Cuadras (Facultad de Filología)

 Cafetería

Samarcanda

´85

´99

216

             

 

Que los acontecimientos históricos provocan de una forma determinada la distribución de los espacios puede deberse a algo caprichoso, casual o aleatorio, ciertamente. Pero también se puede rastrear el significado oculto, que nos clarifique un simbolismo importante acerca del sentido último de la materia… en definitiva, de la vida.

Por lo general el ser humano se mueve en un territorio híbrido de ambas posturas. Al menos yo tengo ratos en los que predomina en mí la impresión de vivir como un cúmulo de casualidades caprichosas… aunque el péndulo de mi conciencia en otras ocasiones se aproxime más a la búsqueda de significados ocultos y clarificadores en lo más nimio.

Tradicionalmente son las dos formas de abordar el conocimiento de la realidad: la inmanente y la trascendente. El caso que nos ocupa tiene especial relevancia para esta cuestión, sin duda. Y es que la cafetería de la Facultad de Filología se encontraba emplazada en el mismo edificio de la Facultad, un inolvidable palacio medieval. Durante los ’80 y los ’90 era el lugar en el que se desarrollaban cada día las clases de esa carrera… antes de que apareciese el Campus, ese eufemismo del ghetto tan de moda actualmente.

Para disponer todo lo que era el establecimiento hostelero: bar, cafetería, cocina, almacén, etc… se había reservado el espacio que antiguamente ocupaban las Cuadras del palacio. Supongo que por una cuestión de comodidad y reparto de espacios, pues no creo que nadie en su sano juicio lo plantease de otra manera a la hora de la distribución de lugares y tareas.

Sin embargo, esto es lo cierto: el paso de los siglos había hecho que algo ya desaparecido[1] se hubiera visto sustituido en su lugar de refugio por tan diferente finalidad. Algo que hace siglos ni se planteaba como posibilidad: la necesidad de un espacio, debido a la masificación de los estudios universitarios. El acceso constante y permanente al servicio de hostelería para los colectivos[2] embarcados en aquella magna empresa.

Para el caso las Cuadras eran ideales: su interior debidamente acondicionado otorgaba al lugar un encanto singular. Por muy avezados que fueran los imitadores, llamados diseñadores de interiores, jamás hubieran podido conseguirlo. Ladrillo, piedra dorada, algo de argamasa y madera: todo iluminado con una luz amarillenta que resaltaba la edad del conjunto sin hacerlo decrépito. Éstos eran los elementos que acompañaban a la perfección al colectivo que por allí desfilaba cada día: tanto es así que la distribución del espacio de las Cuadras y las mesas con sus cómodos asientos no invitaban a marcharse. Antes bien, resultaban una auténtica tentación para el intercambio de apuntes o ideas al calor de aquel entorno… inspiraban, sin duda alguna. Quizás por la vida que aún circulaba por allí, adherida caprichosamente a las paredes.

Las veces que estuve en las Cuadras por algún motivo, siempre académico, contagió mi espíritu el afán de haber realizado algún estudio filológico… no necesariamente clásico, aunque éste y no otro sea el auténtico corazón del organismo de las Letras.

Puede que mi presencia allí desmelenase mi vocación de caballo de carreras… o quizá se tratase de que tanto el palacio como la Historia son ciertamente elitistas y juegan traviesamente con todo esto… Para guiñarnos un mensaje tan sencillo como agresivo: puede que la sabiduría sea un palacio, pero nunca cuando la rebajamos a tareas tan peregrinas… En este caso lo único que hacemos es remitirnos a la animalidad que alberga nuestra persona. En esencia no estoy de acuerdo con este mensaje, pero quizás me equivoque… como un caballo que rehúsa el obstáculo que encuentra ante sí.




[1] El desplazamiento cotidiano a caballo.

[2] Docente, discente y administrativo.

 

 

Sonido

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