Van Damme

 

Zona + Cines

Samarcanda

´74

´99

676

             

 

ZONA

Al estilo de los barrios gremiales durante el Medievo, en Samarcanda se había ido configurando consuetudinariamente uno dedicado al ocio y el alterne. Al esparcimiento profano, acompañado de comida y bebida. Una variante de la vida social, aderezada. Algo de lo más común, que puede encontrarse en todo ser humano cuando está en comunidad. Es decir, una excusa compartida que permitía la comunicación más amplia. Muchas veces aquello del alterne tenía una segunda intención[1], pero por lo general era una forma de matar el tiempo sin tener que enfrentarse con él. Matarlo por la espalda, como si eso no fuera una especie de suicidio disfrazado.

Las variedades gastronómicas que se ofrecían en la zona de Van Damme juntamente con la caña o el vino eran de lo más variado. De manera que cada bareto llevaba asociado a su nombre el de alguna tapa que lo había hecho famoso, su especialidad. Aunque en general cada uno atesoraba en sus ofertas decenas de tapas diferentes, entre las que el cliente elegía con plena libertad, porque además iban incluidas en el precio.

Esto había hecho casi mundialmente famosa la zona de Van Damme, dándole nombre la principal calle en la que se aglutinaban los establecimientos. Como a los perros de Pavlov, para mucha gente escuchar aquel nombre generaba jugos gástricos y hacía que la cabeza se bamboleara. Casi sintiendo de manera automática los efectos de las cañas con el solo hecho de escuchar el nombre de la zona de Van Damme.

Aunque incluía calles adyacentes, por lo que en realidad se trataba más bien de una zona de influencia. Los bares se contaban por decenas y muchas veces aquello era una oportunidad de comida o cena alternativa. De hecho incluso había mesones entre la oferta de establecimientos, así que muchas veces se pasaba de la tapa a pedir una ración de alguna cosa y ya estaba todo hecho.

A los bares los precedía su fama, de manera que cuando alguien se planteaba abrir un establecimiento nuevo, debía tener muy claro cuál era el producto que iba a ofrecer para abrirse un hueco con personalidad suficiente en aquella jungla. Algo diferente que le otorgara personalidad para no pasar desapercibido. En caso contrario se arriesgaba a que el constante peregrinaje de gente lo pasara por alto, de largo.

Ni qué decir tiene lo ingrato de trabajar en alguno de aquellos locales. Como suele decirse generalmente referido a los ginecólogos, se trataba de trabajar donde otros se divierten. Pero los currantes lo tenían más o menos asumido, les había tocado ese papel y lo desempeñaban dignamente. Se sabía cada uno un pequeño eslabón en la cadena de la zona de Van Damme: a caballo entre el orgullo y la resignación, pero teniendo conciencia de la importancia de su papel en la sociedad que les había correspondido en la lotería de la existencia.

Jugaban a ser alegres comparsas de vidas alternativas a la suya, que circulaban por la autopista de los años. En fin, se trataba de que aquella zona de Samarcanda tenía unas características especiales que constituían parte del atractivo de la ciudad.

La zona de Van Damme era un socorrido recurso para plantearles un rato de charla y asueto a los amigos. Por ese motivo podrían contarse por cientos, si no por miles, las horas que invertí en aquel paisaje: una reserva con peculiar microclima.

Aquel viacrucis que me vio infinitas veces deambulando por sus venas, a cualquier hora entre los recovecos de unas calles que me sabía de memoria. Viví durante más de 25 años dentro de ese barrio, así que no necesitaba salir de cañas para llegar a la zona de Van Damme. Me bastaba salir de casa para contemplar esas procesiones cotidianas.

Incluso salir al balcón ya era suficiente recogida de datos para aquel particular trabajo de campo. De alguna manera[2] estuve estudiando durante décadas el comportamiento humano desinhibido. Muchas veces con observación participante como técnica para integrarme aún más en el entorno. Pero siempre ojo avizor para absorber todo lo posible los aprendizajes… y éstos eran infinitos.

Parecía como si la zona de Van Damme fuera especialmente proclive a la confianza, las confidencias y la complicidad. Algo así como un lugar predispuesto, un enclave gracias al que se activaban facetas de la personalidad que en otros paisajes permanecían aletargadas. Ir de cañas por la zona de Van Damme era como firmar una tregua, declarar la paz a quien te acompañaba. Era más un talante que un hecho.

CINES

A finales de los ’70 aparecieron en aquella misma calle, como si fueran setas en medio del campo, un par de tímidas salas de cine que adoptaron el nombre de la calle: los mini-cines Van Damme. Respondían a una nueva necesidad, lejos ya de los tiempos del cine ampuloso al estilo de Cinema Paradiso. Más recogido e intelectual, menos espectacular: algo así como lo que se venía llamando entonces un cine-club.

