Camilo
Cuervo   Samarcanda ´91 ´97 764
             

 

Sin duda alguna, Camilo Cuervo estaba poseído por un espíritu diáfano: dicho de otra forma –esotérica, aunque igual de comprensible- se trataba de una persona cuyo espacio vital no tenía obstáculos a la vista. Nada que impidiera visualizar, de un primer vistazo, la claridad que inspiraba a aquella persona que se encontraba incluida bajo el nombre de Camilo Cuervo. Su única dedicación era la música, todo aquello que pudiera tener algo que ver con sus desvelos era por estar relacionado con ella en mayor o menor medida.

Si le hubiera evaluado un psicólogo a buen seguro le habría diagnosticado a Camilo Cuervo infinidad de patologías, no lo dudo en lo más mínimo. Pero lo cierto es que Camilo Cuervo era un tipo de ideas claras, prioridades bien definidas y alguien con quien uno siempre sabía bien a qué atenerse; principalmente por su sinceridad. Todo ello difícilmente podría predicarse de cualquier psicólogo, al menos en un alto porcentaje; así que pasaremos por alto semejante minucia, puesto que en nada nos aporta ni enriquece sobre la personalidad de Camilo Cuervo.

Su sonrisa, por tanto, era tan diáfana como sincera, queda dicho… y era su carta de presentación, porque junto a unos ojos de mirada clara (en cuanto al color y la limpidez de las ideas que tras ellos se adivinaban), la media barba y el flequillo descentrado: allí estaba, en síntesis, la personalidad de Camilo Cuervo. Alguien con quien se podía charlar amigablemente en cualquier descanso de sus actuaciones, porque lo primero era la música; si había que dejar lo que fuera: las copas, el cigarrillo, el tonteo con las chicas… Camilo Cuervo se iba de inmediato, reclamado por su teclado del piano que siempre le pedía más y él, encantado, le complacía.

Tanto es así que incluso durante los descansos y las charlas distendidas, mientras hablaba relajadamente contigo, Camilo Cuervomovía los dedos: tamborileando sobre el cuello de su camisa, sobre una mesa cercana o cualquier superficie pulida que se prestara. Ensayaba de manera casi inconsciente mientras hablaba de cualquier cosa, de cualquier tema, moviendo los dedos como si en realidad los estuviese deslizando sobre un piano. Algo que he visto hacer a más gentes de su gremio, pero me llamó poderosamente la atención su caso, quizás por lo que me atañía. Como si su cerebro pasara a un segundo plano su condición de macho, siendo primero pianista podía hacer dos cosas a la vez.

¡Qué fascinación me producía verle tocar! Tanto antes como después de la lectura de mi Tesina sobre los tangos, donde tuve el privilegio y honor de disfrutar de su labor sobre el teclado. Además lo hizo de manera desinteresada, como todos los artistas que allí acudieron: con la  única intención de respaldar musicalmente mi intervención. Más allá de invitarles a una comida, poco beneficio obtuvieron salvo la satisfacción personal de haber tomado parte en un acontecimiento tan histórico como irrepetible, amén de ignorado por la gran mayoría de la Humanidad.

Pero todo eso a Camilo Cuervo, como a mí, nos resultaba indiferente: lo importante era el momento, lo realmente primordial era la música y lo fundamental resultaba disfrutar haciendo una justicia difícilmente comprensible. Darle a la vida lo que se merecía: tangos, música y alegría.

Para eso siempre se podía contar con Camilo Cuervo, aunque malviviese por estar escasamente pagado en lo suyo. Haciendo innumerables horas en el Capitán Geriátrico, por ejemplo. En el fondo, visto de otra manera, podía darse por satisfecho y afortunado: hacía lo que le gustaba y esto le permitía ir sobreviviendo. Años-luz de ventaja sobre quienes le pagaban: contrataban sus servicios, sí… pero no compraban su espíritu, libre por definición y por dedicación.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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