Bernarda

Bar

 

Samarcanda

´87

´96

697 

             

 

Si los locales tuvieran rostro, si pudieran identificarse con una cara… la del Bernarda sería triste y azulada. El tiempo había convertido su fachada en una especie de declaración de principios: incapaz de generar algo que no fuera la gris sucesión de días sin más emoción que la mera supervivencia. Estéril.

Aunque era un lugar en el que fácilmente se tomaban vinos y tapas… su interior respiraba una triste resignación: la de pertenecer al mundo de los trabajadores como clase social que reniega de sí misma, que querría ser otra cosa.

Aunque su cocina también elaboraba menús diarios que no estaban mal, el Bernarda había ido albergando poco a poco en su personalidad[1] el desencanto por una realidad que le habría gustado de otra manera. Quizá el asunto arrancaba de la época ya mítica en la que el Rastro dominical se emplazaba en aquella plaza cercana, con lo que eso significaba de inyección vital para la zona. A finales de los ’80 llegó la decisión del alcalde de quitarlo de allí, con todo el peso de la ley (la suya). De nada sirvieron las infinitas protestas de los infinitos colectivos que se identificaban con el espíritu del Rastro y lo que significaba en aquella zona. Era la época del activismo en los barrios, de la población implicada en una sociedad que parecía al alcance de las personas.

Precisamente una de las intenciones con el cambio de localización del Rastro hasta las afueras (casi el puente) era ésta: desactivar los movimientos asamblearios y/o participativos. En una zona más controlable (policialmente hablando) y sin tantas implicaciones de política local.

Así se vació aquella fuerza popular, así le arrancaron el alma al Bernarda y tantos otros bares de la zona, convirtiéndolos sólo en un mero cascarón al servicio del esquema capitalista: ¡qué ironía! justamente aquél que ellos habían querido reformar.

El desencanto de la población acabó haciéndola refugiarse en otras actividades más domésticas: la TVasura y sus aledaños, la depresión-puertas-adentro, la infelicidad como forma conformista de supervivencia. Así pasaron a la Historia los ’80 y con ellos el Bernarda: desembocando en el océano informe, infame y deleznable de la Teletienda.




[1] Indudablemente los bares la tienen. Quien defienda la idea contraria sólo declara su ignorancia sobre el tema.

 

 

Sonido

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