Era la época del compromiso social y político, para cuyas actividades y respaldo intelectual el cine resultaba herramienta indispensable, fundamental. Surgió por tanto como cine alternativo, sin intenciones de hacerle la competencia a los entonces dueños absolutos del público. Ni los normales… ni tampoco al marginal por antonomasia[3].

No… aunque en ocasiones hubiera alguna película con matices eróticos, no era ése el motivo de que fueran a recalar allí aquellas cintas. Más bien por el mensaje asociado, aunque tocaran tangencialmente la carne[4]. Pero poco a poco el mundo del cine en Samarcanda comenzó su declive. Finalmente los cines de la competencia acabaron reproduciendo o copiando el esquema de los mini-cines Van Damme. Las faraónicas salas se fragmentaron hasta convertirse en salitas con un aforo limitado, mínimo. En ocasiones de unas 50 plazas.

Esto sin contar lo que era más minoritario, lo intelectual y contra-comercial. Para eso ya estaba la UdeS y sus lugares… era otro público. Pero mientras los faraones se iban reconvirtiendo, la visión comercial de los cines Van Damme seguía a la vanguardia. Ampliaron el número de salas y se convirtieron en una oferta inmensa. Pasaron a ser el referente en cuanto a novedades, aunque tampoco abandonaran sus orígenes.

Para eso tuvo mucho que ver el lugar físico en el que estaban. Muchas veces la gente tomaba unas cañas antes de entrar en el cine… o al revés. Salir y comentar la película entre tapas[5] se convirtió en una costumbre que acabó asociando el alterne, el cine y las cañas como una extraña mezcla que en ocasiones hacía multiplicar los viajes a los lavabos durante la película.

Para los ’90 aquello ya casi era mastodóntico, hasta el punto de que abrieron otro conjunto de salas muy cerca. En total no sé cuántas llegaron a ser, puede que más de diez. De alguna manera, esa época de los cines Van Damme de finales de los ’90 me imbuía de una sensación semejante a las frases geniales escuchadas por mí alguna vez mientras veía películas malas en la televisión. Reproduzco ahora unas cuantas a título anecdótico, para intentar transmitir mejor este paisaje mental[6].

Continuaban con la costumbre que habían adquirido en su primera etapa, cuando aún nadie lo hacía y era casi una de sus señas de identidad. Regalaban una hoja con reseñas críticas y comentarios sobre cada película que se proyectaba… algo así como los pasquines de los años ’50, pero en versión intelectual y monocromática. Una especie de mini-periódico monográfico sobre cada película. Coleccionarlos resultaba todo un pasatiempo, además de una referencia cierta… aún conservo más de 200.

Sin duda resultó una coincidencia feliz para el fomento del cine la casualidad: el hecho de que compartieran espacio en la misma calle las cañas y el celuloide.

Ahora, ya en la época de Internet, con sus descargas P2P, sus formatos y ofertas infinitas capaces de hacer babear a cinéfilos y amantes de las grandes producciones… imagino que habrá caído en desgracia aquella sana y cinéfila costumbre, volviendo así extrañamente a sus orígenes. En la última época que los frecuenté, a finales de los ’90, los cines Van Damme habían cambiado mucho. Casi vendida su alma al diablo de la comercialidad, aunque aún conservaran aquel matiz alternativo que les vio nacer. Por ejemplo, organizaban jornadas monográficas sobre temas o planteamientos interesantes… o maratones de cine que resultaban seductores…

En todo caso, para el rompecabezas de pasado que son unas memorias, esta pieza resulta imprescindible. De otra manera, nada encajaría. Por eso puede concluirse que a pesar de ser un negocio, aquel lugar resultó una cantera de cultivos intelectuales que iban más allá del simple divertimento.

De alguna manera, la oscuridad de las salas en las que a diario se repetía aquella liturgia pagana, resultaba ser una metáfora de las almas desahuciadas. Encontrando reposo en la conciencia anulada durante un rato. Puede que sólo puesta entre paréntesis.

Para concederle una tregua a la cabeza, tan a menudo atiborrada de cosas importantes que no daban lugar a un respiro. Salvo el salvavidas del celuloide, de los cines Van Damme.


 

[1] Por ejemplo, cuando se trataba de una excusa o herramienta para conocer mejor a alguien: o ligar directamente, gracias a la desinhibición y el buen rollo que siempre iba asociado a aquel mundillo.

[2] Inconsciente, asistemática, intuitiva.

[3] Aquel “cine de la apertura” especializado en erotismo… al que, en palabras del populacho, sólo le faltaba regalar un pañuelo de papel al sacar la entrada.

[4] Al estilo, por ejemplo, de El último tango en París.

[5] O cafés, si ya era la última sesión.

[6] * Siento como si me clavaran puñales en las rodillas.

* Debajo de este vestido hay una mujer completamente desnuda.

* En una obra lo importante es el principio y el final. Lo demás es de relleno.

* Pretender que el sexo sólo sirve para la reproducción es como decir que respirar sólo sirve para inflar globos.

* ¿Cómo ha muerto el Ché? Desangrado. Lo demás es literatura.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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