SAMARCANDA

SA - 1.4.3.

Estudios

maracandeses

UdeS

Derecho

1983

092

 

 

Si alguien me preguntaba en el ’83 qué pensaba hacer con mi vida, cómo prefería enfocarla, mi respuesta era tajante: quería estudiar Periodismo[1]. Pero había dos problemas que me impedían poder llevar a cabo el proyecto: el primero, puramente técnico… no se impartía esa licenciatura en Samarcanda (ni en la UdeS ni en la Fanática). Y el segundo, derivado directamente de éste: para ir a estudiarla a Tashkent –el lugar más cercano– habría necesitado unos recursos económicos familiares que no existían… porque éstos, además de ser escasos ya estaban comprometidos desde hacía un par de años con la formación de Valentín Hermano, que se encontraba estudiando Telecomunicaciones.

Puestas así las cosas, me planteé una salida pragmática: estudiar otra cosa en Samarcanda mientras él terminaba su carrera para posteriormente cambiarme de licenciatura y ciudad. Hacer Periodismo en Tashkent, algunos años más tarde.

No sé de dónde saqué la conclusión de que el Derecho me permitiría cursar asignaturas que posteriormente me serían convalidadas. Si me matriculé en Derecho fue porque me resistía a ser un inútil, aunque ahora las cosas hayan cambiado: empiezo a estar orgulloso de no valer para nada, de ser un fantasma sin alma en pena ululando por el castillo de mis hazañas[2]. Pero de hecho tendría que haber estudiado Derecho… entero, sin fisuras. Hasta el final, con todas sus consecuencias.

No sé si el clima tuvo algo que ver en el asunto, en mi percepción de aquel conjunto… pero lo más inmediato que sentí aquel ’83 fue “la fredor dels estudis de Dret[3]. Si lo digo en catalán es porque iba más allá de una cuestión climatológica… Así me acerco más al espíritu del asunto: decirlo en femenino da una idea más envolvente, porque era un frío que entraba a habitarme el alma, venía casi a conquistar el corazón como quien toma posesión del Polo Norte.

Atrás quedaban mis primeros contactos con la Facultad de Derecho: ahora ya estaba dentro. Nada que ver con la experiencia anterior, que se restringía a las jerigonzas de adolescentes y niñatos: “violación, estupro, cohecho… ¡arriba Derecho!” y “útero, vagina… ¡abajo Medicina!” eran sus gritos de guerra durante las muestras de rivalidad entre ambas facultades. Recogida por las tradiciones como un folklore de odio animalesco. Algo así como una versión corporativista de los celos… para darse una importancia que realmente sólo existía en la calenturienta imaginación de aquella caterva de inmaduros.

Si lo aceptaba, me dejaba llevar[4] hasta un territorio en el que la vida se reducía –ya para todo– a aquel reúma dueño de todo mi ser.

En eso tenía mucho que ver toda aquella pandilla: como suspendidos en el tiempo, los catedráticos de Derecho del ’83-’85, entre estirados y desviados… En el recuerdo parecen mirarme desde una vitrina, en ocasiones incluso sus palabras dementes resuenan en mi memoria. Como si nada hubiera ocurrido desde entonces…

En el fondo a mí ese conjunto me producía un rechazo visceral porque me deshumanizaba. Pensaba que quizás a eso se redujera ser universitario… quizá el futuro y la vida de verdad eran así… pero me negaba, me revolvía de manera intuitiva contra todo aquello.

A pesar de eso, durante aquel Primer curso hice lo que cualquiera que empezaba a estudiar Derecho: no despuntar en ningún aspecto, aunque tampoco lo pretendía. Me encontraba lejos de aquellos compañeros que llevaban artículos de revistas en los que se hablaba sobre la judicatura como salida profesional… Lejos de quienes pensaban ya desde Primero en las oposiciones que harían al terminar la carrera. Imaginaban la forma de insertarse en el futuro en un mundo laboral a partir del Derecho.

A mí todo eso me sonaba a chino… estaba sin duda en otro planeta. Un planeta que nada tenía que ver con el pragmatismo inhumano. Sólo me salvaba de aquella estepa la amistad con Vicente GAMA, antiguo compañero del Instituto Tele Visión… gracias a él y al contacto con el siempre risueño Adriano DICE, más algún otro colega de festejos, pude superar la aridez de aquel Primer curso. Supuso para mí la llegada al mundo adulto de la mano del desencanto y la decepción.

Si aquello era lo que me esperaba en la vida, me resultaba francamente deprimente. Sin duda, lo mejor sería aprobar unas oposiciones y casarse para intentar compensar aquel desierto. A pesar de todo, mis sacrificios no fueron completamente vanos: aprobé el 75% de las asignaturas y pasé a Segundo. Pero el siguiente año cambió radicalmente mi relación con el Derecho: quizás por haberlo visto desnudo, le perdí el respeto. Empecé a tenerlo en mi vida de otra manera.

Dejé de verlo como el dios que se pretendía pero no era, ése que habían querido hacerme creer desde sus púlpitos. No sólo eso: de la falta de respeto al desprecio sólo había un paso y yo lo di… quizás por tomar plena conciencia de lo que significaba el montaje jurídico como forma de organizar la sociedad o quizá por las experiencias que tuve, compartiendo otros puntos de vista.

Charlas y estudios en diálogo con múltiples y diferentes compañeros… Muses y vinos con Vicente GAMA para huir del Derecho Canónico… Nuevos panoramas sobre otras formas de ver la Universidad (movilizaciones del ’85)… Una leve aproximación a lo que era la Filosofía[5]… Alguna experiencia literaria[6]… Todo aquel conjunto abrió mi horizonte hasta el punto de replantearme si lo que estaba haciendo era lo que realmente quería entre el inmenso abanico de posibilidades que formaban el mundo real.

El Derecho se basa en la relatividad de la mentira, interés defendido por un abogado arrimando el ascua a su sardina. La Filosofía, al contrario, busca la absoluta verdad. Algo incierto y objetivo, quimérico. Un interés más allá de intereses. El entierro de la sardina.

Poco a poco se fue perfilando mi salida de aquella Facultad de Derecho[7]: por mucho que los cantos de sirena intentaran retenerme, decidí marcharme. No huir, sino abandonar todo aquello que para el espíritu me resultaba infinitamente mezquino. No se trataba de una decisión precipitada, sino paciente… aunque firme.

Combiné mi salida ordenada de Derecho con la implantación paulatina en Filosofía: tras múltiples meditaciones y charlas, había decidido que sería el objetivo de aquel plan tan minuciosamente trazado.

La salida ordenada consistió en acabar aquel Segundo curso[8] presentándome a todos los exámenes de todas las asignaturas, pero habiendo estudiado previamente. A pesar de todo, el resultado fue nefasto: no conseguí aprobar más que una[9].

Pero junio y septiembre me vieron al pie del cañón. Recuerdo aquel ritual del cigarrillo en el balcón de Francisco de Rojas, en los descansos estudiando Derecho… cuando ya había decidido cambiarme a Filosofía, a cualquier precio. Los descansos eran de tabaco, pero también de literatura… dejaba los soporíferos apuntes para volar gracias a los cuentos de Cortázar, en los intervalos.

Mi implantación paulatina en Filosofía era infinitamente más grata: investigaba cómo sería mi futuro académico[10], mentalizaba a mi cerebro para el futuro paisaje que me aguardaba.

Además aquel invierno, en diciembre del ’84, empecé a escribir mi primera novela en serio: ésta me acompañaría durante 8 años, durante mi travesía errática por el mundo de la noche y la Filosofía.

A pesar del crisol multicolor que se anunciaba laboralmente para quienes acabaran Derecho, en oposición al horizonte plano de la docencia que se auguraba para los licenciados en Filosofía… aquello no era un elemento que me hiciera dudar ni un instante. Tenía la clarividencia de que para trabajar no me faltarían oportunidades. Era una intuición que probablemente arrancaba de mi experiencia laboral en trabajos no intelectuales… si podía hacerlos, con mayor motivo los otros (ya encontraría la manera).

Imagino que en todo ello tenía mucho peso cuanto había aprendido en mis dos años de noviazgo con el Derecho… que no era precisamente lo que pregonaban en las aulas. El Derecho, ¿mecanismo de resolución de conflictos? ¿O forma de hacer aflorar conflictos preexistentes? ¿O mecanismo para reconducir la creación de conflictos hacia el territorio dominado por el fuerte?

El Derecho es la mayúscula de la mentira.

Aunque tuve amigos y compañeros de fatigas durante mi estancia en la Facultad de Derecho, mi visión del mundo estaba infinitamente alejada de la suya: jamás entendí cómo alguien puede resignarse a semejante pozo de ausencia de inquietudes y a esa falta de sensibilidad humana.

El desprecio que siento por los licenciados en Derecho arranca de ahí: no es otro que el que sentí por su licenciatura, que me llevó a abandonarla. Nada personal, sólo “cosal” (de cosa). La licenciatura en Derecho y todos los satélites que se mueven a su alrededor me daban ya entonces[11] más pena que asco, aunque también.

De cada línea de apuntes, como de cada matiz ideológico que cargaba cualquier línea de cualquier asignatura… podría haber elaborado refutaciones más largas que una Tesis Doctoral: penal, civil, natural, político, romano… cualquiera de las facetas del Derecho merecía infinitas pegas por las que vagaba mi imaginación errabunda cuando pretendía alejarse de una realidad tan fea.

Una prueba irrefutable de que el pensamiento no delinque, como dicen los propios juristas.

Como muestra, baste reflexionar sobre la forma que había de estudiar la Economía Política hace 30 años… por ejemplo, hablando de la elasticidad-precio, la clásica alternativa entre cañones y mantequilla, las curvas IS-LM o mil ejemplos más que darían buena cuenta de la encerrona.

Pero todo eso se encontraba en otro plano intelectual, infinitamente más mezquino. Digamos que todo el Derecho para el mundo de la cultura podía ser comparado con los periódicos y su importancia en la Historia de la Literatura: calderilla, sin más.

En cambio, continuando con el paralelismo, la Filosofía sería el equivalente a las encuadernaciones de lujo de las grandes obras universales, eternas e inmortales. El Derecho caduca antes de estar en la calle, como un periódico. En cambio la Filosofía es un clásico incluso antes de ser impresa.

Con esta diferencia a la vista ¿a quién puede interesarle el Derecho o el Periodismo, sino a quienes se consideran a sí mismos, se tienen por caducos, obsoletos y prescindibles? Envolver pescado (como se hacía antes) o pisarlo para evitar el suelo recién fregado: el destino natural de cualquier periódico… con mucho más motivo aún el Boletín Oficial.

Me fui sin acritud, con un sentido de la justicia que jamás podría comprender un juez: si quedaba algún tipo de cuenta intelectual pendiente de resolver… quedó definitivamente zanjada entre nosotros[12] a finales del ’85. ¿Cómo?

Con un episodio de justicia histórica. Facultad de Derecho. Primer piso. Saliendo de la escalera, a mano izquierda. Tres individuos jóvenes se infiltran en la clase de Segundo curso, donde el señor catedrático imparte hoy una lección magistral de Derecho Civil, parte general.

Aparentemente los tres se hallan en algún tipo de trance, aunque no estorban pues permanecen en silencio: sentados en uno de los bancos laterales.

Tras escuchar un rato, cuando el sopor ya se les hace insoportable, uno de ellos levanta la mano y pregunta al docente sobre las consecuencias mayúsculas que amenazan el curso de la Historia a causa del giro económico que se comienza a producir en China en estos momentos. El catedrático se desentiende con algo de mofa y elude la respuesta, aduciendo que nada tiene que ver con la materia de la asignatura que imparte.

Otro de los jóvenes (el de gafas) increpa al docente sobre su evidente falta de respeto hacia el compañero y le insiste en la necesidad de una respuesta… pero ésta nunca llegará.

Intervienen ¡cómo no! los alumnos de los bancos de la primera fila, instando a los tres jóvenes a que callen o se marchen, pues según dicen, los alumnos tampoco están interesados en el tema.

Los tres jóvenes infiltrados enmudecen respetuosos y permanecen un rato más en su sitio, escuchando en silencio la lección que continúa.

La atmósfera se va haciendo paulatinamente más espesa, hasta el punto de ser irrespirable. Entonces los tres abandonan ordenadamente el aula en silencio ante el alivio de la concurrencia.

El que suscribe el presente texto fue quien formuló la pregunta de ese día. Contaba en aquella ocasión con la incomparable compañía de Araceli BÍGARO y Pablo CIEGOS: acólitos durante mi estreno en el mundo de la Filosofía.

A la vista de los titulares de la prensa de 20 años más tarde, que decían “China tiene preparados 900.000 millones de dólares para el rescate de Europa mediante la compra de su deuda soberana”… quizás deberíamos buscar a aquel señor catedrático (si aún no ha muerto) y preguntarle (a él o a los aventajados alumnos de la primera fila) qué opinan ahora del asunto.

Mejor aún: puedo emborracharme hoy… Si no tienes miedo a la verdad, podría decirte lo que ocurrirá dentro de 25 años. No soy aquel pulpo que predecía los resultados del mundial de fútbol, pero mis visiones podrían hacerte palidecer ante la inminente desaparición del Derecho Civil.

Aunque años más tarde realicé un estéril intento para intentar retomar aquella licenciatura en Derecho, resultó una experiencia totalmente vana: para mí ya era un asunto simultáneamente pegajoso y resbaladizo… el Derecho en el noventaypico.



[1] Ciencias de la comunicación, que le dicen ahora ¿no?

[2] El androide de aquellos sueños tuyos que otrora me otorgaran existencia real. Los mismos que me permitieron traspasar la frontera desde el mundo de los espíritus puros, hacerme materia de todos los exilios en este entorno actual, que sólo reconozco como diana de mi lucha cotidiana: la que pretende borrar del mundo todo aquello que no sea espiritual. Como un ángel justiciero que viniera de otro planeta: el de tus sueños. No te merezco en la misma medida que tú has dejado de merecerme…

[3] El frío de los estudios de Derecho. En català en el original.

[4] Como hacían prácticamente todos aquellos compañeros que atestaban las aulas buscando calor humano.

[5] Con Álvaro Lorenzo FLACO y “los Álvaros” más Vicente GAMA.

[6] Con Nini Resús y su camarilla.

[7] No era otra que mi salida de todo el mundo delimitado por aquella concepción de la vida.

[8] Haciendo de tripas corazón.

[9] El Derecho Canónico, con el agravante de haberlo hecho gracias a una bajada de pantalones que consistió en introducir –como al descuido– en el examen final aquello de que “con el dictador vivíamos mejor”.

[10] Me debatía entre un vértigo (la amenaza de un examen oral sobre la Crítica de la Razón Pura de Kant en Metafísica) y el divertimento de identificarme con un artista de las letras para Estética.

[11] Y aún siguen haciéndolo ahora.

[12] El Derecho y yo.

 

 

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