K.O.

 Samarcanda

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K.O. tenía un carácter inquieto y desenfadado. Siempre una sonrisa a punto de aflorar y un comentario mordaz, daba igual el tema que se tratara.

K.O. era un tío al que con frecuencia podía encontrarse en cualquier bar, a cualquier hora. Formaba parte de eso que podríamos denominar genéricamente el decorado humano de la noche maracandesa. Siempre se apuntaba a una conversación crítica con cualquier aspecto de la realidad. Tenía el cerebro funcionando a todas horas… Seguramente era hiperactivo y precisamente por eso necesitaba emplearse de manera simultánea en varias tareas. Por lo general casi siempre eran: hacerse un porro, tomar una copa, seguir el ritmo de la música con alguna parte del cuerpo y pensar qué iba a hacer cuando terminase lo que estaba haciendo en ese momento.

Una personalidad proyectada hacia el futuro, sin duda. También al futuro académico, porque K.O. no tenía un pelo de tonto[1] y por tanto era capaz de conciliar: los vicios cotidianos, lo académico, las relaciones sociales, las inquietudes espirituales, los rollos de pareja y todo cuanto se le presentara… K.O. era un tipo multitarea al que si le faltaba alguna de ellas, se marchitaba un poco.

De una manera u otra siempre se encontraba metido en infinidad de proyectos: también musicales, porque en mi memoria le veo con unas baquetas en la mano, tocando la batería con empeño y concentración suficientes… No sé de qué grupo ni qué tipo de música hacían, pero seguramente era cañera y desenfadada[2], porque no podría haberla hecho de otro tipo. Se lo pedía el cuerpo y K.O. no era de esa gente que se amilana, sino que se dejaba llevar. Para regocijo propio y de sus acompañantes.

Resultaba difícil aburrirse a su lado. Siempre tenía un juego de palabras, una broma o una ocurrencia reciente que comentar. A punto de aflorar, traerla a colación de la conversación. Con la agilidad mental característica de su personalidad.

Lo que siempre me quedará como duda es si aquellos comportamientos ocurrentes, creativos y desenfadados eran “gracias a” o “a pesar de” la cantidad de droga que consumía… aunque ciertamente resulta indiferente, porque en lo cotidiano de su trato el motivo de que actuara como lo hacía era totalmente secundario. Lo realmente importante era lo positivo que significaba encontrarse con K.O. inesperadamente… o quedar con él para cualquier evento, por muy superficial que pareciese.

K.O. tenía una capacidad, un don: convertir lo más normal y cotidiano en un hecho recordable. Con toda seguridad al poco tiempo no recordabas en qué había consistido[3], pero ya lo habías integrado en tu pasado y tu personalidad. Con la carga positiva de los episodios memorables. Aunque ya sólo fuera cáscara o recuerdo abstracto, era un orgullo que echarse al currículum.

Sin duda la presencia de K.O. hacía del mundo y de la noche maracandesa algo infinitamente más amable. Si no hubiera existido habría sido necesario inventarle… como acompañamiento permanente para esos momentos en los que uno tiende a desfallecer a lo largo de la existencia.

Quizás por eso a veces daba la impresión de que K.O. era la proyección de mil afanes. Un invento del imaginario colectivo encarnado en persona, igual que se hacen realidad los deseos cuando se le piden al genio de la lámpara. Aunque no lo creo, porque tenía la suficiente personalidad e iniciativa como para poseer entidad propia. Y bien diferenciada del resto de los mortales.

La última vez que le vi había engordado mucho. Casi tanto como mi memoria.




[1] Creo que lo suyo era la Filología inglesa, aunque no podría jurarlo.

[2] ¿Acaso era el mismo grupo de Jesús Rocker?

[3] Una especie de amnesia simpática provocada seguramente por el humo de sus porros.

 

 

Sonido

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