Edward   Sudamérica ´93 ´95 781
             
               

Aquel chaval era la diplomacia personificada; una especie de presentación humilde, de adaptación cultural del espíritu sudamericano: buenos modales, servicial, atento, educado… parecía una buena persona incluso viéndole desde lejos, sin llegar a intercambiar palabra alguna con él.

Su gesto de sincera amabilidad invitaba sin duda a charlar con Edward, aunque aquella educación exquisita enseguida se convirtiera en una imposibilidad comunicativa: porque Edward estaba tan pendiente de complacer a su interlocutor que a menudo su discurso se vaciaba de contenido.

Curiosamente casi siempre te daba la razón, algo que congratula a quien comparte un diálogo, pero deja un poso de vacío semejante al de quien se mira ante un espejo. Que la imagen devuelta no te lleve la contraria es algo que tranquiliza, sin duda; pero no aporta elementos que a uno le permitan mejorar. Ni motiva para la autosuperación.

Su risa diáfana animaba a continuar la fiesta, es cierto… pero a esto acompañaba una sensación como de vacío existencial, que le hacía a uno preguntarse por el sentido último de la fiesta o de la risa misma.

Si se quiere decir de otra manera, daba la impresión de la vida como cáscara vacía: al menos a mí así me lo parecía. Siempre que coincidí con Edward fue acompañado yo de Dolores BABÁ, de ahí que desconozca la verdadera personalidad de aquel chaval; porque a hurtadillas se le escapaban miradas de pleitesía hacia un objeto de deseo que se sabe inalcanzable.

Porque a ella le caía bien, pero nada más: creo que él lo sabía, un motivo más para que entre sus miradas también se adivinara un deje de envidia hacia mí… algo que a mí me producía una gracia ciertamente amarga, porque Edward desconocía el talante real de Dolores BABÁ. Digamos que la tenía en un pedestal, idealizada… y de ahí su propensión a adorarla, como diosa catalogada como tal en su relicario.

A mí la de Edward me parecía una suerte equívoca, pues yo pensaba en el éxito de la misma mientras aquella imagen se mantuviera idealizada en el altar de sus sueños. Pero si por alguna razón pasara a formar parte del mundo real, el resultado iba a ser inequívocamente iconoclasta. Por suerte para Edward creo que jamás llegó a producirse tal circunstancia, aunque si he de ser sincero… me resulta indiferente. Ídolos caídos hay tantos a lo largo de la Historia

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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