Los cuadernos del Soplagaitas

   

Kagan

´93

´97

465

             

 

Empezó siendo una manera de hacer política de pueblo: caciquismo en el sentido más clásico del término. Lo inventó Leandro Francisco CASO como refugio o parapeto con el que enfrentar ideas en un tipo de tertulia en zapatillas. Ideas de andar por casa.

Por supuesto, el proyecto tomó sus propias riendas. Como si tuviera vida propia, hasta ir desentrañando una trama más compleja. La personalidad de Leandro Francisco CASO, a pesar de tener una vertiente socio-política de un color bastante aburrido, no se dejaba constreñir por semejantes alpargatas. Era una personalidad llena de juanetes a la que cualquier calzado le apretaba.

Por ese motivo pronto abandonó la vertiente político-caciquil, a la que son tan proclives los saharauis… El Soplagaitas inició un camino bien distinto. La definición del vocablo Soplagaitas lo dejaba bien claro. Golpe propinado en la nuca en sentido ascendente y con la mano abierta; a la par que castiga, humilla. Una primera lectura, de política doméstica, daba a entender que la reconvención a la opinión pública de Kagan iba en este sentido. Que la gente se diera cuenta de lo evidente.

Pero aquel universo, de tan potencial y abierto, resultaba imposible de asimilar para las acémilas de la política municipal. De ahí que bien pronto El Soplagaitas dejara de ser algo político para abrazar ese otro universo, el del arte. Que de tan relativo redefine la realidad completamente, tornándose paradójicamente… absoluto.

En ese término sí que se encontraba en su salsa Leandro Francisco CASO (o en su tinta, como buen plumífero). En su ámbito no había verdades como puños, ni puños que demostraran la superioridad con la fuerza. Ahí Leandro Francisco CASO estaba en un mundo hecho a su medida. Se movía en él con soltura y encontraba un filón inagotable. Iba mezclando en él: arte, risa, crítica, amigos, camaradería… todo aquello que resulta tan querido al ser humano y que generalmente le está vedado.

El Soplagaitas tenía su cuartel general en una tienda en la que Leandro Francisco CASO sobrevivía en la penuria y penumbra económica de un pueblo, Kagan, que ante todo vivía de recuerdos. En aquel universo irreal resultaba doblemente ficticio dedicarse a algo que tuviera que ver con el futuro.

La tienda de Leandro Francisco CASO estaba dedicada a los recién nacidos y todo el mercado que mueven: cunas, parques, juguetes, ropa, accesorios… El local resultaba inmenso, casi infinito. Por eso en un rinconcillo estaba el ordenador. Además en el mostrador el fax, su mesa de trabajo y el teléfono.

Era un despacho literario disfrazado de tienda para bebés. También estaba el sótano, que acabó convirtiéndose en un estudio en donde Leandro Francisco CASO coqueteaba con las Artes plásticas, el dibujo… y la biblioteconomía. Porque además iba recopilando y vampirizando materiales ajenos de forma imparable.

Aquel conjunto crecía sin mesura. Llegó un momento en el que la tienda era lo de menos. Cuando atendía a algún cliente, daba la impresión de que éste venía a molestarle. A robar un precioso tiempo que Leandro Francisco CASO dedicaría gustoso a otras tareas.

En aquella cloaca de marfil nació la idea de elaborar una revista literaria, que vio la luz gracias a su diplomático hacer. Poco a poco fue elaborando una tupida red de contactos gracias al teléfono y el correo ordinario. Con la llegada del correo electrónico aquello se disparó hacia el infinito. Fue precisamente en esta época cuando yo le conocí: año ’94. A la sazón yo estaba trabajando, para mi desgracia, en el Instituto de Futuros Currantes. Una caverna irrespirable al más puro estilo de la naftalina saharaui.

Casualmente, una de las conserjes del Instituto de Futuros Currantes era Marisol Ref. Leandro Francisco CASO, su mujer. Casi de manera inevitable sirvió de puente entre nosotros. Nos puso en contacto y aquello para mí fue un balón de oxígeno con el que respirar en mi lugar de trabajo, aquel infumable antro apolillado.

Leandro Francisco CASO y yo nos entendíamos literariamente bastante bien, aunque también tuviésemos nuestras pequeñas diferencias. Pero en ese momento lo que importaba era seguir adelante con el proyecto, motivo por el que me puse a trabajar en la futura revista Los cuadernos del Soplagaitas. Colaborando. No sólo con material de mi autoría: también poniendo en contacto a cuanta gente consideré adecuada para el proyecto.

Así, tras infinitos esfuerzos individuales y colectivos por parte de Leandro Francisco CASO y un montón de gente más que arrimó el hombro… se consiguió finiquitar el número 0 de la revista. En él convivían nombres famosos junto a promesas de la literatura uzbeka del momento… y muchos mataos, como era mi caso, cuyas letras no tenían dónde caerse muertas.

