Junto a Beni Filosofía parecía que el mundo se hubiera detenido, que nunca pasara nada. Era una sensación contradictoria, porque Beni Filosofía era uno de esos tipos que siempre estaba moviéndose en todos los sentidos, casi siempre presto a pedir apuntes o ir a alguna fiesta. Su uniforme era éste: chupa negra de cuero, pelo moreno y rizado, gafas redondas y grandes… y una sonrisa facilona, siempre puesta.

Ante todo era un tío enrollado. Con una cerveza en la mano, fumando y hablando con suficiencia de todo cuanto tuviese que ver con la Facultad, de la que se declaraba de vuelta. Simpático, con esa cercanía que seduce a las chicas por lo inmediato y fácil de su trato. En su fuero interno creo que pensaba que todos los machos del planeta éramos gilipollas y las hembras comerían de su mano si llegara a proponérselo. Aunque, por si acaso… nunca llegó a hacerlo.

Sus mecanismos cerebrales demostraban que la filosofía no es incompatible con el hachís, del que era un gran consumidor, igual que Cecilio Lógica, su compañero de promoción y correrías. Siempre era agradable encontrarse con Beni Filosofía por las noches en el Anillos, su hábitat natural: entre Cecilio Lógica y su fama, con el cannabis y su flora.

Beni Filosofía desapareció igual que se va la juventud, poco a poco y sin que parezca que está desapareciendo realmente, como si la evaporación fuera un espejismo.