Irene

 

Ojosazules

 

 ´87

366

 
             

 

Durante febrero del ’87 estuve encerrado en la Facultad de Filosofía. Noches en vela, organizando movilizaciones. A primera hora de la mañana, antes de recogerme a casa para dormir, uno de los días quedé con Marisa Tanatusias. Objetivo: tomar un café en algún bar junto a un parque.

Medio aletargado, cuando ya estaba llegando al bar: en el suelo, unos papelitos doblados… ¿sí? ¿no? Eran tres billetes de 20 € en su mínima expresión de volumen, casi invisibles. Me acababa de encontrar sesenta napos.

Así que cuando llegué al bar de la cita, cañas y tapas para toda la concurrencia. De ir a casa ¡nada de nada! Cañas y más cañas para iluminar la mañana. Además de Marisa Tanatusias vino más gente. Entre otras personas que no recuerdo, sin interés ninguno: se encontraba también Irene Ojosazules.

Daban igual su mandíbula prognática o sus maneras de niña pija. El azul de sus ojos invitaba a zambullirse a medida que transcurría la mañana. No sé cómo lo hice… si tuviera que repetirlo no podría… A eso de las 4 de la tarde, Irene Ojosazules y yo nos besábamos como quien se tira de cabeza a la piscina. Como si lo demás no importara.

Recuerdo ebrio cómo, al cruzar la frontera, brindábamos con bebidas francesas entre risas y ansiados besos anisados. La tarde y la noche fueron del mismo color. Una mezcla de Marie Brizard con sus ojos. Obviamente, yo estaba ebrio de vida. Por eso ni recuerdo la despedida.

Al día siguiente supe que en aquellas copas el hielo estaba preludiando la vuelta a la realidad… Irene Ojosazules quería hablar conmigo. Con La plaza como decorado, me dijo dulcemente, casi un anís: “Lo de ayer fue muy bonito y todo eso, pero yo… tengo mi vida. Adiós”.

Acepté sin rechistar, por supuesto… Para mí esto sólo era la confirmación de mis sospechas. Lo del día anterior había sido una excepción, un espejismo: casi un milagro.

Aquella mañana no fue dinero lo que encontré, sino el pasaporte hacia sus ojos.

Años después la vi, de lejos… inconfundible su mirada. Tomaba café en la plaza de un pueblo monumental. Iba acompañada de un señor que podía ser perfectamente su padre, su profesor, su amante… o los tres a la vez… Cualquiera menos yo mismo.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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