Hicimos una presentación en la cafetería La destilería, que para mí supuso una noche épica de la que me gustaría recordar más detalles[1]. Con semejante introducción en el mundo de las Letras, Leandro Francisco CASO se animó a continuar con el proyecto.

Después del número 0 vieron la luz uno doble (el -1-2) y otros tres sencillos (el -3, el -4 y el -5). La idea de ir contando hacia atrás, en negativo, era una declaración de principios de Leandro Francisco CASO. Sin duda: casi un desafío hacia sí mismo.

Mi relación con Los cuadernos del Soplagaitas fue fantástica durante la primera época. Hasta el número -3 iba todo viento en popa, porque Leandro Francisco CASO estaba receptivo y animado. Simultáneamente, entre una revista y la siguiente, él iba elaborando algunas cosas dignas de figurar en las antologías de la literatura alternativa: como los Trípticos del bosque desvirgado, plaquettes de poesía…

Aunque al poco tiempo del número 0 mi vida laboral hubiera sufrido un vuelco geográfico al dedicarme a la docencia como profesor de Secundaria en Angren, continuamos la colaboración. Hasta tal punto era fluida nuestra relación literaria que cuando tuvo lugar la presentación del número -3 de Los cuadernos del Soplagaitas en Andijon el ’95[2] me desplacé hasta allí.

En nombre de la revista y del proyecto de Leandro Francisco CASO ofrecimos unas veladas que sin duda pasaron a la historia de la literatura alternativa. Ésa que reniega de los cauces habituales por manidos y previsibles, por fósiles y anquilosados. Ésa que se quiere a sí misma marginal por definición, tal como está diseñado el papel: mejor al margen.

El proyecto Soplagaitas continuó, incluso aún estaba vivo cuando en el ’97 nació La Tapadera, que en principio se definía como la delegación en Samarcanda del Soplagaitas. Pero aquello supuso el inicio del declive, de la falta de entendimiento. El número -5 resultó ser una absoluta bajada de pantalones por parte de Leandro Francisco CASO. Ni más ni menos que una revista normal. Allí, con aquel panorama irreconciliable estéticamente hablando, finalizó amigablemente nuestra relación artística y humana.

Las malas lenguas hablan del final de Los cuadernos del Soplagaitas como algo natural para la mentalidad pacata de Leandro Francisco CASO y su pusilánime amigo Joaquín HACHE: miedo al éxito, le dicen. Según esta perspectiva, Leandro Francisco CASO prefirió ser cabeza de ratón que cola de león… quedando restringido por tanto al reducido ámbito de su pueblo, el territorio que controlaba y dominaba.

Para mí por tanto hubo una separación radical. Si él aceptaba su limitación de horizonte yo le respetaba… pero no la compartía. Por eso seguí por otros derroteros. Investigando por Internet he encontrado más números de la revista, pero me parecen irrelevantes. A todos los efectos aquel cóctel de concesión y servilismo acabó con el proyecto. Al menos tal como estaba concebido en un principio, que había sido el chispazo-detonante que me animó a enrolarme en aquella nave de los locos.

Después Leandro Francisco CASO continuó con otras vertientes más humanas del Soplagaitas. Implicadas con el Tercer mundo y los colectivos desfavorecidos y desheredados del planeta. Aparte de sus blogs y sus creaciones literarias: inmensas en cantidad, pero de calidad muy mejorable. El Soplagaitas, por así decirlo, al menos para mí… murió en el instante que Leandro Francisco CASO decidió convertirlo en algo normal. Lejos, muy lejos… a años-luz de lo que en su día presentamos al mundo en el encuentro de Andijon del ’95.

Entonces el Soplagaitas era un monstruo capaz de comerse el mundo. Pero Leandro Francisco CASO lo domesticó… quizás involuntariamente y pensando en su propio currículum. Para semejante proyecto, tan particular, de ninguna manera podía vampirizarme o contar conmigo y lo sabía.

La última vez que vi a Leandro Francisco CASO en la constelación Soplagaitas fue mientras él celebraba una lectura pública de poemas en el Kagan. Lejos ya de aquella otra en la que mientras él recitaba, en el Instituto Ramiro García: Valentín Hermano y yo íbamos repartiendo aceitunas entre un público tan sorprendido como asombrado de que la poesía fuera comestible.

En nuestro último encuentro, por el contrario, Leandro Francisco CASO me hizo un guiño poético desde su atalaya… pero yo ya estaba en otro universo, aunque de cuerpo presente. Quizá nuestra coincidencia en su día sólo fuera un guiño de las estrellas. Un inmenso aprendizaje revestido de collejas.




[1] Salvo felicitar a la mujer de un genio, por su infinito aguante… poco más me queda en la memoria.

[2] Jornadas literarias del país: de ediciones independientes y alternativas. Véase 360

 

 

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