Maximina

 

Enano

 

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Maximina Enano era una chica normal, de cuerpo más o menos asexuado, que durante su más tierna juventud había caído en las zarpas de la droga. Bueno, más bien de los camellos que trapicheaban con ella en la zona donde vivía entonces Maximina Enano: Jizzakh.

Cuando yo la conocí, Maximina Enano estaba saliendo de aquel infierno e intentaba llevar una vida normal: estudiar, leer, trabajar. Como ayudante de fatigas, compañero de piso y de polvos, tenía a Eugenio LEJÍA, quien también tuvo sus escarceos con el jaco, pero parecía ya rehabilitado. Formaban una curiosa pareja. Maximina Enano era tan simple como interesante, pero gracias a la gastronomía daba juego antropológico, motivada por Eugenio LEJÍA.

Juntos estuvieron trabajando en la costa. De vuelta a la vida esteparia llevaban un ritmo casi conyugal. Jugaban entre otros entretenimientos a ponerse motes. En un pulso psicológico alrededor del mundo de Pedro Picapiedra, a Maximina Enano le había quedado éste.

En su domicilio tuvimos nuestros buenos encuentros alcohólicos… Durante uno de ellos, en un momento de inspiración motivado por el ambiente propiciatorio, le regalé a Maximina Enano un verso: “Decir tu nombre es besar el aire dos veces”.

En aquellas jornadas gastronómico-etílicas sin calendario… participaron elementos de lo más variopinto. Heidi GEMIDO, Valentín Hermano, algunos amigos de Maximina Enano… entre ellos una chica que quería ser monja y a la que me empeñé sin éxito en quitar de la cabeza aquella descabellada idea a golpes de sexo. Empeño infructuoso. En el fondo quizá sólo fuera teórico, no lo recuerdo…

La última vez que supe de Maximina Enano ya había huido de aquel infierno, estaba trabajando en la montaña que mira hacia Europa. Un buen microclima con el que deshacerse de los lastres de Jizzakh.

 

 

Sonido

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