Paco

Bar

 

Kagan

´88

´93

231

             

 

El Paco era un rincón amarillento donde el humo de los porros iba convirtiendo los pulmones (y los cerebros) de la concurrencia en algo semejante al ambarino cristal de las cervezas con las que regaban el gaznate y el organismo en general… En la eterna espera de quien mira por el ventanal con un desesperado afán: que a su alrededor pase algo.

Sin darse cuenta, sin querer admitir que lo que ocurre en Kagan, como en cualquier lugar o cualquier vida, es aquello que busca y provoca el protagonista de la misma. Esa eterna espera que termina por ser desesperada, a fuerza de repetitiva, monótona y aburrida. Recuerda sobremanera a la de Beckett esperando a un Godot que nunca llega.

Yo iba poco por el Paco[1] y cuando lo hacía era para visitar a Lucas Marcos Primo, que trabajaba allí como camarero. Bajar el escalón de la entrada, ver un par de sofás ansiosos por aparcar cuerpos y sentirte intruso era todo uno. Allí se iba a buscar la enajenación, por eso los demás no éramos bienvenidos. Perturbábamos la paz de la eutanasia.

Casi parecía una ofensa llegar con el cerebro puesto. Un pensador sin duda era enemigo para aquel pequeño ejército complacido con el suicidio blandito y fácil de quitarse la conciencia poco a poco. El Paco era un almacén de cuerpos en descomposición[2] más o menos declarada, por anulación de la mente. Lucas Marcos Primo tenía la misión de cuidar el funcionamiento del local como quien vigila un guardarropa. Sabiendo de antemano que cualquier movimiento sólo podía deberse a la inercia o las fuerzas naturales del entorno, pero nunca a la voluntad humana. Porque allí la pobre estaba feliz y anulada, esperando la más cierta llegada: la de la Nada.




[1] Casi me sorprende que siga abierto. Bueno, quizás no tanto, por tratarse de un lugar sin tiempo.

[2] Voluntaria y progre, eso que ni se pusiera en entredicho.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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