Pueblo fucsia

Recreativos

 

Samarcanda

´83

´85

693 

             

 

En principio el Pueblo fucsia sólo era un local de recreativos. O lo que es sinónimo a partir del eufemismo: un rincón al que iban a parar los ludópatas del centro de Samarcanda.

El hecho de que estuviera en la falda misma de dicho centro ya era suficiente reclamo. El centro del mundo, ¿qué mejor sitio para pasar la tarde? Como una peregrinación cotidiana iban pasando por allí todos los componentes de este triste colectivo. Con más resignación que entusiasmo. Han perdido el control de su voluntad y lo tienen bajo el influjo de algún otro mecanismo ajeno y alienante. Les impele a gastar dinero en la Nada. La más lamentable de las vertientes del capitalismo, la irrefutable demostración de su invalidez.

Ni siquiera resultaría atractivo intentar transcribir los infinitos rituales[1], las eternas e inagotables supersticiones que se mueven alrededor del mundo ludópata. Cuando se convierte en una patología, desaparece toda magia de lo lúdico.

Entraríamos sin duda en un estéril catálogo que puede tener interés terapéutico, pero carece de sentido entre el maremágnum de la presente narración. En todo caso, imaginando el Pueblo fucsia podemos reproducir mentalmente esa estepa donde la humanidad naufraga. Se le añade música ambiental a la cadencia sonora de las tragaperras en sus infinitas versiones. Pero el oído de los asistentes, tan enfermizo como su mirada desorbitada, ni siquiera la asimila. No es música, sino silencio disfrazado.

Si hay algo que diferencia al Pueblo fucsia del resto de locales de este tipo que se encuentran repartidos por Samarcanda es su clientela. El grupo que concurre con frecuencia cadenciosa a este agujero negro devorador de espíritus y almas. Porque, al menos los lunes, el Pueblo fucsia era un hervidero de ese subtipo humano que son los ganaderos. Su estratégica proximidad a los lugares en los que tradicionalmente se cierran los contratos referentes a dicha actividad económica[2] lo convertía en un centro neurálgico de semejante trata.

El negocio del ganado no es menor en Samarcanda, aunque sea algo que generalmente queda en un segundo plano. Se encuentra tan alejado del emblema universitario que identifica a la ciudad… parecerían diametralmente opuestos, cuando no irreconciliables, al menos intelectualmente. Pero la realidad resulta a veces tan caprichosa como paradójica. Quizá por eso es de dominio público aunque tradicionalmente silenciado ese otro trato de ese otro ganado. Sólo conocido para Radio Macuto.

A la puerta o en las proximidades del Pueblo fucsia se han ultimado, también como tradición, innumerables contratos de prostitución estudiantil. Por lo general, chicas incapaces de terminar la carrera mediante financiaciones alternativas. Sin beca, sin recursos familiares, sin otro tipo de trabajo. Muchas de ellas tuvieron que elegir entre renunciar a su futuro o dejarse caer en los brazos del mundo ganadero.

Quienes hayan pasado por ese calvario, sin duda apreciarán infinitamente más la tranquilidad que les proporciona ahora una vida titulada. Dejando atrás, como oscuro episodio del pasado, esa guerra por definición siempre perdida. La de hacer de tripas corazón, esperando tiempos mejores. Casi siempre un sueño, una utopía.

Días enteros sufriendo la persecución de ese olor adherido a su joven piel, resistiendo mil duchas. El olor del ganado, una peste rancia y desesperante. Una maldición de pesadilla. El mismo ambientador que de forma natural, imprescindible, acompañaba a esos otros[3] impotentes con dinero. Quienes se zambullían en el Pueblo fucsia.




[1] Que los hay.

[2] Las armaduras, el Novedoso

[3] Quizá fueran los mismos.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta