Dámaso

SOLFA

   

´95

´96

285

             

 

Conocí a Dámaso SOLFA a través de Joaquín Marqués[1] con motivo de mis escarceos artístico-literarios: a raíz de mis cuentos y la aventura que fue Los cuadernos del Soplagaitas. Para mis ojos de jovenzuelo Dámaso SOLFA era un tipo adulto… aunque debía de rondar los 50, pero yo le veía con una madurez que le otorgaba la condición de señor en el aspecto más formal del término.

En una ocasión pasé por su casa en una pequeña aldea[2] donde se había hecho fuerte a finales de los ’80: allí creó una propuesta innovadora y vanguardista de cara a la concepción del hombre, del arte y la Naturaleza. Porque Dámaso SOLFA es un artista con todas las letras: no de ésos que van proclamando a los cuatro vientos lo genios que son o llenándose la boca con excelencias de humo. Los ámbitos de actuación de Dámaso SOLFA no incluyen la galería, sino el interior de los seres humanos uno por uno.

Proclamaba ya entonces la necesaria revolución interior para cualquier cambio social real, asentado, con contenido y entidad… había estado en mil batallas para poner las cosas en el sitio que realmente les correspondía. Aunque no lo hubiera logrado, para él resultaba una lucha imprescindible: con una faceta, un correlato inseparable que era el arte, la Estética como parte de la Ética misma[3]. Las peleas de Dámaso SOLFA con la realidad, contra la realidad fea, habían incluido episodios de activismo entre los que destacó su implicación en el asunto de Maraño. Puede decirse con toda seguridad que la de Dámaso SOLFA era ya entonces, ahora más aún… una trayectoria de coherencia.

Digamos que hay quienes sirven para traicionarse con el objetivo de mejorar sus condiciones de vida[4]… y también están quienes como Dámaso SOLFA consideran que los beneficios que puedan obtenerse estarían devaluados y por tanto no merecen la pena.

Aunque pudiera parecer lo contrario… las consecuencias de actuar de esa forma son ingratas. El suyo es un itinerario plagado de dificultades que trascienden la de la propia lucha interior (¡como si ésta fuera poca!). Sin embargo, precisamente dichas vicisitudes incrementan el valor de sus logros, de su cotidiana existencia. Del mail-art a la escultura, pasando por la pintura y un sinfín de disciplinas… Dámaso SOLFA ha experimentado en tantos horizontes que, a la fuerza, se conoce mucho más a sí mismo en su carácter poliédrico que el común de los mortales.

Charlar con Dámaso SOLFA era un instante que rezumaba sabiduría: un poco por el entorno… tan hostil como indicador de la hazaña que resultaba sobrevivir en él. Otro poco por el ambiente de amanecer amarillento, entre infusiones y confidencias… y un poco más (si cabe) por la sensación constante, como una decoración: a pesar de todo aún pueden encontrarse rincones amables en el mundo. Llenos de una comprensión que muchas veces no requiere las palabras, aunque tampoco las rehúye.

La naturaleza humana en estado puro: pero en su faceta amable… ahí fuera, sin duda, seguirá estando la descarnada.

Sobre una madera del autocar que unía un pueblecito cercano con Mûynoq, aquel 3 de noviembre del ’96, encontré grabado a cuchillo el siguiente poema:


“Todos los poemas

llevan un lobo dentro

menos uno

el más bello de todos ¿cuál?

Una mujer baila en un círculo de fuego

y encogiéndose de hombros

recibe el desafío”.

 

Aunque fuera anónimo, a fecha de hoy resulta fácil saber que es de Jim Morrison. Sobre la carga metafórica de su aparición en aquel entorno… sólo es necesario dejarlo estallar en la imaginación.



[1] Por tanto, corría el año ’95.

[2] Un pueblo del páramo de Mŭynoq… ¿acaso hay otra cosa en Mŭynoq, existe allí algo que no sea páramo?

[3] Tal como proclamara Wittgenstein.

[4] Lo que se dice venderse.

 

 

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