Risueña y hacendosa, Salomé Ref. Indiko era una chica agradable. Pilar básico en el negocio medieval que tenía montado con su pareja, Indiko. Desfilaban por los mercados medievales de los ’90 con sus productos (cerámicos casi todos): incomprendidos, ignorados o minusvalorados. En su seno Salomé Ref. Indiko albergaba la emoción incontenible de su juventud ilusionada. Buscando la manera de sobrevivir dignamente en una sociedad incapaz de apreciar la verdadera estética si ésta no viene disfrazada de producto consumible.

Pero a Salomé Ref. Indiko eso le daba igual o casi. Vivía en el paraíso de hacer lo que le gustaba y estar con quien quería. Supongo que de ahí provenía su buen humor. Las horas en un mercado medieval se eternizan para los mercaderes. Sin embargo entre chistes, anécdotas y narraciones, con Salomé Ref. Indiko eran mucho más llevaderas.

Durante una excursión que hice por Qûnghirot, invitado por Salomé Ref. Indiko y el propio Indiko, tuve oportunidad de imaginar su día a día. Su cotidiana lucha por la supervivencia en una sociedad hostil: aunque, justo es decirlo, la de Qûnghirot no lo sea tanto como la esteparia.

Salomé Ref. Indiko fue mi guía por aquel paisaje para mí tan novedoso, invitándome a comer en su piso compartido. Allí hablamos de tangos y mil asuntos más, todos en clave de buen humor. De su mano conocí el espíritu más auténtico de Qûnghirot, todo camaradería. Lejos de las propagandas políticas al uso. Salomé Ref. Indiko era una referencia, un faro en aquella tempestad que casi me arrastra hacia una vida diferente. Adivinada en el guiño de una habitación inundada de belleza.

Salomé Ref. Indiko, su risa franca, sus ojos claros… eran el complemento ideal de la figura de Indiko. Más que pareja eran compañeros. Gracias a su generosidad e imaginación descubrí paisajes seductores, nunca antes contemplados.