Cecilia
ÉSA     ´82 ´83  751
             

 

Una chica muy limpia, muy maja… era frase de la época con la que solía hacerse publicidad positiva de alguna fémina. Quizá por eso mi inconsciente asociaba la figura de Cecilia ÉSA al ideal al que tendía mi personalidad en ciernes, en pañales.

Allá por el ’80 coincidí con Cecilia ÉSA en clase mientras realizábamos el Bachillerato… para mí no pasó de ser un amor platónico con quien intercambiaba opiniones sobre El principito, buscando complicidad con ella entre cajas con agujeros que ocultaban corderos, entre serpientes que devoraban elefantes, adquiriendo así forma de sombrero. Para mí, casi inconscientemente, significaba buscar una segunda realidad escondida en el aburrido mundo material e inmediato. Algo que no sabía muy bien cómo llegar a trasladar al ámbito del corazón para comunicarle a Cecilia ÉSA mis anhelos de buscar el romanticismo más allá de la materia o el amor.

Más allá del sexo, pero contando con estos tres últimos elementos. Pura especulación de adolescente incapaz, porque Cecilia ÉSA iba dando tumbos por los chavales de la clase, buscando algo que evidentemente no era yo. Sólo había que ver a Sito para darse cuenta de que los anhelos de Cecilia ÉSA nada tenían que ver conmigo, pero yo me negaba aquella evidencia… aferrándome al asunto de la complicidad literaria como un clavo ardiendo capaz de probar una ordalía.

Su risa cristalina llegaba a cautivarme sólo con el recuerdo… puede que llegara incluso a declararme devoto del latín si Cecilia ÉSA lo traducía conmigo al lado. Entre exámenes y bromas iban transcurriendo unos irrecuperables años sin que yo acertara a encontrar el idioma capaz de hacerle entender a Cecilia ÉSA algo que imagino mis ojos delataban a cada instante, como les ocurre a l@s quinceañer@s con frecuencia: inexpert@s aún en disfrazar o enmascarar los deseos.

Creo que finalmente, en alguna ocasión, llegué a insinuarle mis intenciones: si ocurrió así, sin duda fue por carta, claro. Cecilia ÉSA me respondería que lo nuestro era más intelectual, que el intercambio de poemas de Salinas, por ejemplo, pertenecía al mundo de las ideas: pero no a la materia que daba lugar a semejantes escritos.

Cecilia ÉSA, por otra parte, tenía como prioridad realizar estudios de Puericultura, porque le encantaban los niños… en esto coincidíamos, aunque sólo en parte. Mi proyecto era practicar para saber cómo engendrarlos y después hacerlo… o no: pero con ella y con su cuerpo. Estaba claro que ni de una ni de otra manera nuestros destinos iban a encontrarse más allá de Saint-Exupéry.

Aquella etapa se me pasó, claro, como corresponde a la tontería idílica típica de una adolescencia tan platónica como repleta de hormonas y afanes hedonistas. Cecilia ÉSA se volatilizó como persona, porque no se correspondía con el modelo que yo buscaba entre la fauna femenina de aquel universo naciente que era mi primera juventud. Así quedó como un referente casi negativo, pues aprendí que era lo que no tenía que hacer si pretendía optar a posibilidades carnales con una chica: porque dedicarse al intelecto, a la sensibilidad sin piel, era la garantía de ser su confidente mientras otro se la tiraba.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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