Lombardo

Cafetería

 

Samarcanda

´79

´90

671

             
 

El Lombardo era una especie de termómetro con el cual medir el funcionamiento adocenado de una ciudad provinciana, Samarcanda.

Como tantos otros lugares semejantes, el Lombardo resultaba ser una entelequia muy parecida a las mezquitas o los ministerios durante la posguerra. Mirando simplemente su funcionamiento más o menos regular, las maneras de relacionarse de los parroquianos y sus formas de vestir… podía adivinarse sin duda el pulso de ese pueblo tan grande llamado Samarcanda.

El Lombardo era una parada moralmente obligatoria para cuantos habitantes trabajaban celosamente día tras día en aras de la prosperidad comunitaria, dentro del orden establecido. A diario sus clientes se encontraban al final de la jornada laboral. Pero también a media mañana, en la hora del refrigerio para seguir adelante con la tarea.

Y en el Lombardo daban rienda suelta a su imaginación y especulaciones varias, múltiples… pero sin cuestionar jamás el status quo, intocable. Asistían al ritual cotidiano: funcionarios, dependientes, jubilados, terratenientes, militares, burgueses, políticos y un sinfín de gremios que constituyen la urbe esteparia por definición.

Lo cierto es que en el Lombardo no pasaba nada fuera del anecdotario casuístico que llena conversaciones vacuas. Por este motivo era considerado un lugar de referencia “desde siempre” para la Samarcanda heredera de naftalinas y especulaciones financieras. Sin duda el Lombardo significaba un hito para el conjunto de fósiles que viven en la colmena… Aparte de la famosa calidad de sus cafés y, en temporada, sus helados[1]… el Lombardo era simplemente una etiqueta. De supuesto prestigio, utilizada para disfrazar el vacío que, inmovilista y acrítico, caracteriza en esencia la vida maracandesa.

Si a diario era una parada de postas para los elementos anclados en la supuesta superioridad de un rancio clasicismo fascistoide, los fines de semana el Lombardo vestía sus mejores galas para acoger al rebaño de fieles que acudían incondicionales a los rituales religiosos cercanos. Entonces los pingajos, los pellejos, la pedrería y un tufo a colonias “quiero-y-no-puedo” llenaban a rebosar el local. Así el Lombardo[2] daba una idea exacta, sin disfraces, del verdadero espíritu maracandés: el que tiene su esplendor durante el día. El autóctono, el de pura sangre.




[1] Cuya relación calidad-precio ha conseguido traspasar las fronteras.

[2] Presumido como sólo saben serlo quienes atesoran infinidad de vacío.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta