SAMARCANDA

SA - 1.4.1.

Estudios

maracandeses

UdeS

Bellas Artes

1992

117

 

 

PINCELADAS

De poco sirve lo melodioso y rítmico de mi música interior, que desborda paz, si alrededor hay un ruido tan cadencioso como machacante, repetitivo y absurdo… un martillo que viene a perturbar la calma: algo tan difícil de conseguir en nuestro entorno.

Es la sensación constante que provocaba en mi equilibrio personal mi presencia en la Facultad de Bellas Artes: no por lo que había físicamente alrededor, sino por las energías ambientales. Éstas estaban marcadas, ante todo, por las individualidades que circulaban entre aquella incierta dimensión de la realidad. Cada Facultad tiene su propia personalidad e incluso el uniforme que caracteriza a quienes pertenecen a ella[1], así que podríamos buscar la de Bellas Artes… pero creedme: no merece la pena.

Una Facultad es fundamentalmente dos cosas: primera la materia, el componente puramente material y físico que la forma[2]. Segunda, los individuos que la integran: docentes y discentes[3]. Digamos que esta última sería el componente inmaterial, espiritual.

La entrada principal del edificio era común y en el recibidor, como una declaración de principios, la separación: a la izquierda Bellas Artes y a la derecha Psicología. Una frágil frontera física, el recibidor, que en realidad era un abismo mental. Sólo existía una intersección, un lugar de encuentro de ambas Facultades[4]: la cafetería de la Facultad de Bellas Artes.

Respecto a la cuestión material, resultaba chocante para un profano acceder a las instalaciones propias de Bellas Artes. Antes que nada por lo que tienen de atípico, de incomparable con otros lugares similares de aprendizaje universitario… Cuando uno llega a una Facultad normalmente es para asimilar todo lo que le ofrecen los materiales y servicios que hay en ella. Pero en el caso de Bellas Artes materiales y servicios no se encuentran en el lugar como algo que el alumno puede aprehender o no. Por el contrario, son componentes a su disposición para interactuar con ellos, para modificarlos y darles personalidad propia: la del colectivo que los utiliza.

Dicho de otro modo: no utilizarlas ya es una forma de darles uso. El entorno no es algo fijo, aunque sea pasivo. En este caso es constantemente cambiante, la interactuación del alumnado que circula hace que el dinamismo sea una característica propia de ese hábitat, con la que uno se familiariza enseguida. Todo es versátil, devenir… está más allá de la materia que lo compone y por tanto resulta imprevisible. Adquiere la impronta de las personalidades que van pasando por allí.

Una vez superado este primer momento de choque visual y de relación atípica con el entorno, enseguida uno tiende a integrarse en semejante hábitat y de alguna forma lo modifica, tiende a adaptarlo a sus gustos o preferencias si su personalidad es lo suficientemente potente.

Esto[5] enseguida se convierte en un factor tan cotidiano como irrelevante para lo que allí se ventila. Se adopta una pose adecuada[6] y a partir de ahí crece el árbol de las relaciones humanas… como siempre, condicionadas por todo ello.

Personalmente de aquello sólo me gustaba la naturalidad con la que se trataba con los materiales, los productos químicos, los venenos… la misma con la que se tratan las ropas en Fisioterapia o el cuerpo en Educación Física. El resto me parecía una mezcla de artificiosidad y petulancia. Como si por parte de todo el colectivo que allí concurría[7] hubiera una necesidad constante y casi obsesiva, enfermiza, de demostrar lo excepcional de cada un@ de ell@s. Sin esperar a que los demás lo descubran con el trato cotidiano, como suele ser habitual en la vida normal. A mí me parecía una especie de complejo de inferioridad sublimado en concurso de personalidades… tanto empeño en demostrar lo excepcional de uno mismo ¿acaso no esconde un miedo latente a la mediocridad?

Me divertía imaginando la evolución personal de cualquiera de ellos. El momento en el que habían decidido estudiar Bellas Artes, los motivos que les habían llevado a ello, la forma de plantearlo en casa para su financiación familiar, la consideración del individuo entre sus amistades… todos esos factores me resultaban interesantes.

Sobre todo porque cada uno por separado se habría definido sin duda como excepcional, pero… ¿cómo se pasa de eso a lo contrario? De ser una excepción en la vida familiar, social… a ser una más entre las infinitas excepciones que había en la Facultad de Bellas Artes[8], el salto cualitativo resultaba un salto en el vacío.

Imaginar a cada uno de ellos despuntando gracias a sus habilidades artísticas, para después pasar a formar parte de un colectivo que les despersonalizaba… resultaba una terapia de choque hasta cierto punto cruel.

Ver a aquellos pobres "genios" encerrados en las (j)aulas de la Facultad de Bellas Artes, lastimeros en la incomprensión del mundo, a mí me parecía ciertamente una lección de humildad.

Pero desgraciadamente para su formación humana y personal, tenían en la mente una especie de velo que les impedía asumir el mensaje. Quizás fuera el instinto de supervivencia del genio que todos llevamos dentro. Disfrazado muchas veces de despotismo o de altivez, de reivindicación de la supuesta singularidad… había latente en su carácter una especie de rechazo hacia cualquier lección que pudiera darles la vida[9].

El individuo de este perfil se ha hecho artista sólo para que la sociedad le permita extravagancias… como la de dormir en cualquier momento, en cualquier lugar. Que le sean permitidas cosas que al común de los mortales le están social y educacionalmente prohibidas. Es un supuesto genio… del capricho, pero sin un ápice de talento.

Los alumnos de Bellas Artes son unas criaturas tan carentes de educación en todos los sentidos… piensan que “aprender y olvidar” como propugna el famoso aserto surrealista[10] es lo mismo que “no haber sabido nunca”: lo que les ocurre a ellos.

CONTEXTUALIZACIÓN

Todas estas características, típicas de la Facultad de Bellas Artes, en principio pueden parecer repelentes explicadas así, de una forma fría y teórica, analítica. Sin embargo en el momento que uno se ve imbuido por la energía que desprende la creatividad sin límites, tiende a mimetizarse con el entorno. Saca a relucir la parte descarada, artística y contestataria que todos llevamos dentro.

El entorno es propicio y trastoca la escala de valores que uno utiliza durante su vida diaria en las relaciones humanas con gente normal. Bien pronto se da uno cuenta de que lo que ocurre en la Facultad de Bellas Artes no es extrapolable al resto del mundo. Ni al revés y por tanto la vida allí dentro acaba por convertirse en una burbuja irreal, en un microclima excepcional… lo que puede devenir esquizofrenia.

Pero cuando uno se encuentra zambullido allí inmerso desaparece el tiempo, da la impresión de que sólo existe el momento.

Para mí era un juego sin más. Algo así como un experimento antropológico que la vida me regalaba, la oportunidad de realizarlo con sólo traspasar esa frontera: la puerta de la Facultad de Bellas Artes.

Era otro país, regían otras normas en el comportamiento humano. Esto me permitía ponerme a prueba y contemplar la reacción de aquellas gentes atribuladas (aunque ellos no supieran que lo estaban).

DIVERTIMENTOS

Uno

Un día, por ejemplo, circunstancias excepcionales habían hecho que –por falta de tiempo– llevara demasiadas horas sin lavarme los dientes (plazos de entrega de trabajos, etc.) y por este motivo decidiera lavarme los dientes en la Facultad. Pero en lugar de ir al baño y proceder con la higiene bucal[11], aquel hábitat excepcional me indujo al experimento. Saqué cepillo, pasta… y me lavé los dientes mientras iba caminando por los pasillos.

En otro contexto aquello habría sido calificado como excentricidad, alteración mental o falta de respeto. Pero allí resultaba un divertimento para quienes se cruzaban conmigo entre aulas y salas varias: arrancaba sus sonrisas.

Paralelamente, con la boca llena de pasta y espuma, iba explicándoles a mis acompañantes que yo estaba realizando una performance improvisada. Podía parecer un simple lavado de dientes, pero tenía profundísimas implicaciones. Además del valor metafórico de haber devorado previamente a mi enemigo. Éste no era otro que el academicismo o la Facultad de Bellas Artes misma… si se me apuraba un poco, la Humanidad entera.

Era, ni más ni menos, un desplante social y cosmológico: ¿alguien podía decirme lo contrario? Me lo hubiera comido.

Esa posibilidad de trastocar lo habitual con la excusa del arte, de reivindicar lo necesario utilizando metáforas o máscaras, para mí resultaba ciertamente una tentación. Más que nada porque resultaba una especie de comodín, de “todo vale” que sólo requería la astucia suficiente como para poder justificarlo o argumentarlo. En mi caso una mina inagotable, como podrá comprobarse a continuación.

Una de las costumbres habituales entre el colectivo de belloartistas era intentar insertar la burbuja de Bellas Artes en la cotidianidad de los seres humanos normales.

Dos

A finales del ’96 un grupo de mis compañeros de clase organizó uno de esos eventos: con aires intelectuales y afán excepcional, que pretendía dejar clara la superioridad mental de los belloartistas con respecto al común de los mortales. La actividad consistía ni más ni menos que en una cena en restaurante chino. Hasta aquí todo normal ¿verdad?

Lo excepcional consistía en el ritual asociado al acto pedestre de la cena: gracias a una báscula, antes de entrar te personalizaban una etiqueta en la que figuraba tu nombre y tu peso… dejando un hueco que se rellenaría al salir, anotando tu peso tras el ágape.

Una forma de comprobar empíricamente que comer incrementa el peso. Una de esas cosas que tanto les encantan a los genios: demostrar que las perogrulladas tienen una justificación real, una base científica.

¡Cuántos pagados de sí mismos como los que organizaron aquella simpleza habitan la Facultad de Bellas Artes! Y si sólo les hubiera conocido allí… también eran población habitual en La Tapadera. Tan cegados por su propia ignorancia que alardeaban de sus carencias como si fueran una de sus ventajas o sus logros.

Cené, claro, como todos los comensales. Pero la luz rojiza del restaurante iba animando mis neuronas en medio de aquella velada insulsa y pretendidamente intelectual. Sin poder reprimirme por más tiempo, al llegar a los postres el aburrimiento me había alimentado mucho más que la cena, con diferencia.

Me acompañaba Nito: no paraba de reír con la conversación de ironía creciente que estábamos compartiendo. Así que cuando apareció el flan, ya me resultaba indiferente cualquier problema de protagonismo que pudiera plantearse.

Entre jolgorio propio y miradas ajenas le dedicamos un buen rato al asunto de tomar el flan sin cuchara, como se toma una H: aspirada. Y no era tanto el hecho en sí, sino más bien la parafernalia. Las carcajadas, la pose, el desafío, la atención de miradas ajenas preguntándose si aquello formaría parte del show y cómo se suponía que debían reaccionar ante ello.

Lo cierto es que la cena resultó divertida gracias a este episodio del flan. No sé cuánto engordé[12], pero si me hinché de algo no fue de arte, de flan ni de aire: aquella noche engordé de risa… expandí mi cerebro mucho más allá del sistema lunar.

Tres

Algunas anécdotas son reveladoras, como una radiografía. En cierta ocasión dos catedráticos de Bellas Artes caminaban por los pasillos de la Facultad. Uno de ellos se detuvo de improviso y le dijo al otro, mientras señalaba algo: “¿Ves lo que te decía el otro día? Esto es un buen ejemplo de las nuevas tendencias que se están imponiendo: limpieza de líneas, equilibrio en la composición, elementos elegidos tras mucha reflexión, pero que dan una apariencia informal, de improvisación”.

El otro miró el conjunto: eran elementos cotidianos para quienes trabajan en la remodelación de espacios, pero ciertamente su disposición resultaba sorprendente. Daban la impresión de ser algo más que una escalera y unos botes de pintura con sus correspondientes brochas. Un ejemplo de cómo el arte tiene siempre formas nuevas de expresarse según los parámetros contemporáneos.

“¿Te das cuenta del valor de esta instalación? Algo como esto sería para nosotros una buena presentación en ARCO o en la Documenta de Kassel. Imagino quién es el autor, porque he hablado de este tema muchas veces con él” –volvió a decir el primero. Y el segundo: “Sí, tienes razón… esto cambiará por completo la concepción de la instalación artística como elemento innovador en todos los ámbitos, sin duda”.

Mientras seguían entusiasmados en la contemplación de aquella obra, aparecieron dos operarios y se dirigieron hacia la instalación para empezar a trasladar los elementos que la componían. “¡¿Pero qué hacen?!” –gritó uno de los docentes, alterado. “Pos recoger las cosas, que ya hemos acabao el bocata y tenemos que pintar arriba…” –respondió el obrero cándidamente. “No, no, esto tiene que quedarse aquí, tal como está…” Y el otro trabajador: “Tié guasa… ¿y con qué hacemos lo nuestro?”

Los profesores se percataron de que no había remedio. Sólo había sido la casualidad lo que había hecho arte del instante. Sólo para sus ojos. Resignados, dejaron que todo siguiera su curso natural. Algún espectador malévolo que contempló la escena completa fue comentándola y dándole difusión, más que nada porque ilustra a la perfección la separación que existe entre la realidad, el arte y las aventuras mentales de alguno de sus preclaros cerebros.

Es más que un divorcio: es la demostración palmaria de que esta gente vive en otro planeta. En él no existe el Norte, se ha perdido sin remedio. Por eso están desorientados hasta el punto de naufragar en un fárrago de tonterías, con la firme convicción de que todo vale.

Con semejante infraestructura, ¿cómo podríamos esperar un monumento? A lo más, una montaña de desechos que recuerde lejanamente alguna obra clásica de la Historia del Arte: Archimboldo redivivo cambiando verduras por desperdicios.

CONCLUSIONES

De mi paso por la Facultad de Bellas Artes cabe legar ante todo un par de aprendizajes. El primero es un clásico pero requiere un mínimo detenimiento para el lector, porque significa mucho más de lo que expresa a primera vista. Tiene muchas implicaciones en múltiples planos de la realidad y de la vida. Es el que dice: “el color es dibujo al mismo tiempo”.

El segundo vale para la pintura, pero también para la vida misma. Demanda un tiempo por parte de la conciencia de quien lo lea, si es que realmente quiere asimilarlo. Es el que dice: “los oscuros oscurecen mucho más de lo que aclaran los claros”. Búsquese una interpretación maniquea y aplíquese sin remordimientos a cualquier hipótesis ética o estética. Sin duda, aportará un gran aprendizaje.



[1] No porque sea oficial, sino por la coincidencia en el gusto de quienes la componen, que de alguna manera comparten perfil.

[2] Edificio, infraestructuras, contenido, organización…

[3] Quienes tienen por misión enseñar y sus complementarios que han de aprender.

[4] Para todo lo demás clara, orgullosa y recíprocamente diferenciadas.

[5] Que pudiera resultar algo excepcional ante la mirada del visitante extemporáneo.

[6] Más o menos influida por el entorno.

[7] Tanto profesores como alumnos.

[8] Que por definición era una agrupación de ellas.

[9] Mucho menos un docente, superior en conocimientos sólo pretendidamente.

[10] Olvidar todo lo aprendido y empezar a soñar.

[11] Lo habitual, lo que habría hecho en un entorno normal.

[12] Según la etiqueta, casi 12 kilos. Evidentemente equivocada.

 

 

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