Araceli Flor         ´91   718
             

 

Todo el mérito de Araceli Flor consistía en haber sabido medrar para conseguir una beca Orgasmus (eran denominadas así con ironía, por lo que tenían de fugaz y mítico, aunque su contenido fuera más una leyenda que una realidad) y acabar compartiendo piso en Berlín con las gentecillas que allí se dieron cita: Remedios COLGADA, Nito y Joaquín VERDAD, mayormente. En otras palabras, si llegué a coincidir con aquella chica llamada Araceli Flor sin duda fue casualmente, puesto que ni su manera de ir por el mundo, ni su apariencia física, ni la ausencia absoluta de encantos hacía que Araceli Flor superase mi umbral de percepción.

Vamos, que en circunstancias normales su órbita habría pasado tan lejos de mi planeta que no creo que hubiera llegado a saber de su existencia ni de oídas, salvo por alguna anécdota extemporánea. Araceli Flor se movía en los ámbitos de chupatintas y empollones, académicamente hablando: un universo al que jamás me he acercado voluntariamente por una ausencia de compatibilidad de carácter. Allá esa gente con sus inquietudes y aspiraciones… pero las mías siempre se han encontrado en otras dimensiones, infinitamente alejadas de esos territorios.

Acaso los encantos femeninos de Araceli Flor podrían haber llamado mi atención a pesar de todo, pero no se daba esa circunstancia: carecía de ellos en todo ámbito. Para empezar, Araceli Flor respondía al perfil de lo que en los ’80 era un producto femenino resultado de una educación religiosa. En otras palabras, una virgen militante (aunque no descarada) que alejaba de sí cualquier indicio de roce erótico: comenzando por su atuendo deliberadamente contrario a potenciar los sentidos… ni tan siquiera el de la estética. Añadámosle a ello unas maneras en el trato (por así decirlo, unos modales) de suficiencia y pijerío troquelados a conciencia para rehuir cualquier relación humana que no fuese académica.

Por no hablar de sus costumbres abstemias y desafiantes hacia cualquier forma de ocio, mucho menos las heterodoxas o malditas. En otras palabras, Araceli Flor reunía todos los requisitos para ser calificada con el apelativo de “estrecha”: pero no una estrecha por casualidad, equivocación o herencia. Una estrecha convencida y militante, con la finalidad de mantener a raya a cualquiera que pudiese albergar aviesas intenciones destinadas a vulnerar su carácter irresoluble o perforar su himen.

Así nos trataba a todos, aunque en nuestras intenciones sólo estuviera un afán de amabilidad y diplomacia humana. Porque estrictamente hablando Araceli Flor era la antítesis de la lujuria… sólo que ella no lo sabía o prefería ignorarlo, de manera que sus quehaceres y ademanes suscitaban únicamente un poco de lástima por la ridiculez que albergaban. Algo así como una rata amenazando a un león.

 

 

Sonido

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