Celia
SECA     ´92  771
             

 

Por lo general tenía el rostro vestido con ese gesto displicente que suelen ponerse las guapas, como desdeñando a la Humanidad por el solo hecho de serlo; como si alguien tuviera la culpa o lo hubiese elegido voluntariamente. Sólo que el caso de Celia SECA era algo atípico, pues su belleza estaba únicamente en su imaginación. Probablemente al filo de algún libro de autoayuda que hubiera llegado hasta lo más crudo de su corazón, sin duda frío como el crudo invierno.

Puede que Celia SECA hubiera sido guapa de joven y pretendiera vivir de las rentas, no lo sé pero tampoco me importa: aquí lo que viene al caso es que compartió conmigo lugar de trabajo en el C.D.M. de Kagan aquel ’94 y tuve oportunidad de comprobar in situ cómo se desenvuelven cotidianamente los ejemplares de su especie cuando están en su salsa. Francamente, poca diferencia con los calamares o cualquier otro animalillo presto a ser devorado por las mandíbulas de la vida, siempre hambrienta.

Celia SECA creía en su disfraz de señora distinguida y por eso lo ejercía con todas sus consecuencias, aunque resultaba lastimoso comprobar cómo intentaba dar el pego vendiendo aquella moto que no llegaba ni a triciclo. Celia SECA era otra cosa: una niña pija que había crecido hasta parecer una señora.

A Celia SECA le gustaba el invierno porque así podía lucir sus abrigos de piel; con eso está todo dicho en cuanto a las aspiraciones de su personalidad, las ínfulas con que solía adornarse y los complementos que con frecuencia acompañaban su atuendo pellejudo: collares de perlas, peinados carísimos, ropa de lo más exclusivo –al menos en apariencia- y una dentadura impecable que delataba su artificialidad a la legua.

También estaba el asunto de las joyas, que Celia SECA pretendía combinar con exquisita clase, aunque desconozco si llegaba a conseguirlo porque me falta criterio para poder evaluarlo, francamente. En cuanto a la forma de trabajar, por lo que decían sus compañeros era individualista y huraña; imagino que para no ser descubierta en su incapacidad, aunque Celia SECA pusiera como excusa que no plagiaran su originalidad.

En general se movía por el C.D.M. con un aire de superioridad que los demás ignoraban para no verse en la obligación de dejar en evidencia; por lo que a mí se refiere, Celia SECA buscaba excusas para compararme con sus hijos y poner así de manifiesto los éxitos de su maternidad. Lo hacía de forma tan inocente que me resultaba violento dejar patente su imbecilidad, así que por lo general tendía a no profundizar en ninguna cuestión, quedando así ella dueña de la superficie. Con ella era necesaria una diplomacia algo más trabajada, pero también conseguíamos llevarnos bien. En ese terreno intermedio que significa un pacto implícito de no agresión, sin traspasar el límite.

Algo que me resultaba difícil en ocasiones, porque Celia SECA ostentaba ese disfraz que con frecuencia utilizan los fascistas, que consiste en pretender pasar por demócratas con la excusa de que cualquier forma de pensar es tolerable… siempre y cuando sea la suya, claro. Se pensaba progre, aunque sus ideas fueran de carcamal ancestral. Porque en cuanto yo le daba mi opinión sobre cualquier asunto, le faltaba el tiempo para censurarme, condescendiente, pues yo no estaba en lo cierto. Me lo decía desde la atalaya incontestable de la experiencia, claro, el argumento imposible de rebatir cuando un viejo no sabe a qué agarrarse y se queda sin bagaje. Así quedaban las espadas, en alto hasta el siguiente combate…

Celia SECA feliz pues había quedado por encima, al menos eso quería creer y así lo hacía. Después se daba media vuelta y se iba, dejando a su paso retazos de comprensión imposible entre las almas que la veían como el ocaso perdido que era. Resonaban sus tacones al marchar de la misma forma que lo hacen los ecos del maquillaje.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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