierros en la Facultad

Sus pisos de separado, un rosario durante aquella época

Con Araceli BÍGARO

Seco Moco y Diana Ref. Seco Moco: era un experto en gastar dineros ajenos

Su relación con la Filosofía

Noches de copas antimilitaristas

–Sus amenazas de muerte para reclamar mi atención, ya por los ’90

En Zarafshon, con Dolores BABÁ y su amiga copera… casi acaba en tragedia: sólo por la fricción entre sus egos

En Qûqon, de múltiples maneras

Telebuzón

Seco Moco con Leticia MIRA

Seco Moco con Sandra PLANETA en Kagan

Acampados cerca del pueblo de su exmujer

Gato del campo

Nucleares y papelera: un par de sus dedicaciones laborales

Si se quiere comprender más adecuadamente el influjo y el alcance de este hombre[9], resulta aleccionador el episodio con Andrés GHANA y Agustina HUMOS. A la sazón éstos eran una de esas parejas-en-constante-conflicto. Típica relación indefinida que nunca se sabe en qué puede terminar, si en matrimonio o en separación definitiva. Por aquella época había tenido lugar la muerte de Cecilio GEA, el amor platónico de Agustina HUMOS, lo que parecía encauzar la situación hacia un matrimonio sin más dudas. Pero la idiosincrasia de Agustina HUMOS y sus reticencias hacia la vida normal hacían que aún se debatiera en los procelosos mares de la soltería, en las cenagosas aguas de la promiscuidad.

Quiso la fortuna o váyase a saber quién que una noche se cruzasen ambas líneas: la de Seco Moco con la de Agustina HUMOS. Lo que pudieron haber sido simples “escarceos erótico-festivos”[10] pasó a mayores. Un poco por las dudas de Agustina HUMOS y otro poco por la vocación destructiva de Seco Moco. Aquello acabó con promesas de eternidad que ninguno de los dos se creía. Afán de paraísos sólo prometidos, sólo existentes en la imaginación calenturienta de dos desesperados. En fin, la situación se convirtió en una bomba de relojería.

Iban transcurriendo los días y el horizonte seguía sin aclararse. Por lo tanto resultaba necesario dar un giro al conjunto, introducir elementos que desequilibraran el cuadro en algún sentido. Ahí llegó la decisión. El plan genial.

Consistía en hacerle llegar a Andrés GHANA un anónimo. En él se explicaría claramente que Agustina HUMOS y Seco Moco habían tenido sus escarceos. Con el fin de que la pareja formada por Andrés GHANA y Agustina HUMOS tomase una decisión hacia el futuro. Para disipar todas las nieblas.

Puede que la idea fuera mía, no lo recuerdo. Lo cierto son los hechos. Un día, en casa de Joaquín Pilla Yeska, con su máquina de escribir obsoleta, redactamos el texto. Seco Moco con una clara intención, un ánimo de lucro sexual inescondible. En fin, si esto le ponía en los brazos de Agustina HUMOS, ya se frotaba las manos su expectativa machista. Si por el contrario le alejaba de ella, la promesa de libertad le resultaba tan tentadora que incluso la acariciaba. Creo que eran los tiempos en los que Seco Moco aún no había ido a la cárcel, pero ya intuía su aparición entre rejas. No distinguía muy bien una libertad de otra, pero entre ambas se refocilaba.

Por mi parte, el móvil no eran las migajas de erotismo que yo pudiese heredar de todo aquello. Agustina HUMOS siempre fue para mí un amor platónico: sólo eso, todo eso. En otras palabras, creí que aquello era lo mejor que podía hacer por Agustina HUMOS y por la amistad que me unía con Andrés GHANA. Confiaba en que las cosas terminaran como lo hicieron. Ellos dos reconciliados y Seco Moco exiliado. Con un futuro todos… tan claro como oscuro.



[1] En la piscina del Hotel Rana.

[2] Que me tentaba ya desde hacía años, con mis experimentos veraniegos de walkie-talkies en mi pueblo, Kagan.

[3] Como en Parménides.

[4] A quien podemos llamar también Bollycao, como era a veces su deseo.

[5] En el prólogo se declara a sí mismo “no-escritor”, aunque sea un poco contradictorio.

[6] Como él gustaba de llamarlo, entre tarros de café solo.

[7] Desde acampadas hasta noches interminables, pasando por peleas, proyectos de asociacionismo para radioaficionados piratas, incursiones en la profundidad mesetaria, depresiones post-referéndum, triángulos sexuales y un larguísimo etcétera.

[8] Una chica manifiestamente mejorable que soportó con resignación mutua aquel emparejamiento que finalmente se fue al traste.

[9] Dicho sea este calificativo sin intención peyorativa.

[10] Por lo que yo sé, la expresión es autoría de Seco Moco.

 

 

Sonido

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