Javier 

Abuelastro

Samarcanda

 ´64

 ´93

389

 
             

 

Olor a aguardiente, baño rancio y jabón de afeitar. Olor a levantarse por costumbre y sin ganas, sabiendo que ya todo está perdido para uno y seguramente también para los demás. Humedad que se va metiendo por los huesos hasta llegar al cerebro.

En mi memoria se difuminan estas evocaciones, se dibujan porque Javier Abuelastro era su casa, se resumía en ella. Habitaban sus paredes las infinitas frustraciones que habían ido jalonando su vida. Ésta estuvo condenada en el ’36 a juntarse inevitablemente a la de Brígida Abuela, pues el marido de ésta[1] fue asesinado… quedando únicamente la posibilidad del levirato para sacar adelante a mi padre, que entonces contaba dos años de edad.

La otra opresión para la existencia de Javier Abuelastro fue una postguerra habitada por los fascistas. Estuvo condenado durante toda su vida a este arresto domiciliario que es la conciencia como único reducto: la conciencia arrinconada. Además debió soportar los anónimos[2] que le amenazaban de muerte por comunista. Prometían asesinarle igual que un día lo habían hecho con su hermano.

Javier Abuelastro nunca renunció a sus ideales, aunque se fueran diluyendo en un alcoholismo tan comprensible como condenable. De Javier Abuelastro partió sin duda la violencia doméstica que caracterizó la infancia de Valentín Padre y llegó hasta mí como violencia de segunda generación. En la creencia de Javier Abuelastro de que así me convertiría en alguien fuerte.

En semejante paisaje puede crecer la comprensión, pero nunca el cariño. Durante aquella época Javier Abuelastro se refugiaba en el huerto[3] donde daba rienda suelta a sus sueños, a cielo abierto… Después Brígida Abuela vendía las verduras a la puerta de su casa.

Finalmente, tras muchos años, Javier Abuelastro se marchitó en una residencia de ancianos en un pueblo cercano, cuyo nombre alucinógeno parecía un símbolo de conciencias alteradas… Bajo los auspicios de su hija Restituta Tía[4]. La resignación de ésta por ser conservadora y tener que hacer caridad con un elemento comunista.

En fin, los últimos días de Javier Abuelastro, demenciado y senil, debieron de transcurrir entre los paisajes de guerra que en su día me había contado[5] y los sueños ya imposibles de un país que le habría gustado tan distinto…

Durante su vida, a falta de enemigos reales con los que poder luchar por sus ideas… en su impotencia Javier Abuelastro acabó peleando con quienes en otras condiciones le habríamos querido.

Mis veranos infantiles para mí eran una peregrinación por los bares de Kagan. Buscaba a Javier Abuelastro mendigándole alguna limosna para chucherías… pero sólo encontraba un energúmeno de nariz hinchada por el vino barato. Me propinaba cachetes para regocijo de sus compañeros de partida. Yo buscaba amor, pero sólo encontraba violencia, incomprensión y chanza. Lo mismo que a Javier Abuelastro le pasara en su día, tantos años atrás.




[1] Bienvenido Abuelo, hermano de Javier Abuelastro.

[2] Alguna vez llegué a verlos.

[3] Una pequeña parcela cercana a Kagan.

[4] ¿Mi tiastra?

[5] Tal como contaba, un afligido soldado de Ghijduwon que repetía siempre “yo morro” hasta que realmente falleció de pena.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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