Muñecoide

 

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Era compañero de clase. Aunque sin un origen recordable en concreto, había acabado entre nuestras filas. Sólo esto ya le convertía en especial: haber traspasado el umbral, decidido a convertirse en uno de los nuestros.

El pasado de alguien siempre es caprichoso, pero más aún cuando le ha conducido hasta el paraje innombrable que es un aula de la Facultad de Filosofía. Para contemplar la esencia de ese paisaje no basta llegar un día y hacer la fotografía. Con toda seguridad resulta el corolario de un proceso misterioso. Es el que lleva a un individuo a recalar en semejante puerto: deshabitado, ruinoso, casi apocalíptico.

Pero allí no preguntábamos psicoanalíticamente. Sólo convivíamos. Y él disfrutaba entre nosotros, sobre eso no cabe duda. Coincidíamos más en los bares que en la Facultad de Filosofía y esto nos abocaba a una camaradería difícil de comprender con la luz del día.

Apuntes y libros corrían sin mesura entre sus manos y las nuestras. Así nació su apodo… Un día Jesús Manuel LAGO dijo: “–Oye, ¿te ha devuelto los apuntes el tío ése?” “–¿Quién?” “–Ése que tiene la cara como de plástico, que parece un muñecoide”. Más que nada se trataba de nuestra ignorancia, por desconocer su nombre. Pero teníamos el cerebro ocupado por ítems más importantes. Así trascendió la jornada entre risas y otras complicidades.

Poco a poco, el muñecoide desapareció como había venido. Silenciosamente, con un sigilo no buscado. Algunos meses después le encontré detrás de una barra: en un bar nocturno de Kagan, sirviendo copas. Saludos efusivos, explicaciones convulsas y fácilmente olvidables… más que nada por la hora.

Ya no volví a verle jamás, de eso estoy seguro. Su rostro haría saltar el resorte de mi memoria si me le encontrase de nuevo. Con toda naturalidad, seguro que pensaría: ¡el muñecoide!

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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