New Tambora Bar   Samarcanda  ´83 ´84   544

             

 

El New Tambora se anunciaba con carteles amarillos de letras hechas con palos bastos, al estilo indio. Marrones y negras, como buscando provocar sensaciones en quienes los vieran, sugerentes para animarles a acudir al antro.

Eran principios de los ’80, así que el diseño gráfico aún no estaba muy desarrollado que digamos. El resultado era más bien patético, desmejorando lo presente. La idea con la que arrancaba el New Tambora su singladura era servir de atractivo para jóvenes cerveceros y bailones, como era típico en la época. Pero había ciertos elementos que no contribuían al posible éxito del garito. Entre otros, la localización en una de las calles traseras de una plaza secundaria, que tienden a confundirse entre sí por la falta de personalidad.

También estaba el asunto propiamente interno del New Tambora. Era un sitio grande y frío, con muchos metros cuadrados mal distribuidos a los dos lados de una especie de pasarela central. Pretendía ser algo así como una pista de baile.

La iluminación, la pintura de las paredes y el color del mobiliario daban como resultado un tono amarillento casi estridente, que tenía como acompañantes unas pinturas pretendidamente exóticas. Medio tropicales, medio volcánicas, para hacer un poco de juego con el nombre. Si a todo esto añadimos que justo a la entrada del local, como bienvenida, el New Tambora contaba con una cortina de agua cayendo verticalmente de forma que resbalaba sobre un cristal… podemos hacernos ya una idea aproximada de la sensación que invadía a cualquier espíritu humano que tuviera como objetivo la aventura de adentrarse en aquella selva estridente, en la que también dominaba un verde cuya mayor virtud era dañar la vista.

Lo que me llevó a visitar alguna vez semejante antro, llamado el New Tambora, fue la casualidad. Se trataba de uno de los primeros bares en los que trabajó Valentín Hermano poniendo música. Pero mis excursiones no fueron más allá de un par de visitas… las suficientes para desmotivarme a repetir en el futuro como cliente. Ni solo ni acompañado.

El individuo que controlaba el cotarro del New Tambora: el jefe, por llamarlo de alguna manera, era un cojo militante. De ésos que hacen de su defecto físico un motivo para ir exhalando a su paso la amargura existencial que invade a quien sólo llena su corazón con la envidia… como si el resto de la Humanidad fuera culpable de su cojera. Aprovechaba cualquier situación para demostrar que era mal encarado. Por descontado, supongo que como jefe, insoportable. Valentín Hermano no duraría ahí más de un par de meses.

El cojo amenazaba en todo momento con arrancar, colérico, alguna escena memorable. Pero en el fondo sólo era un donnadie que pretendía hacerse el importante, como tantos otros que encontramos por la vida, cojos o no. Sin embargo él creía que las circunstancias se confabulaban para hacerle perder los nervios.

La única verdad cierta en todo esto es que el New Tambora era un garito infumable cuya amarillez no era capaz de camuflarse ni siquiera tras el ámbar de mil cervezas que trasegaran allí los adolescentes. Localización + ambiente + decoración + jefe… era una fórmula abocada a un comprensible fracaso. Cualquiera que en su sano juicio hubiera pensado ir con frecuencia al New Tambora… más que pagar, habría estado tentado de pedir dinero por ir. Aunque no hubiese que pagar entrada, pues sólo había que abonar lo consumido y bailar sin sonrojo. Pero… ¿cómo iba a motivar para bailar aquel cojo?

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta