Torcido

´85

´89

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Su lugar natural era la barra del Plátanos, colocado en un extremo controlando el conjunto. Algo así como un vigía, una torre de control que sobrevolara visualmente el interior del bar para que todo fuera según lo previsto. Que el negocio funcionara sin problemas.

Esta misión de vigía el Torcido la ejercía un poco por prevención de que pudieran robarle beneficios los empleados… pero también por el asunto de que el ambiente del Plátanos no se estropeara y llegase un día en el que pudiera faltar clientela. Probablemente esta tarea podría haberla hecho de alguna otra manera, delegando responsabilidades en alguno de sus empleados… pero entonces el Torcido habría tenido un serio problema para llenar las horas del día.

En otras palabras, lo llenaba así porque su vida estaba vacía. Algo por lo general bastante corriente entre el personal dedicado a ganar dinero. Muchas veces no se sabe cuál es la causa y cuál el efecto, pero el resultado es el mismo. Vida vacía y objetivo obsesivo: la pasta.

En el caso del Torcido se trataba de gestionar lo mejor posible el capital que había obtenido durante su juventud. Aunque no era viejo: debía de rondar los 40 allá por el ’85. Pero su vida “laboral” ya había terminado, porque era exboxeador. De ahí le venía el mote. Miraba de medio lado y con la cabeza inclinada, probablemente como consecuencia de lesiones provocadas por los combates. Además su columna vertebral tenía algún tipo de problema, porque no estaba recta. La consecuencia de todo ello era que el Torcido se giraba siempre con alguna torsión lumbar, de cuello o cualquier otro escorzo. Estaba irremediablemente torcido.

Si a esto sumamos el gesto de su rostro, a caballo entre el asco, la perplejidad y la ignorancia… ya tenemos traducida a palabras la presencia del Torcido.

Por el día hacía la vida normal de cualquier especulador maracandés. Paseos, compras… y en cuanto llegaba la tarde, se iniciaba el horario de quien tiene que cuidar, vigilar sus posesiones. Así era en esencia la vida del Torcido. No le conocí pareja y es más que probable que nunca llegara a tenerla. En todo caso, la mayor parte de las veces que le vi sonreír o de buen humor en el Plátanos, se debió a ocurrencias mías o de la pandilla que frecuentaba el bar asiduamente. Pero tampoco era una persona proclive a la diversión o los excesos[1].

La noche que quisimos cambiarle la cruz de mármol blanco recién robada del cementerio por un bono de cervezas que pudiéramos bebernos en el futuro, quedó bien claro: era digno de ver el ambiente amarillento del Plátanos iluminando aquella cruz allí, sobre la barra, mientras negociábamos el precio. Pero el Torcido sólo disfrutaba del momento iconoclasta, no la quería. Probablemente le daba mal fario.

Todo esto no quitaba para que el Torcido me saludara por la calle cuando coincidíamos, aunque fuera de día. Una mañana, cerca de la calle Van Damme, me le encontré. Según me dijo vivía por allí y estaba comprando el pan. Parecía una persona normal, aunque un poco torcida. Por supuesto, iba en chándal.



[1] Al menos, no los mentales.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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