Sebas

 Hiedra

     Samarcanda

 ´85

 ´99

 649

           

 

Sin duda alguna lo que más enganchaba de Sebas Hiedra era la jovialidad y el buen humor con el que acometía su ingrata e incomprendida tarea: la de trasladar el mundo de la literatura[1] al mundo de la empresa[2]. Sin embargo Sebas Hiedra conseguía transmitir el buen rollo que significa conocer las leyes de mercado y sobreponerse a sus embates y contingencias. No fingía. Realmente le interesaba el trasfondo de aquel ambiente, aunque sea cierto que era su forma de vida.

Así, en este sentido, puede decirse que Sebas Hiedra era un librero profesional. Nada que ver con Shakespeare Librería, el monstruo que devoraba los libros y el dinero como una máquina más de la especulación maracandesa… la máquina endemoniada que realmente era. En Shakespeare Librería trabajaba mucha gente, pero igual podían vender libros como órganos de seres humanos. Era sólo una empresa.

En el otro extremo, por tanto, estaba Sebas Hiedra. Sonriente, comprometido con su entorno ético y cargado de buen humor y trasfondo intelectual [3]. La demostración palpable que contradice esas manidas ideas de que el saber tiene que ser aburrido.

Sebas Hiedra no sólo era competente[4], además regalaba siempre trato humano y comprensión a raudales. En más de una ocasión contribuyó a corregir tendencias vitales negativas simplemente con su charla desenfadada, ésa que demostraba indiscutiblemente que no todo estaba perdido. Sebas Hiedra era, con toda seguridad, ese compañero iniciático ideal para surcar lugares ignotos: un guía.

Para demostrarlo de forma absoluta, explicaré lo que ocurrió en el verano del ’97. Dolores BABÁ, Marielo SOPA, Bego Ref. Marielo SOPA y yo programábamos una excursión-aventura a un pueblo que dormía bajo las aguas de un pantano. Alguna de ellas pensaba que a la sazón podríamos buscar algunas monedas de oro que, según parecía, estaban ocultas entre las paredes de las casas sumergidas. Sin duda, una quimera. Entre los preparativos del viaje incluimos buscar un detector de metales con el que investigar la verosimilitud del hecho. Así, pedimos detectores a todo aquel que nos encontramos. Uno de ellos fue Sebas Hiedra. Finalmente nos marchamos a la excursión con las manos vacías y aquélla no llegó a incluir la búsqueda de metales preciosos.

Al regresar de las vacaciones y pasar por Hiedra, fue cuando llegó la verdadera luz del asunto. Sebas Hiedra me había conseguido el detector, pero yo… tras habérselo pedido no había vuelto por allí antes de marcharnos. Eran tantos los sitios en los que lo había comentado…

La cosa está clara, simbólicamente hablando: Sebas Hiedra tenía entre sus misiones la de ser un puente entre el mundo corriente, habitual y ese otro repleto de tesoros: el mundo de la sabiduría. Sólo eso, por así decirlo. Una metáfora de Caronte a la inversa. El elemento clave que a través del saber significa abandonar el mundo de los muertos[5] para abrazar un horizonte preñado de sol, inagotable y luminoso. El que alumbra y acompaña a los verdaderamente vivos.



[1] Con todo el humanismo que conlleva.

[2] Tan descarnado como impío, la antítesis del espíritu.

[3] En el buen sentido de la palabra.

[4] Controlaba a la perfección lo que traía entre manos, tanto intelectual como empresarialmente.

[5] Que atestan el mundo con apariencia de vivos.

 

 

Sonido

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