No recuerdo qué casualidades me llevaron una noche a la fiesta de un piso de estudiantes. Algún amigo segundo de los organizadores, seguramente. Sólo recuerdo que en ella estaba Esmeralda PUMA, una chica que estudiaba Bellas Artes. Se ofreció amablemente a mantenerme al corriente de apuntes y exámenes de asignaturas, así como los trabajos que había que elaborar.

Lo cierto es que yo me iba a vivir a Zarafshon y quería seguir estudiando la carrera desde la distancia. Esmeralda PUMA se prestó a colaborar y así lo hizo mientras duró la situación.

Era mi contacto con la Facultad, de la que me separaban muchos kilómetros. A Esmeralda PUMA tengo que agradecerle los pocos triunfos de mi trayectoria académica en ella.

Desde detrás de las lentillas que se encontraban pegadas a sus ojos azules, siempre me miraba con un deje a caballo entre el escepticismo y el desprecio. Al menos así me lo parecía, aunque nunca he querido dármelas de listo… voluntariamente, quiero decir.

Con el paso de los años acabé viviendo en ese mismo piso de la fiesta, que era el de la calle Conde Drácula… en él tendría lugar una etapa clave de mi vida.

Pero esto fue mucho después, cuando Esmeralda PUMA ya había desaparecido. Yo tomé el relevo de su habitación. Se llevó consigo ese aire elitista, de niña limpia que sospecha de las suciedades en mentes ajenas.

Quizá fuera pija, nunca lo he sabido. Pero a buen seguro ahora está casada y dando clases en un instituto.