Eli

 

Gorras

 

´97

´99

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Eli Gorras tenía una forma peculiar de llegar a los sitios: como si nada hubiera existido hasta el momento de su aparición, como si con su llegada naciera el mundo. Imagino que algo así debió de parecerles el desembarco de Colón a los habitantes de las civilizaciones americanas precolombinas… Se sentirían poco menos que tocados por la mano de aquel señor con aires supuestamente divinos, aunque en realidad sólo contaminados.

La diferencia es que Eli Gorras no tenía a su servicio mercenarios militares que hicieran valer sus principios, creencias e intereses. Ella sólo tenía la pose y la convicción de ser el centro del Universo.

En esto no se diferenciaba del común de los habitantes/estudiantes de la Facultad de Bellas Artes. Desfilaba por la corteza del planeta como haciéndoles un favor a los pobres mortales que se cruzaban con ella… que no era otro que prestarles atención o simplemente hablarles.

Uno de esos especímenes tan comunes en la Facultad: supuestamente belloartista, con su pretendidamente inmenso potencial, su genialidad imaginariamente incomprendida… Contestataria como forma de autoafirmarse, en un explícito temor a ser descubierta en la vacuidad de sus planteamientos. Buscando un pedestal al que subirse gracias a la negación de la Historia y el saber universales.

Una de las principales virtudes de Eli Gorras era no haber perdido la capacidad de sorprenderse, lo que iba directamente relacionado con el buen humor que desprendía por lo general. Sin ir más lejos, recuerdo que en una de sus visitas a La Tapadera comentó que le había hecho mucha gracia encontrar en algún manual el esquema y distribución de cómo debía ser un taller artístico… para su sorpresa, punto por punto se correspondía con el planteamiento y disposición/distribución de La Tapadera. Era imposible que hubiéramos visto aquel manual antes de diseñar nuestro taller[1], motivo por el que la risa infantil de Eli Gorras se desbordó con tan elemental asunto.

Sin duda, la escasa capacidad de su cerebro para profundizar en las cuestiones hacía que no viese más allá de la casualidad. En todo caso, salvo alguna ocasión que Eli Gorras dedicó a lo que era propiamente trabajo artístico durante sus estancias en La Tapadera, sus visitas fueron algo así como un paseo para constatar que hacíamos cosas que le resultaban interesantes. Y sobre todo lucir el palmito de supuesta artista: incomparable y única en la Historia del Arte.

Para Eli Gorras era como si el mundo hubiera empezado con su llegada[2] y resultaba natural que la Humanidad completa reconociera su indiscutible superioridad en todas las facetas de la realidad: no sólo en su estilo artístico, que también.

Eli Gorras encarnaba la falacia que equipara el axioma surrealista de “olvidar todo lo aprendido y empezar a soñar” con otro mucho más peregrino: aprender para olvidar resulta una pérdida de tiempo y energía… mucho mejor no aprender siquiera. ¡Como si el escepticismo pudiera albergar a la ignorancia bajo su generoso manto! Como si renegar del conocimiento fuera lo mismo que nunca haberlo adquirido…

Con esa convicción, Eli Gorras pasaba el día aletargada entre los porros, su novio[3] y los momentos de inspiración que le permitían genialidades que nadie entendía. Yo tampoco.

Eli Gorras dedicaba el resto de su tiempo a explicar y hacer valer su ¿obra? Mucha risa, eso sí, era una chica desenfadada… pero no aportaba nada. Puede que su presencia en La Tapadera sólo tuviese un sentido… que finalmente vino a traer el tiempo, poniendo las cosas en su sitio (o sacándolas del mismo, nunca se sabe).

Eli Gorrasera el arquetipo de la ignorancia atrevida. Negando la validez de todo lo existente por haber cometido el pecado imperdonable de no saber reconocer universalmente su indiscutible superioridad. Planeaba por encima del mundo desde sus dimensiones dislocadas, con su falaz perspectiva. Ejemplo diáfano del sendero por el que conducen las sustancias psicotrópicas en simpar mezcolanza con un ego hipertrofiado.

Un buen día Eli Gorras apareció comentando la posibilidad de que participáramos en el mercado medieval que iba a celebrarse en Samarcanda a principios de septiembre del ’97… Conocía a alguien de la organización y le habían dicho que podía ser interesante, por eso nos lo trasladaba. Yo desconocía por completo aquel mundillo, pero el hecho de que fuera en la misma capital y junto a la zona antigua… resultaba un factor atractivo. Sólo tendríamos que desplazarnos caminando con unos cuantos trastos para montar la parada. Así que tras consultarlo con el conjunto de la concurrencia, la respuesta fue afirmativa. Con ello La Tapadera entró en un circuito hasta ese momento ignoto… cuyas puertas se me abrieron gracias a Eli Gorras. Traspasaron espacios y tiempos, como pude comprobar luego.

No dejaba de ser una ironía: que semejante mundillo alternativo viniese de la mano de aquella descerebrada que parecía incapaz de aportar nada al mundo de los vivos. A veces, sin duda, la vida te sorprende.



[1] De hecho, sólo habíamos seguido el sentido común de las necesidades que dieron lugar a su existencia.

[2] Al estilo de Colón, como ya he dicho, con esa especie de ignorancia enciclopédica de base etnocéntrica… que en el caso de Eli Gorras era simplemente egocéntrica.

[3] Un heavy porrero y simple como el asa de un cubo.

 

 

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