Laura

 

Medievales

 

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De entre la infinidad de personajes de todos los pelajes que circulaban por los mercados medievales, podría hacerse una clasificación psicológica. Establecer científicamente una taxonomía que nos acercara a comportamientos y actitudes humanas en condiciones extremas, pero no se trata de eso aquí y ahora: éste no es un tratado ni pretende serlo. Suficiente motivo para dejar de lado prácticamente a la totalidad de los personajes de los que hablo impersonalmente. Pertenecen a otra dimensión espacio-temporal.

Pero el asunto de Laura Medievales era diferente en muchos sentidos. Se trataba de una señora entrada en años, originaria de Tûrtkûl por más señas, simpática y con aspecto de matrona[1] cuyo oficio era el de pitonisa. Había elegido éste entre el abanico de profesiones que se practicaban en los mercados medievales.

Laura Medievales, vestida de zíngara, disfrazada de gitana o uniformada de adivina (dígase como se quiera) movía con soltura sus manos pequeñas y ágiles, desmenuzando las cartas del tarot[2] sobre la mesa como si estuviera esparciendo sobre el fieltro verde las entrañas de algún ave. Pero más que aquella soltura en el oficio[3], lo que llamaba la atención en Laura Medievales era su maestría escanciando la sidra en los establecimientos al uso… y la soltura con que se la bebía. “Tirando culines” en la sidrería y compartiendo después esa longitud de onda que le proporciona la sidra al cerebro. Hermanando conversaciones, disfrutando de esos momentos de la vida en los que ya te da igual la hora que sea o la corrección lingüística de las palabras que sorprendentemente se atropellan al querer salir por tu boca.

Era uno de esos días y caminábamos por alguna calle de algún sitio de Tûrtkûl a la hora de luz indefinida que delata la mentira del tiempo. De esa herramienta inexistente inventada para hacernos creer que la vida es una máquina y el hombre otra a su servicio. Laura Medievales nos enseñó un local. Era el bar en el que trabajaba su marido[4]. Ante nuestra sorpresa, nos explicó: “Sí, es que yo una vez fui rica…” Carcajada general provocada por su risa, inmediata y contagiosa tras la sentencia que ajusticiaba impunemente cualquier orden social.

Después lo explicó con detalle… no sé qué enredos de herencias y ruinas… Puede que incluso fuera cierto, pero llegados a este punto ya resultaba del todo indiferente. El mercado medieval, las circunstancias, la noche, la vida… nos había regalado ese momento. Ese “puntillo” sólo comprensible para quien alguna vez haya compartido un hábitat similar, codo con codo entre espíritus afines… cuando la sociedad y sus inventos artificiales ya se han desmoronado como la decoración de cartón-piedra que son.




[1] En otro contexto social, seguramente habría sido matriarca.

[2] Desde el ’93 hasta el ’99, cada vez que me leían las cartas del tarot, éstas siempre me pedían paciencia… Llegó un momento en que por repetitivo, no volví a hacer el experimento de dejármelas leer. Quizá éste sea el año adecuado o propicio… o el que viene.

[3] Independientemente de su capacidad adivinatoria.

[4] Y ella misma cuando no se encontraba haciendo ruta de mercados.

 

 

Sonido

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