Recuerdo Amanda

   

Samarcanda

´83

´99

689

             

 

Los nombres no llegan a las cosas para adherirse por casualidad a ellas, sino que hay una simbiosis paulatina cuya culminación consiste en que cosa y nombre acaben fundiéndose en el concepto. Algo tan aparentemente sencillo y de común conocimiento a menudo resulta polémico, cuando se trata de un acuerdo en el mundillo intelectual.

La librería Recuerdo Amanda resultaba un ejemplo indiscutible, porque agrupaba de forma armónica diversos elementos que habían dado lugar a su existencia.

De un lado esa forma de entender el conocimiento como algo militante, combativo, reivindicativo. La lucha contra la ignorancia y el analfabetismo como una guerra eterna, sin fin.

De otro lado el componente popular y folklórico que le otorgaba el nombre de una canción identificada con Víctor Jara. Cantautor que ha trascendido el tiempo, indeleble en la memoria. Un mártir en la estéril inmensidad del desierto de la ignorancia. Algo simultáneamente festivo y reivindicativo.

Por último, la contextualización en la Sudamérica de la segunda mitad del siglo XX posicionaba a la librería Recuerdo Amanda en un lugar deliberadamente combativo desde el punto de vista intelectual. La liberación del ser humano a través del conocimiento encarnado en los libros.

Por eso algo tan sencillo como comprar un libro en la Samarcanda de los ’80 y los ’90 podía ser algo puramente comercial y descarnado si lo hacías en Shakespeare Librería, sin componente humano. Era el libro como objeto producto de consumo, sólo mercancía. También podía ser algo más lírico y poético si se llevaba a cabo en Hiedra. Por último estaba el lugar que combinaba sabiduría y compromiso social, posicionamiento político. Recuerdo Amanda respondía a este último perfil, dándole al saber en todas sus disciplinas y vertientes un matiz de ubicación terrena, una contextualización que lo convertía en algo necesariamente hermenéutico. Imposible de ser desvinculado del entorno en el que había surgido. Pero también un lugar en el que se reproducía, se realizaba, se llevaba a cabo la cultura como algo efectivo y dinámico. Algo práctico, con su vertiente ético-política de cotidianidad necesariamente comprometida.

De hecho ya la presentación física de la librería Recuerdo Amanda se prestaba a zambullirte en el espíritu propio de fines de los ’70. Era un edificio antiguo, en la zona antigua de Samarcanda. Escalinata de madera con una barandilla metálica que te saludaba estrechando tu palma gracias al pasamanos.

Casi sin darse cuenta, uno empezaba a compartir vibraciones con aquel entorno material, trufado de estanterías repletas de libros. Secciones de todo tipo y para todos los gustos hacían las delicias de quien miraba los anaqueles ansiando saber más… pero al mismo tiempo resultaban un reto hacia el futuro: un desafío para aumentar la cultura, por definición siempre escasa.

Penetrar en aquella atmósfera era dejarse envolver por una telaraña cuyo mayor encanto residía en hacer disfrutar a la víctima de la picadura. El veneno del saber te iba inmovilizando en el interior de aquel microclima, del que ya no querías marchar. Inmediatamente el corolario de aquel instante eterno se plasmaba en el deseo de que el tiempo dejase de pasar. Suspendido entre las dimensiones, parecía imposible que uno tuviera cuerpo. Se encontraba ya inmerso en ese lugar primordial: interestelar, más allá de todo lo humano.

Entonces te dabas cuenta de que Recuerdo Amanda te había conquistado. Que todo el proceso que te había llevado hasta allí era ya lo de menos. Comprar un libro resultaba algo puramente anecdótico, comparado con el instante que te había regalado.

El aire se llenaba de una complicidad inexplicable. Era como si todos los habitantes del planeta de los libros habláramos un idioma extraño para los no iniciados. Como si fuésemos una raza aparte, tocada por la varita mágica de un mundo diferente. Una dimensión alternativa, pero que está oculta en la habitual. Sin embargo, inaccesible para todos los de fuera. Sólo tendrían que entrar, pero no saben o no quieren… o no saben querer o no quieren saber.

Después ya podías irte, porque Recuerdo Amanda había dejado de ser un lugar físico para convertirse en parte de tu alma. Una parte que jamás habrías imaginado tener… pero sin la que ahora ya no podrías vivir, de ninguna manera. Irrenunciable.


 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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