Jesús Miguel

CERO

   

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Lo que mejor le definía era la palabra comparsa. Jesús Miguel CERO siempre estaba presto a reírle las gracias a cualquiera. No es que tuviera buen humor. Es que deseaba encontrar cualquier excusa para soltar la carcajada. Y la tenía fácil, ciertamente.

Se había autoencomendado la tarea de ser un inseparable de Fermín ALUBIA, quien ya era el graciosillo por antonomasia. Jesús Miguel CERO sólo era un adolescente venido a más. Crecido físicamente, pero con la misma vacuidad cerebral propia de esa edad.

Le había gustado esa etapa de la vida y había decidido quedarse a vivir en ella, sin más que meditar. Por eso chirriaba un poco su presencia en la clase. Sí que era capaz de aprobar y seguir adelante en la carrera (de obstáculos), pero entre nosotros habitaba una duda razonable: ¿Jesús Miguel CERO alcanzaría a comprender el significado último de la filosofía?

Se iban sucediendo los días, los meses, los cursos… Jesús Miguel CERO no cambiaba, complacido como estaba con el papel que representaba. Autocomplacido en medio de su Nada.

Una vez traspasado el umbral, continuó siendo comparsa. De la manita de Fermín ALUBIA, ambos fueron a abrazar el clavo ardiendo de las teorías de GUSARAPO. Al fin… era una buena forma de no tener que pensar por uno mismo, que se lo dieran todo herméticamente masticado.

Allí se quedaron ambos, refocilándose entre conceptos nauseabundos y significados tergiversados. Jesús Miguel CERO pasó sin intermedios de la infancia a la vejez, aunque ni siquiera se diera cuenta. Es probable que se tenga a sí mismo por una persona madura, arropado por una jerga que en realidad deja aterido el intelecto.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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