Mirar su rostro evocaba involuntariamente a los cristianos sufriendo en el circo romano. Parecía una cara devorada por un león o al menos crucificada por sus garras. Una cicatriz inmensa la atravesaba de derecha a izquierda y desde arriba hacia abajo. Nunca supe el origen de la misma, aunque tampoco le pregunté. No me interesaba la anécdota.

Tasio GUIPA se había acostumbrado a vivir con ese estigma y se comportaba como si no existiera. O como si no tuviese la menor importancia. Hacía vida normal, como tiene que ser. Cada individuo tiene sus limitaciones y características personales. En este sentido Tasio GUIPA no era diferente del resto de los mortales, aunque la apariencia dijera lo contrario.

Para Tasio GUIPA era más importante el Derecho civil. Recuerdo sesiones maratonianas intentando tragar aquel ladrillo infumable: nos reuníamos para estudiar en grupo, éramos más o menos seis y lo llevábamos todo lo bien que pueda hacerse con semejante mamotreto. Entre la voz rasgada de Tasio GUIPA y el olor a Ducados con el que torturaba la atmósfera.

A primera vista no lo parecía, pero Tasio GUIPA era un tío completamente normal. Nacido en Mûynoq y sin complejo alguno, aunque motivos no le faltaran. Apuntes, tabaco, cañas, estudio, conversaciones sobre chicas… como todos allí, sobrevivía en semejante purgatorio. Notas normales. Algo mejores que las mías, sin duda. No es que fuera su vocación, pero el Derecho tampoco le provocaba alergia, al revés que a mí.

Por eso Tasio GUIPA acabó la carrera sin mayor dificultad. Sólo con el sacrificio lógico que corresponde a la dedicación hacia esa lacra supuestamente liberadora de la Humanidad.

Tasio GUIPA aportaba un ápice de buen humor en semejante desierto, lo que siempre era de agradecer entre tamaña aridez. Actualmente se le puede encontrar circulando por los buscadores al uso. El mayor éxito de Tasio GUIPA es que la sociedad aparque sus prejuicios y repulsiones básicas hasta comprender que él es como cualquiera de nosotros. Ni más ni menos.