Alejandra
BARRA Samarcanda ´97 ´99 723
             

 

Llevaba permanentemente una coraza que pretendía ser protección contra el mundo, pero no como materia ni como entorno: simplemente como lugar que alojaba a los seres humanos. En realidad Alejandra BARRA estaba pertrechada contra la Humanidad, paradójicamente porque no encontraba en ella nada de humanidad. Y es que Alejandra BARRA reunía todos los requisitos que en este mundo suelen pedirse para odiar a alguien… al menos para humillarle, vejarle y complacerse en su sufrimiento.

El cuerpo de Alejandra BARRA, es decir, su presentación en el mundo material, era repulsivo: aparte de no ser guapa, Alejandra BARRA resultaba higiénicamente dejada, así como también despreocupada por su aspecto. Vestimenta, ausencia de cuidado facial, olor, aura… todo provocaba cierto rechazo, pero no por lo que era en sí mismo, sino por lo que traducía: una especie de “dejadez militante”, casi desafiante. Como provocando al interlocutor a rechazar el trato con Alejandra BARRA. No diré salir huyendo, pero casi.

Bueno, yo la conocí por casualidad, pues al ser hermana de Cristian BARRA, coincidimos alguna vez. Alejandra BARRA compartía piso con su otra hermana, Marisa BARRA y creo que también con J, aunque esto ya se difumina en los archivos torpemente microfilmados de mi memoria.

A Alejandra BARRA siempre la vi encerrada, quizá por casualidad o también puede que fuera porque no salía de casa con frecuencia a no ser acompañada de sus amigas; no lo sé. Pero para mi percepción, la postura y el lugar natural de Alejandra BARRAera: tumbada en el sofá de una habitación oscura, con la televisión encendida. Su hábitat era éste y su forma de relacionarse con el mundo, con la Humanidad, también ciertamente repulsiva.

Casi siempre utilizaba un tono de voz supremacista, despectivo… independientemente de lo que se hablara: ésta resultaba claramente una táctica defensiva con la que Alejandra BARRA se anticipaba a cualquier ataque, que ella daba ya por supuesto e inevitable. Imagino que por lo general, con la expectativa generada en el interlocutor, dicho ataque sería inmediato y vendría a corroborar las sospechas de Alejandra BARRA de que el mundo era una mierda y el interlocutor otro tanto.

Pero yo no entraba en esa dinámica, sino que en lugar de pasar al contraataque respondía con alguna broma del tipo humor absurdo o chiste amable. Esto a Alejandra BARRA la desarmaba: relajaba el semblante y dejaba de fruncir el ceño, gesto habitual en ella; de ahí pasábamos al colegueo sin trascendencia, una especie de diplomacia en el trato, pero sin connotaciones de formalidad. Poco más, porque yo enseguida desaparecía de su vista y de su vida.

Me provocaba cierta compasión aquella chica: la pelea contra sus kilos de más, que ya daba por perdida y ahogaba entre cerveza, porros, frutos secos y algún dulce tentador al que sucumbía. Alejandra BARRA había decidido dejarse llevar por aquel papel, que representaba a la perfección: el de la obesa deprimida y amargada, sin inquietudes de ningún tipo y refocilándose en su condición para ir caminando lenta aunque inexorablemente hacia alguna forma de suicidio.

O quizás ni siquiera lo había decidido, simplemente se dejaba llevar por la inercia del papel que la sociedad le había adjudicado al tener un cuerpo como el suyo. Los años habrán convertido su ceño en un surco donde sólo florecerán la resignación y el odio, al no haber sido plantada ninguna especie alternativa. Yermo para todo lo demás.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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