Marisa

BARRA

 

Samarcanda

´96

´99

529

             

 

Sin duda Marisa BARRA era una chica alegre y mona. A cualquiera que se le hubiera preguntado, habría respondido sin demora en este sentido porque era así, indiscutiblemente[1]. Pero aparte de esa primera presentación en sociedad, sus escasos 20 años cuando la conocí tenían muchas más implicaciones. Facetas en ocasiones ocultas, aunque por lo general minimizadas por lo que podían llegar a tener de fatales si se potenciaban.

De ahí que Marisa BARRA casi siempre estuviera en otras cosas. Por ejemplo, la dedicación a sus estudios[2] o formas de divertirse como suele hacerse a los 20 años. Tan infinitas como inofensivas o intrascendentes. Sonia ANGINA era su mejor amiga: por tanto, colega de correrías[3]… ésta le aportaba un toque filosófico a la personalidad de Marisa BARRA. Algo que le servía para abandonar ligeramente la frivolidad que de otra manera seguramente habría convertido el cerebro de Marisa BARRA en una presa más de las tonterías adolescentes. Éstas por lo general tienden a continuarse al menos en los primeros años de la vida universitaria. Obnubilado el sujeto por una libertad hasta entonces desconocida.

En todo caso, uno de los rasgos significativos de la personalidad de Marisa BARRA venía caracterizado por su familia. Núcleo en el que se había formado como persona, en aquel pueblo fronterizo al que pertenecía su infancia. Cristian BARRA era su hermano preferido, aunque no el único. Ciertamente compartían una vibración cosmológica de la que los otros dos[4] se encontraban bastante lejanos. Digamos que en algún estadio anterior de la línea evolutiva… si es que ésta existe.

Mi relación con Cristian BARRA fue muy estrecha[5] durante una buena temporada. De ahí que de rebote yo coincidiera con Marisa BARRA, quien de alguna forma también estuvo vinculada a todos los asuntos enumerados. Entre otras cosas, porque estaba de por medio Valentín Hermano con sus infinitos tentáculos… y según dicen el roce hace el cariño.

Valentín Hermano y Marisa BARRA compartían una complicidad cercana a lo lúbrico, aunque no sé hasta qué punto… algo que tampoco me interesaba, pues a mí Marisa BARRA nunca me atrajo físicamente. Yo compartía con Marisa BARRA más bien una forma de acercamiento al mundo, rayana en el absurdo y cargada de humor irónico. Nos caíamos bien por estar en la misma longitud de onda, pero nada más… y nada menos.

Alguna de aquellas inspiradas sesiones de complicidad llegaban a dar mucho juego. Por ejemplo, una noche cualquiera de las que estábamos en El antro de Judas. Cristian BARRA como camarero, sirviéndonos unas cervezas en un ambiente amistoso y propiciatorio (cuando menos, propicio). Acompañaba la bebida con un platillo de frutos secos: cacahuetes, en este caso…

Casi como algo natural, Marisa BARRA y yo empezamos a hablar de ellos, a sacarle punta dialéctica al asunto de los cacahuetes. Con un toque imaginativo y desparramante que poco a poco hizo derivar la conversación, de una manera natural, hacia el absurdo de la prosopopeya. Les atribuíamos comportamientos humanos a los cacahuetes y hacíamos enunciados de leyes sociológicas en la coherencia de una inspirada e improvisada conversación. Escuchada desde fuera, aislando las frases y sacándolas de aquel contexto excepcional… eran poco menos que desvaríos propios de dos dementes.

Precisamente eso era lo que provocaba las carcajadas crecientes de Cristian BARRA, que escuchaba, pero no participaba del diálogo; desde el interior de la barra no daba crédito a cuanto estaba oyendo. Poco menos que una tesis doctoral heterodoxa sobre los cacahuetes, sin guión previo ni ensayos preparatorios. Un diálogo de besugos que habría encantado a muchos guionistas del humor comúnmente aceptado.

El asunto continuaba. Aquel diálogo repleto de inspiración, cervezas y cacahuetes duró más de un cuarto de hora[6]… Mientras Marisa BARRA y yo nos empleábamos a fondo en el tema, Cristian BARRA iba y venía por el interior de la barra… Se retorcía como un león enjaulado al que le habría gustado expresar de alguna manera su inquietud mental, difícilmente traducible a palabras. Aquello seguía, como si no tuviese límite de ningún tipo: temporal, imaginativo, de intensidad o de ocurrencias recíprocas… Supongo que la llegada de algún cliente o de algún conocido fue la causa del punto final de aquella sesión de humor absurdo en estado puro. Antes o después tenía que terminar ¿no?

A partir de aquel día, cuando las cosas estaban aburridas o anodinas y en la escena descafeinada que fuera nos encontrábamos Marisa BARRA y yo… sólo teníamos que nombrar los cacahueses y en un destello: la memoria revivía como una explosión mental aquel episodio memorable, inmortal que flotaba en el éter desde entonces.

Pero Marisa BARRA tenía una vida propia, más allá de todas estas coincidencias. En ella planificaba su futuro en un paisaje de la imaginación, contando casi siempre con los proyectos profesionales a los que tendía. También haciendo cábalas sobre el horizonte sentimental en el que se desenvolvería… Para ello, adjudicaba etiquetas a los posibles candidatos[7]. Así se entretenía. Igual que en mi infancia lo hicieran las niñas de los años ’60, con las llamadas mariquitas[8]. Sólo que, gracias a la época de tolerancia y apertura reinante, con tíos de carne y hueso. El mismo juego con diferentes juguetes.




[1]¿Encantadora por fea o al revés? Dudas que quedan ahí, sembradas, sobre la sabiduría de la Naturaleza…

[2] Creo que estudiaba la carrera de Físicas.

[3] Más mentales que nocturnas, aunque también de éstas.

[4] Alejandra BARRA y J.

[5] Compartimos piso en Conde Drácula, negocio en el Idiota y ocio en La Tapadera, amén de algún que otro mercado medieval.

[6] En aquel contexto, para provocar más hilaridad y darle un toque de morbo añadido, los llamábamos deliberadamente cacahueses.

[7] Por ejemplo, dos de los que estuvieron en cartel fueron Marcel Gitanillo grande y Camilo Gitanillo chico.

[8] Recortables de muñecas con vestidos intercambiables.

 

 

Sonido

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