Carlos
Puntilla     ´82 ´84  758
             

 

Carlos Puntilla tenía siempre puesta esa sonrisa franca de común a los camareros; si en algunos casos se trata simplemente de un disfraz de cortesía o diplomacia que se ejerce para llevar el oficio con más eficiencia, en el caso de Carlos Puntilla se trataba de una manera de ser, un talante.

Un carácter afable que por casualidad había recalado en esa variante de las relaciones públicas que consiste en ser puente levadizo entre las consumiciones y el público que las solicita. Algo así como Caronte… pero trasladado a otro plano de la realidad menos trágico, aunque con la misma esencia.

A Carlos Puntilla se le veía desenvolverse tras la barra con facilidad envidiable, sobre todo cuando uno tiene plena conciencia de lo que significa un trabajo de los llamados “de cara al público”, tan ingratos como incomprendidos. Pero para Carlos Puntilla parecía más bien una diversión gracias a la que daba conversación a los parroquianos de un lugar emblemático por lo antiguo, pero también por ser tan acogedor como amigable.

El calor que regalaba el Puntilla a sus visitantes durante el invierno nacía de las chimeneas que caldeaban el ambiente de sus amplias instalaciones, pero no se detenía ahí. Poseía también un plus metafísico imposible de ser medido o evaluado en términos científicos; probablemente de ahí emanara gran parte de la leyenda que solía asociarse al nombre del lugar: el Puntilla.

Pero también hay que tener en cuenta que ésta es una tarea que requiere de seres humanos para ser llevada a cabo con éxito: ahí estaba Carlos Puntilla, entraba en juego como elemento imprescindible y complementario. No podían ser entendidos uno sin el otro, hasta el punto de que esa simbiosis se constataba en las conversaciones habituales, en las que llegaban en ocasiones a ser identificados con una naturalidad asombrosa, dando así una impresión equívoca… pues adjudicaba al Puntilla una especie de personificación. Simultáneamente, a Carlos Puntilla le otorgaba un aura semejante a la que puedan ostentar los monumentos, formando parte así del paisaje mismo.

El carácter risueño, jovial, comprensivo y desenfadado de Carlos Puntilla podía llegar a parecer algo natural y que no requería de esfuerzo alguno por su parte… nada más lejos de la realidad. Que a Carlos Puntilla le resultara sencillo representar ese papel entre aquellas gentes no carecía de mérito. Aunque no tuviese estudios, Carlos Puntilla podría haber sido el producto perfecto recién salido de un laboratorio: alguien preparado para lidiar con gente y situaciones que a cualquiera le harían sufrir de los nervios.

Las veces que tuve ocasión de hablar con Carlos Puntilla fue siempre de manera distendida y relajada, intercambiando pareceres o bromas cómplices, amistosas… aunque en alguna ocasión, desde lejos, también le vi ventilar diferencias verbales con alguien que pretendía o ejercía salidas de tono. Carácter no le faltaba, aunque Carlos Puntilla por lo general lo redirigía con destreza hacia terrenos amables, nunca problemáticos. En mis peregrinajes por Bukhara, acompañado por Nini Resús o alguno de los lugareños, el paso por el Puntilla, la visita a Carlos Puntilla era casi un deporte que se practicaba con placer: también durante las interminables tardes del verano, pero disfrutando entonces del frescor que habitaba entre los brazos amigos de Carlos Puntilla. Porque él atendía tanto a las aves de paso frugales, cual era nuestro caso, como a aquellas otras gentes más serias que se quedaban entre las sábanas del Puntilla, pues también era mesón.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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