Aurora

 

Camarera

 

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Nunca tuve claro el motivo que me hacía sentir atraído por Aurora Camarera: físicamente era feúcha, jamás hablaba con nadie[1] y vestía de una forma totalmente impersonal y gris… además de tener un perfil andrógino[2] que convertía su figura en cualquier cosa menos punto de atracción para la mirada. Puede que precisamente eso fuese la base de mi interés: el hecho de que parecía estar ahí como criticando que alguien se fijara en ella, provocando más bien para que nadie lo hiciera.

Llevar la contraria, quizá fuera ése el único motor de mi atracción por Aurora Camarera… una camarera que no lo era: nunca la vi servir una copa, sólo recogía vasos… con un gesto entre desencantado y desesperado, como buscando pasar desapercibida. Evolucionaba por el ambiente nocturno del local deslizándose en silencio entre copas y gentes… recopilando material que llevar a la barra para que El camaleón no se quedara desabastecido de vasos.

Su cara reflejaba una declaración de encontrarse resignada y vencida. Entre las absurdas e infinitas copas nocturnas que habitaban mi garganta, alguna vez se deslizaba su figura huidiza… recordándome cómo sería yo si hubiera nacido mujer… eran destellos que enseguida ahuyentaba de mi conciencia para no sentirme contagiado por aquella actitud que me tentaba, pero a la que yo me resistía con todas mis fuerzas[3].

Bajo sus jerséis anchos se adivinaban unas tetas blandengues y sin personalidad, lo que me llevaba a reafirmarme en mis intenciones de acercarme a Aurora Camarera alguna vez… convencido de poder trastocar aquellas condiciones pasajeras y llevarlas hasta su contrario.

No sé si alguien sabía algo de ella o Aurora Camarera era tan sólo una sombra asustadiza que pululaba por los pasillos de El camaleón de la misma forma que lo hacen los fantasmas o las almas en pena por las mazmorras y los fosos de los castillos… algunas veces al recordarla al día siguiente de mis peregrinaciones por la noche maracandesa, su figura se me aparecía casi como un espectro… que viniera hasta mi imaginación para recordarme que yo mismo no era más que el personaje de una novela que nadie ha escrito: la comparsa, el relleno de la vida fluyendo… sin ser nada por sí misma.

Una noche tan especial como ninguna, como cualquier otra, cansado ya de mis elucubraciones y decidido a desentrañar el misterio interior de Aurora Camarera, me decidí. Supongo que animado por la monotonía… en una de sus pasadas recogiendo vasos: le propuse vernos tras el cierre de El camaleón.

¿Qué hora debió de ser la de la cita? ¿Las 4 o las 5 de la mañana? Algo así, tan impersonal como intempestiva… Aurora Camarera no mostró entusiasmo por el asunto pero al menos lo aceptó. Nunca sabré, nunca supe si Aurora Camarera llegó a asistir… porque yo no aparecí: supongo que algún asunto más urgente o más importante de copas, amigos o camareros… hizo de aquella cita un encuentro que jamás llegó a existir.

¿Quién sabe si allí se encontraba mi Destino y le di esquinazo aquella noche? Lo cierto es que algún día de los inmediatamente posteriores me surgió la posibilidad de volver a El camaleón y en cierto sentido retomar aquel encuentro… pero no lo hice, movido por alguna fuerza: ¡quién sabe si el miedo a tener que pedir discupas! Quizá más bien para evitar que pudiera repetirse la situación de encontrarnos y tener que apechugar con las consecuencias de mi actitud[4]: de dar unas explicaciones que yo mismo desconocía.

Probablemente para no tener que pensar en algo que se me escapaba, dejé pasar un tiempo prudencial… no sé cuánto, unos meses… hasta que el episodio en mi memoria no fuese más que una telaraña deshilachada.

Supongo que también en la suya, que con el sedimento de los recuerdos acabaría preguntándose si había ocurrido en realidad… ahorrándose en el mejor de los casos la conclusión de que yo sólo era un espectro impresentable perteneciente sin duda a otra dimensión de la realidad.

Puede que llegáramos a compartir materia durante aquellas noches de los ’90 en El camaleón, pero sin duda pertenecíamos a dos planos distintos de la realidad: aquella ocasión sólo fue un reflejo fantasmal regalado por el filo de la noche como espejo.



[1] Se limitaba a su trabajo, que era recoger vasos en El camaleón antes de que se rompieran. Cuando ya estaban vacíos y abandonados por cualquier rincón.

[2] Por la pose y el corte de pelo, mayormente.

[3] Siempre me he negado al entreguismo, esa especie de colaboración con el enemigo.

[4] Tan inconsciente como no meditada: ni antes ni después.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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