GUSARAPO

Mûynoq

´86

´91

352

             

 

Las cosas del campo. Con aquel título aparentemente inofensivo, GUSARAPO nos enseñaba a citar bibliografía adecuadamente. Pero de contrabando venía lo demás: un rancio conservadurismo, un torpedo en la línea de flotación de nuestra ansia de aires nuevos.

GUSARAPO se había propuesto como objetivo desprestigiar todo aquello que no supiéramos clasificar, hasta hacerlo desaparecer de nuestro mundo real. Su planteamiento de la filosofía era aparentemente revolucionario y contestatario. Revisar por completo el mundo del saber y del arte, desmontar el andamiaje que sostiene artificialmente ese castillo de naipes.

Hasta aquí de acuerdo. Pero la trampa venía en la manera de hacerlo, porque él postulaba la reinvención desde lo “órphico-pitagórico”, las etimologías y… en último término abrazar la razón primigenia de todo lo verdaderamente originario. Lo llamaba Estética originaria y según GUSARAPO no era otra cosa que Dios.

¡Acabáramos! ¿Y para eso tanta zarandaja? Finalmente, el asunto era que la propuesta por GUSARAPO era una revolución teísta[1].

La trampa era la siguiente: según GUSARAPO, no estar de acuerdo con lo que hay significa, estar de acuerdo con él. Así de maniqueo y tendencioso. Eliminando las infinitas alternativas.

Ocurre, sin embargo, que su aparentemente revolucionario planteamiento escondía en realidad una involución hasta los orígenes, hasta lo platónico. Para GUSARAPO no era suficiente acabar con el último siglo. Quería de un plumazo terminar con más de 20.

Un disfraz de colorines, con subrayados estrambóticos: ése era su arsenal. A todo ello GUSARAPO dedicaba muchas horas y esfuerzo, con el objetivo de hacernos entrar por el aro igual que se hace con los leones, cuya energía[2] podría llegar a acabar con el circo.

GUSARAPO nos llenaba la cabeza con interpretaciones sesgadas de cualquier estética que se pusiera a su alcance, reduciéndola al idioma, la jerga que él había inventado a su medida. Empobreciéndola en un arcaísmo religioso nauseabundo.

Sus “teorías” eran una especie de piedra filosofal a la inversa, pues conseguían convertir en mierda cuanto tocaban. Contaminaban la esencia de lo intangible o inabarcable. Estrictamente hablando: la verdadera estética, la realidad… se le escapa incluso a Dios.

Pero GUSARAPO nos reconducía como pueda hacerse con el ganado. Como contenido de la asignatura que impartía, debíamos identificarnos con aquel autor que fuera de nuestra preferencia. El trabajo del curso consistía en reducir al autor de nuestra preferencia hasta el redil de GUSARAPO. Traducirlo a su lenguaje de impotencia.

En otras palabras, hacerle a GUSARAPO el trabajo sucio de ir recopilando autores de lo más variopinto. Hasta ponerle en bandeja el titánico esfuerzo de haber bombardeado la Historia del Arte al completo. Reducido éste a las cenizas de su teoría, tan pobre como su imaginación. “¡Mentalízate!” –le decía a quien tosía en clase. Al mismo tiempo le alargaba la mano ofreciéndole mentol recién sacado de la sotana. “¡Toma! ¡Que es un caramelo, no un camelo!” –recitaba mientras reía su propia gracia.

Bajo el disfraz de la cercanía humana latía un lobo con pretensiones de devorar nuestros pobres corazones. A los 20 años de edad admiraban el arte, sin el lastre de la racionalidad. Éste era nuestro crimen y el papel real de GUSARAPO en el patético panorama universitario.

Ni más ni menos que el complemento al resto de tareas de las diferentes asignaturas universitarias, encaminadas por definición a arrasar lo que han dado en llamar ignorancia. Dejando así al alumno mentalmente huérfano. Derruido su mundo particular sin otra alternativa que ese vacío disfrazado de totalidad.

Lo de GUSARAPO, para más delito, era vocacional. Una tarea titánica que se había impuesto a sí mismo. Reconducir a una juventud perdida. Hubo quien se tragó el anzuelo, como Fermín ALUBIA… su mente pereció chupada por aquel agujero negro. Para quienes estaban aún en el terreno incierto de la duda, reservaba los paseos por sus dominios. Te hacía ir al convento en el que vivía[3] y charlaba contigo mientras paseaba junto a ti[4]. Te machacaba la cabeza con sus teorías, como en una fragua. Pero sin acritud, amablemente: como si fuera un diálogo entre iguales, sin nada que ver con ese asunto tan peregrino de las notas.

Recorrer el claustro del convento o el huerto aledaño era de lo más habitual. Le gustaba enclaustrarte o llevarte al huerto, impunemente. ¡Cuántas horas perdidas entre los pegajosos hilos de su telaraña! Finalmente pude despegarme. No sé bien qué intuición me llevó por el dulce camino del exilio. Gracias a nuestras diferencias con la tesina.

Supongo que GUSARAPO seguirá engordando su enciclopedia y su ego. Recolectando acólitos para esa causa que no se verá jamás perdida. La que busca la perdición del hombre entre mil excusas disfrazadas. Esa indiscutible alienación que consiste en ponerse voluntariamente a merced de quien sea, renunciando a la lucha y abrazando la facilidad de cualquier fe.



[1] De ahí que yo me declarase antiestético originario, u originariamente antiestético. Contra-GUSARAPO.

[2] Debidamente encauzada.

[3] Era cura, no sé si ya lo había dicho…

[4] Por el lado bueno, con el ojo que veía, para tenerte bajo control.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta