Dolores

BABÁ

 

Kagan

´91

´98

283

             

 

INTRODUCCIÓN

¿Cómo empieza una historia, cuándo tiene lugar la frontera temporal que separa el antes y el después? Generalmente los episodios que renuevan nuestra vida, que modifican a fondo nuestra cotidianidad… aparecen como meras anécdotas, aunque posteriormente den al traste con el orden anterior.

Así ocurrió con la llegada de Dolores BABÁ a mi vida. Era una época en la cual yo estaba receptivo, tras la confusa etapa experimental de mi vida universitaria. Si bien ésta fue caótica por imprevisible, contribuyó a que se clarificaran mis prioridades[1].

En otras palabras, yo estaba “maduro para abordar una experiencia de pareja”. Quisieron la casualidad, la coincidencia o el Destino… que la primavera del ’91 fuera el momento. Una noche como otra cualquiera entre las múltiples que jalonaban mi insulsa y ávida existencia, llegué al Anillos con la dosis justa de alcohol. Aquélla que me permitía percibir el mundo de forma más amable a como lo hacía sereno y consciente. Ligeramente borracho, le concedí a la vida el beneficio de la duda.

Allí, entre las mesas y cervezas, estaba Maika GRECA con su pandilla de amig@s: bailaban, charlaban, bebían… en fin, exprimían la noche.

Con alguna excusa menor, Dolores BABÁ y yo nos presentamos mientras las cosas seguían su cauce habitual de descontrol y roles sociales. Puede que charláramos un rato sobre algún acontecimiento sin importancia, alguna excusa… la realidad es que Dolores BABÁ estaba aproximadamente tan borracha como yo. En ese plano astral debieron de coincidir nuestros respectivos universos… De forma que al rato, ya desinhibidos y creyéndonos dueños de nuestros actos: acabamos dándonos un morreo de los que suelen practicar los borrachos. Como si se acabara el mundo, cuando en realidad ya estaba acabado.

Recuerdo haberle pedido permiso entre besos para decirle que la quería. Seguramente a Dolores BABÁ le pareció tan respetuoso y romántico como idílico. No sólo me dio permiso, sino que además me dijo su teléfono. Puede que esto parezca algo menor, pero en aquella época yo hacía ejercicios memorísticos de este tipo[2]. Así que me resultó relativamente sencillo crear ese puente levadizo… el que unía la noche en que nos conocimos con la mañana siguiente. A través del foso atestado de resacas y arrepentimientos que los separaban.

Sucedió de esta manera: al día siguiente la llamé por teléfono y quedamos para tomar un poleo. Dolores BABÁ, sorprendida por el hecho de que yo quisiera volver a verla… más que por mi capacidad memorística. Y yo como admirado de sentirme un instrumento al servicio de fuerzas desconocidas, extrañas.

Fue el inicio de una relación que duró siete años, con los correspondientes altibajos y dudas que puedan imaginarse. En esencia, podría decirse que éramos incompatibles pero nos negábamos la evidencia. Nos resistíamos a semejante determinismo. Cada uno por su parte modificaba sus pautas de comportamiento, hasta llegar a un terreno “común” que no satisfacía a ninguno de los dos, pero era el único lugar de encuentro posible. Como suele suceder en un alto porcentaje de parejas al uso.

Una noche, al quedarme en su casa a dormir… me regaló un blíster con cepillo de dientes y maquinilla de afeitar: ¿aquello era una declaración de principios, de intenciones o de amor? Quizá las tres juntas. Con el paso del tiempo, un símbolo: nuestro amor duró lo mismo que aquel blíster. Ambos resultaron ser de un solo uso… prolongado artificialmente, con lo que eso tiene de deterioro.

Quizás en el fondo aquella relación sólo fuera una anécdota… pero en esencia se trataba de una pérdida de tiempo. Sin embargo, tenía la suficiente carga de aprendizaje para que a ambos nos resultase aleccionador. Definitivo para cada uno por su parte. Nos serviría como propedéutica, para no volver a caer en ese mismo error en el futuro. En fin, toda experiencia negativa tiene esto de positivo: que se aprende de los errores[3].

En conjunto aquélla fue una experiencia negativa para ambos: una dura enseñanza. Muchas veces las experiencias positivas son incapaces de hacernos recapacitar sobre la realidad y nuestra condición humana… por estar en exceso edulcoradas.

Encuentros y desregalos, regalos y desencuentros. Muchas veces con una frontera tan frágil como la que separa la ilusión del llanto, las buenas intenciones de los equívocos. Así discurrían nuestros días, con los altibajos propios de la vida humana.

Reducir siete años a unas páginas resulta poco menos que imposible, además de injusto… puesto que hay que elegir entre la abstracción y la casuística con valor simbólico. O combinar ambas técnicas, que es lo que intentaré a continuación para dar las pinceladas impresionistas que permitan una visión de conjunto de semejante cuadro.

SU INFANCIA

Dolores BABÁ resultaba apocada por sus lastres educacionales. Pero se trataba de un paisaje para ella conocido, en el que se encontraba protegida. Si alguna vez le disgustó, ya lo había olvidado. Se habían hecho inseparables, entre otras cosas por la experiencia de los años.

Las amistades infantiles y juveniles habían contribuido a amortiguar el conflicto. Téngase en cuenta que Dolores BABÁ permaneció hasta los 18 años en el pueblo, viviendo con sus padres y yendo al instituto de Kagan.

El cambio real se produjo después, en la UdeS. Pero para entonces la vida de Dolores BABÁ ya era otra cosa menos auténtica, amortiguada. El grupo de amigas que habían compartido durante esos años tantos acontecimientos importantes a nivel individual, resultaba una pandilla inseparable de Kagan y aledaños, con el submundo que esto conlleva[4].

SU FAMILIA

Más allá de un padre alcohólico y putero, más allá de una madre pusilánime y apocada, subyugada por el primitivismo del marido y la guillotina de su educación sumisa… había una telaraña inmaterial que impedía a Dolores BABÁ pensar con claridad sobre la vida, el futuro y la realidad completa.

Por si todo esto fuera poco, sus hermanos no estaban en mejor posición que ella:

Otilio BABÁ era el único salvable, porque se había marchado al mundo alternativo de las Ciencias Exactas.

Pero Narciso BABÁ: sin estudios ni ganas o capacidad para ellos, girando en la órbita de las pizzas… o Camilo BABÁ, que abrazó el Derecho como quien se agarra a un clavo ardiendo para no tener que usar el cerebro. Ambos eran sólo alternativas de su misma realidad, tan frustrante como imposible.

SU MADUREZ

Así había ido transcurriendo la educación sentimental de Dolores BABÁ. Palos de ciego, repetición de esquemas apolillados, asfixia constante en todos los planos. En definitiva, era lo que podríamos llamar una persona normal: más que nada por lo común de su carácter, no por la sanidad derivada del vocablo.

De ahí se sigue directamente la forma de autodefensa que tiene cualquier persona en una situación semejante. Negar cualquier alternativa significa reafirmarse, aunque tras el propio yo sólo haya vacío. Por lo tanto, para Dolores BABÁ cualquier replanteamiento de la vida, las relaciones, los sentimientos o la realidad en su conjunto: estaba descalificado de principio. Es el miedo a lo desconocido. El vértigo del abismo. Asomarse a una vida diferente a la que uno ha aprendido, la heredada y controlada.

Por mucho que uno sepa… llega un momento de su existencia en el que se hace la luz. Ese instante mítico y mágico en el que uno, a solas consigo mismo, piensa: la vida es otra cosa. Entonces es cuando la descubre y empieza a vivirla realmente. Comprende que todo hasta ese momento han sido instrumentos necesarios para llegar al descubrimiento. Pero una vez alcanzado éste, deben desaparecer porque ya han cumplido su misión: están superados.

Dicho trance, episodio o acontecimiento… es lo que podríamos llamar “principio de individuación”. Algo que a muchas personas no llega a sucederles jamás, como es el caso de Dolores BABÁ. Su capacidad no se lo permite, ahogada como está entre infinidad de pesos muertos.

Lo más cerca que Dolores BABÁ llegó a estar de dicha luz fue durante su adolescencia. Aquel verano llegó a su vida una chica mexicana que le abrió las puertas de la percepción, regalándole infinitas dimensiones. Le selló el pasaporte para descubrir otra realidad. Es la que comparte soporte físico con la que heredamos, pero significa un viaje de años-luz. Ya en esta ocasión Dolores BABÁ se había negado a sí misma la posibilidad de viajar así. Puso su conciencia bajo llave… con el fin de impedir que las cosas la superaran, se le escaparan de las manos.

Lo que se llama autodominio generalmente sólo es autocensura. Así, usando parámetros conocidos como herramientas destructoras, le puso a la situación una etiqueta sexual. La calificó como episodio de lesbianismo… así se alejó para siempre de una dimensión que le resultaba incontrolable. Es probable que el sexo también estuviera presente, teniendo en cuenta su edad cuando sucedió el episodio. Pero no puede juzgarse al todo por la parte.

Sin duda allí estuvo la oportunidad de crecimiento para Dolores BABÁ. Pero ella se negó a seguir aquel camino. Prefirió el pozo que es aceptar la herencia de forma acrítica. ¡Como si el mundo no tuviera que mejorar!… como si no fuera susceptible de ser modificado.

Es la peor versión del conservadurismo: el autodestructivo y conformista. Por todo eso Dolores BABÁ vivía en un pozo. El que ella había elegido: por miedo a vivir realmente, por el temor al abismo y al vacío que late en cualquier salto mortal. Detrás había una nueva vida: sólo eso es la muerte.

Por lo que se refiere a sus aspiraciones intelectuales, éstas fueron redirigidas desde un gusto o afinidad por la Filología inglesa hasta la búsqueda pragmática de la aplicación laboral de las mismas, licenciándose con finalidad docente.

NIÑAS MUERTAS

A partir de las narraciones de Dolores BABÁ sobre aquellos años y de mis deducciones sobre el contenido de las relaciones humanas de la pandilla, las bauticé con el sobrenombre de “niñas muertas”. Se trataba de un ambiente claustrofóbico que les había impedido desarrollar su niñez con normalidad. Principalmente por los lastres educacionales e imposiciones sociales de la época.

Pero también por las variedades diatópicas derivadas de la zona geográfica de Kagan y su ámbito de influencia. Una idiosincrasia sin parangón. Hasta matar su niñez en esencia, lastrando indefectiblemente su futuro. Éste era una especie de morgue. Si en ella daba la impresión de que había gente viva, era porque reinaban los zombis complacidos de serlo. El mismo movimiento aparente de un cadáver cuando desde el interior le devoran los gusanos.

Las “niñas muertas” eran muchas y muy diferentes: Magdalena HURAÑA, Nadia Ref. Dolores BABÁ, Carmen Ref. Dolores BABÁ, Maika GRECA, Mónica Ref. Dolores BABÁ, Miriam Ref. Dolores BABÁ… Cada una con su historia personal más o menos sórdida hasta sublimar la inexistencia. Pero con la impronta de sus seres anulados: incapaces ya para la vida por haber sido tronchadas en el momento de brotar.

Después cada una siguió su camino, hicieron todas su vida… o plasmaron en cifras y nombres la condena de una muerte aceptada. Bendecida por algunos innombrables sectores de la sociedad, la religión y el pensamiento. Así, Dolores BABÁ era una más de las “niñas muertas”, incapaz de realizarse como persona.

M.U.C.HO.

Dolores BABÁ y sus amigas vivían en una realidad alternativa: construida con los restos del naufragio heredado… Pero repetían los esquemas; sus únicas referencias, por ser incapaces de inventar ellas un mundo nuevo. ¿Acaso es reprochable… o sólo el corolario de una condena?

Para todas ellas, el grupo de amigas adolescentes, tenía un nombre acróstico: simultáneamente resultaba ser declaración de principios, así como repetición de errores ancestrales, heredados y ajenos… apropiados (en ambos sentidos de la palabra).

Se hacían llamar M.U.C.HO. (Mujeres Unidas Contra los HOmbres). En los ratos de euforia este tierno corporativismo les servía para gritar “¡Somos mucho!”: como búsqueda de una liberación que nunca llegaría… porque no estaba ahí.

SEXO

Durante aquella neblina adolescente y caótica, Dolores BABÁ y yo descubrimos el sexo como al descuido. Igual que los niños hacen experimentos químicos en el fregadero de casa. En primer lugar porque nos faltaba mucha información al respecto: la que teníamos cada uno por nuestra parte era tan escasa como errónea.

Procedíamos de dos respectivas familias ancladas en el oscurantismo de costumbres ancestrales, casi primitivas. Sólo estaban ligeramente alumbradas por el cambio de mentalidad típico de la época, que a ambos núcleos les venía grande. Llamémoslo sin más “chapuza educativa”… con lo que esto conlleva muchas veces de: conocimientos erróneos, prácticas inadecuadas e incapacidad para optimizar los recursos.

Su anorgasmia y mi hematuria fueron determinantes para dar al traste con el posible éxito carnal de la empresa, que resultó un constante despropósito. La experiencia previa de Dolores BABÁ en el mundo del sexo[5] se reducía al intento de violación que había sufrido en el portal de su casa, en Samarcanda[6] y a la absoluta condena de todo aquello que tuviera que ver con el sexo: la educación familiar recibida[7].

Dolores BABÁ era tímida y pusilánime, apocada y con multitud de complejos. En gran medida representaba todo aquello de lo que yo abominaba… En el mundo del sexo no servía en absoluto como trampolín para desarrollar mis potencialidades, sino más bien lo contrario: un lastre. Yo anteponía lo emotivo, el afán de cercanía que nos invadía a ambos… El resultado convertía para mí todo lo negativo de Dolores BABÁ en una especie de reto. Me lo imponía yo a mí mismo. De esta manera yo solito me negaba la evidencia, convirtiéndola en otra cosa.

ALEJAMIENTOS

A pesar de que desde el principio resultó evidente para ambos la incompatibilidad de nuestras respectivas formas de ver el mundo, nos fuimos turnando para negar esa evidencia.

  1. ME DEJA

A veces las circunstancias ayudaron al curso de los acontecimientos, casi como una predestinación. Por ejemplo, desde Zarafshon… donde Dolores BABÁ había solicitado destino laboral para alejarse de mí.

Forzó el silencio por todos los medios: para conseguir nuestra separación. Finalmente cedió a mis llamadas y telegramas. En una de las ocasiones, mientras hablábamos por teléfono… una de sus compañeras de piso irrumpió en la habitación, dando al traste con la coartada de locutorio que Dolores BABÁ había preparado. A partir de ese momento, la reconciliación.

  1. LA DEJO

En otra de las ocasiones fui yo quien decidió un final que en último término no llegaría a producirse. Tras frías y razonadas reflexiones, más la ayuda circunstancial de algún escarceo erótico externo que me resultó clarificador… También las conversaciones con Alejandro Marcelino BOFE en Chimbay… Decidí dar por acabada la relación: pero Dolores BABÁ me pidió desesperadamente otra oportunidad y accedí.

  1. NOS DEJAMOS

El final real llegó como una especie de pacto implícito. Durante el verano del ’98 de vacaciones en Angren. El desencadenante fue su silencio de días, sin que hubiera mediado motivo previo alguno. Estábamos en casa de Joaquín Marqués y Dolores BABÁ simplemente dejó de hablarme. Joaquín Marqués alucinaba, porque en el aislamiento del campo resultaba aún más evidente que no quería comunicación de ningún tipo conmigo. Involuntaria y pasivamente accedí a semejante situación. Con la convicción de que aquel silencio entre nosotros traía consigo la conclusión de que ya estaba dicho todo. Sólo eso; todo eso. Las horas que duró el viaje de vuelta desde Qûqon fueron un silencio eterno, de común e implícito acuerdo.

Al cerrar la puerta del coche, ya de vuelta en Samarcanda, supe que estaba asistiendo a la clausura de la relación. Sin culpables: como un proceso natural que hace evolucionar los acontecimientos de determinada manera.

Así fue posible: de formas unilaterales ya se había mostrado imposible, tanto por su parte como por la mía. Quizás por miedo a la soledad, al horror vacui de un futuro incierto. A pesar de que ambos éramos conscientes de una incompatibilidad que iba más allá de la visión cosmológica que nos separaba.

BALANCE

Para mí aquellos siete años fueron algo más que una prueba o un experimento. Resultaron un retoque[8], tras haberme autoimpuesto la tarea de ser una persona normal, una pareja normal.

Un experimento conmigo mismo: tantear la normalidad, por si estaba equivocado y en realidad era tan mediocre como creía no ser. En el fondo, más que amor, lo que yo sentía por Dolores BABÁ era autocompasión.

Si laboral y conyugalmente me puse entre la espada y la pared, desde fuera vinieron las circunstancias para desmentir la hipótesis inicial. Por eso el ’98 fue tan determinante: vino a demostrarme de múltiples maneras que mi vida no podía ser aquélla.

A pesar de que yo me empecinara en fluir por los derroteros amargos de aquellos mundos, las circunstancias me perseguían. Se empeñaban coléricas en hacerme ver el error de semejante cabezonería. Amenazaban con perseguirme más allá de las dimensiones…

Finalmente acepté una derrota que en realidad supuso una victoria. La de superar aquel decorado de cartón-piedra que me venía pequeño: hasta alcanzar una rampa de lanzamiento. Con un impulso inusitado me llevó a años-luz[9] de aquel paisaje que erróneamente alguna vez me pareció el mío… cuando sólo era el trampolín necesario para acceder a mi verdadera vida.

EVOLUCIÓN DE LA RELACIÓN – DECLIVE

Entre Dolores BABÁ y yo por tanto, había una conciencia permanente de provisionalidad[10]. Al inicio de nuestra relación, allá por el ’91: cada uno por su parte y con argumentos distintos, negábamos el hecho de tener pareja.

Dolores BABÁ se negaba a reconocerse como emparejada, pues con ello se veía abocada a repetir unos esquemas que conducirían indefectiblemente hacia su infelicidad. Eran aquéllos que había aprendido en su familia, la convivencia alienante en la que había crecido. Un núcleo fundamentalmente desestructurado que se sostenía simplemente por la inercia, las convenciones sociales.

Por mi parte, me refería a ella como “pseudonovia”: un poco por continuar con el rol social que ya se me conocía en los ambientes académico-amistosos[11], el de desarraigado. Otro poco por el miedo al fracaso que adivinaba como punto de llegada de esa relación. Si negaba la relación como tal, el fracaso tampoco lo sería tanto.

Téngase en cuenta además que nuestra edad sólo nos permitía analizar los hechos con un horizonte limitado. Más allá de las excursiones por las geografías (uzbeka, francesa, cubana…), la nuestra en sentido estricto era una relación de andar por casa.

Cada uno exploraba con cierto goce el universo del otro. El placer procedía de tratarse de horizontes hasta entonces desconocidos. Pero el resultado en el fondo era frustrante: ni Dolores BABÁ encontraba en mi mundo la comprensión que pretendía… ni yo en el suyo motivación suficiente para seguir investigando.

Para mí el progresivo descubrimiento de su mundo y su pasado significaba reafirmarme en la convicción de que aquellos ambientes nada tenían que ver con lo que yo quería pedirle a la vida[12].

Supongo que para Dolores BABÁ el asunto era del todo paralelo, porque poco a poco nos fuimos dirigiendo mutuamente a la solución del callejón sin salida.

Superadas las etapas de manta-en-el-sofá y de salidas nocturnas[13] el asunto empezó a hacerse empalagoso… Hasta derivar en la conocida y paradójica situación que se ha dado en formular con una disyuntiva. Una encrucijada común presente en muchas parejas: “o nos casamos o lo dejamos”.

En el fondo ambos éramos partidarios de separarnos, aunque[14] no supiéramos muy bien cómo se hacía eso. Sin duda, falta de experiencia. Ahora Dolores BABÁ mira desde las fotos: con ese gesto resignado y comprensivo de quien siente latir un final cercano, inevitable. Ya no está, ni falta que hace. Sorprende la clarividencia de ese posado… sólo para la posteridad.

En fin, en algunas ocasiones los acontecimientos fueron decidiendo por nosotros. Aunque otras veces había voluntad férrea de enfrentarse a ese futuro que se presentaba tan cierto como incierto. Así resulta la vida en total: cruel, fría y comprensiva.

No considero que aquella relación se tratara de un error para Dolores BABÁ, como tampoco lo fue para mí. Sólo un torpe aprendizaje, propio de la inmadurez y la inexperiencia. Herederos como éramos ambos de un lastre social y educacional fundamentalmente castrante. O al menos, lo contrario de liberador, realizante. Incapaz de conducirnos a la persona que todos llevamos dentro y la vida contribuye a cultivar o agostar.

Sin duda nuestra separación fue el punto más elevado de un aprendizaje: que había empezado siendo un juego y acabó como una lección de la vida. Fundamentalmente para un crecimiento posterior, imprescindible nuestra lejanía en tiempo y espacio. Para poder seguir creciendo. Sin el pasado que uno tiene, no sería quien es… sino otra persona.



[1] O al revés: si bien contribuyó a lo imprevisible, devino prioridades caóticas…

[2] Me sabía más de cincuenta números de teléfono, muchos de los cuales sólo había usado una vez en mi vida.

[3] Aunque muchas veces también se aprenda a cometerlos… y se tienda a repetirlos.

[4] Sobre este punto, resulta necesario hacer referencia a una característica de la zona, por lo que tiene de simbólico: un elemento que existe en la fachada de las casas. Portón de media altura que sirve simultáneamente para apartar la nieve acumulada ante la vivienda, al tiempo que franquea el acceso a la entrada hacia el domicilio. También se le atribuyen otras funciones, como elemento auxiliar en la matanza.

[5] Aparte de sus autoexploraciones.

[6] Por parte de un desequilibrado que posteriormente se suicidó.

[7] En cierta ocasión investigamos un experimento de trío, con Conchi Prima: el resultado no pudo ser más catastrófico… A pesar de la atracción que había entre ambas, los prejuicios de Dolores BABÁ impidieron cualquier éxito.

[8] Rodaje del corazón, puesta a punto y calibrado.

[9] Distancia física y metafísica.

[10] Un diálogo que solía repetirse entre nosotros con cierta frecuencia, como una letanía:

–“No sé cómo me aguantas…” –decía Dolores BABÁ en un rapto de sinceridad y autocrítica.

–“Es que no te aguanto” –le contestaba yo, jugando deliberadamente con la polisemia. Y enseguida: –“Quiero decir, que no es aguantarte”. Como si así lo arreglara…

[11] Que tan querido nos resultaba a todos por marginal y maldito.

[12] En una sesión nocturna, peregrinando por domicilios prestados… en cierta ocasión dejé en el cuadero de bitácora un dibujo-recuerdo: el acueducto del que Se(a)govia. Sólo era un ocurrente juego de palabras, pero Dolores BABÁ se apresuró a hacer una lectura negativa… como si fuera una declaración de principios por mi parte. Quizá se tratase simplemente de una escritura automática de mi inconsciente…

[13] Con afanes de bailoteo por su parte… que a mí me dejaban el recurso del estudio psicosociológico del ambiente.

[14] Al igual que había ocurrido cuando nos conocimos.

 

 

Sonido

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