Shakespeare

Librería

 

Samarcanda

´83

´99

250

             

 

Un edificio sólo para libros, así se anunciaba. Pero se trataba simplemente de un negocio. Un trámite económico que algún lejano día alguien había vislumbrado como negocio, allá por la posguerra.

Sólo eso. Su oferta era inmensa, casi infinita. A su servicio había una plantilla de trabajadores muchas veces competentes. Por lo general atendían las necesidades de los clientes más o menos adecuadamente.

Pero algo cojeaba en aquel negocio boyante. Sin duda otorgaba pingües beneficios a los casposos empresarios maracandeses, pero en todo aquel montaje, en aquella inmensidad: faltaba el alma. Precisamente aquello que se supone otorga el saber. Muchas veces, al menos entonces, proveniente de los libros.

Como si Shakespeare Librería escondiera un hermético pacto mefistofélico. A pesar de su nombre casi rimbombante. Inevitablemente una sombra oscurecía la cabeza de muchos de los clientes que allí acudían. Shakespeare Librería era casi un insulto a la inteligencia de los estudiosos. Tener que lidiar con simples mercaderes. En lo que se refiere a la sabiduría no era más que una cáscara vacía. Se me podrá responder con argumentaciones incontestables desde un punto de vista científico, pero serán igual de desalmadas que el negocio mismo.

De hecho, a día de hoy, mientras escribo estas discretas crónicas la ciencia no ha sido capaz aún de encontrar el alma. ¿Cómo podríamos pensar que es algo que sólo depende de la oferta y la demanda? Allá por los ’90 Shakespeare Librería amplió negocio y abrió un segundo establecimiento cerca del primero, lo que da una idea aproximada de lo saneado del negocio.

Por todo lo antedicho no dejó de ser una especie de justicia cósmica el asunto de Alejandro Marcelino BOFE. Este compañero de clase en la Facultad de Filosofía[1] tenía como fuente de financiación para su vicio tabaquil y sus necesidades asmáticas de nebulizador robar libros por encargo.

Hasta tal punto llegó su dedicación que incluso enviaron un emisario desde Shakespeare Librería hasta la Facultad de Filosofía buscando carteles anunciadores. Evidentemente no los encontró, porque funcionaba por el “boca a boca”. Como cualquier reanimación que se precie.

Quienes alguna vez hemos pasado por las inmensas bibliotecas que a lo largo del mundo existen, sabemos sin duda cómo es de escurridiza la sabiduría. No se deja atrapar por los libros.

Nos gusta que así sea, incluso nos parece justo porque en una de ésas, cualquier día se convertiría en un objeto más de compra y venta. ¡Qué más quisieran los ricos y los ignorantes!




[1] Iniciador de varias carreras al amparo de la gratuidad por ser funcionarios sus padres, pero incapaz de finalizar ninguna.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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