Trueno

Pub

 

Samarcanda

´85

´97

629

             

 

Entrar en el Trueno era como penetrar en el interior de una nube. Hasta tal punto daba la impresión de ser un mundo alternativo y vaporoso, un escape a la realidad. En este sentido, estéticamente, era casi otro planeta. Sólo traspasando su puerta de madera ya estabas entrando en un sueño, dominado por las imágenes proyectadas en la pantalla gigante del escenario[1].

Lo más famoso del Trueno era precisamente lo audiovisual. Debajo del escenario estaba la cabina del pincha, que no era un disc-jockey al uso, sino alguien que dominaba el mundo del vídeo. Allí debajo[2] se encontraba una inmensidad de vídeos musicales en formato VHS que constituían el mayor tesoro y significaban el mayor atractivo del Trueno. De cuando los vídeo-clips musicales eran todo un acontecimiento, tan famosos que no podía imaginarse el Trueno sin ellos. Se encontraban ya asociados a su personalidad.

Aquello sólo constituía la ambientación, pero el Trueno era mucho más. Al entrar te invadía la sensación de estar atravesando un túnel. A la izquierda la barra y al fondo el escenario, con su amplitud característica, que permitía bailar a sus pies o amontonarse junto a él, dependiendo del día. Pero antes de la barra, justo al entrar a la izquierda, una escalera que daba acceso al piso superior. Aquello ya era el paso hacia unos paisajes diferentes, además de los servicios. Desde la balconada se veía también el escenario, con la pantalla gigante en la que constantemente se proyectaban los vídeos musicales.

Que la barra estuviera abajo otorgaba a los de arriba una especie de libertad difícilmente explicable. Algo así como estar fuera del alcance de los padres, con esa suerte de autonomía y emancipación que otorgaban al espíritu unas alas que iban más allá del mundo físico. El piso superior del Trueno era como una isla desierta, aunque siempre estuviera, de hecho, superpoblado.

Había una sensación de intimidad, de aislamiento y respeto por el espacio ajeno, que daba la impresión de estar disfrutando un paraíso tan pasajero como intenso.

El sabor de las cervezas, por eso, era diferente. La imagen de un famoso rockero allá por el ’86, solo y con una en la mano, quedó impresionada una noche en mi retina. Esa misma noche yo iba con Araceli BRUMA; quizá por eso comprendí sin problema su soledad de pobre hombre en medio de la fama, mientras yo, inmensamente más afortunado, disfrutaba del dulce dolor que era la compañía de Araceli BRUMA: un arpón metálico atravesándome los ojos entre besos.

Pero el Trueno fue testigo de mil episodios más de aquellos años. Por ejemplo, una noche que al ir al baño vi a una chica (con su minifalda y todo) meando en uno de los inodoros verticales masculinos. ¡Suerte que estaba de espaldas! Pero aquel día me prometí a mí mismo ir con pies de plomo en el futuro.

O esa otra noche en que la Hermana de Venancio Picoleto y yo nos estuvimos magreando junto a la barra, sin pudor ni sonrojo. Yo le metía mano en la entrepierna descaradamente, aprovechando la penumbra…

Creo que fue un par de meses más tarde cuando encontré a Araceli BRUMA allí mismo, en el bullicio del Trueno con su amiga Andrea Puente, una chica que como mínimo venía siendo uno de sus amores platónicos… que a mí me sugería triángulos jamás pronunciados.

Algún que otro recuerdo deslavazado, girando loco en mi memoria, inconexo. Pero todos con la sensación de ser algo pasajero, porque el Trueno era tan provisional como intermedio o iniciático. Es cierto que el Trueno invitaba a hacer balance, incluso a veces provocaba de forma más o menos directa a salir a la desesperada. Es que llegar al Trueno sin haber disfrutado la noche era ya casi darla por perdida. Precisamente la sensación de que se estaba acabando urgía a intentar algo, a no dejar que el tiempo se escapase entre los dedos.

Sin embargo, la vida se presentaba en esos momentos como un esquema inmisericorde: estabas crudamente solo, pero era algo así como una tragedia descafeinada. Algo a lo que se le podía poner remedio con la terapia adecuada. Quizá parezca simple o contradictorio, pero este pensamiento llenaba la cabeza de vacío en aquellos instantes. De ansia de otra realidad más coreográfica y colorida.

Como los vídeos que el Trueno regalaba constantemente para tus ojos y oídos. Quizás por los instantes de lucidez le habían puesto precisamente ese nombre, ¿no? Porque los componentes del colectivo que normalmente circulábamos por allí sólo nos acordábamos del Trueno cuando escuchábamos la tormenta. Después llegaba la calma interior, la demostración indiscutible de que allí sólo habitaban espíritus de alguna manera “atormentados”.

 




[1] Jesús Manuel LAGO lo comparaba con el mito de la caverna de Platón.

[2] Que no era un sótano, sino simplemente un espacio un poco más bajo que el suelo, puesto que el escenario estaba algo elevado.

 

 

Sonido

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