Eladio   Gato Urganch ´87 ´87 789
             

 

Conocer a Eladio Gato fue para mí una especie de encuentro imposible, no obstante materializado. Resultaba algo así como reconstruir el rompecabezas de un espejo que tenía por objeto mi figura, pero combinando espacios y tiempos cronológicamente separados, incompatibles. Eladio Gato era una de mis personalidades alternativas si yo hubiera nacido en el siglo XIX. Venía desde un pasado a su futuro para ponerme en bandeja pistas que me ayudara a enfrentar lo que era e iba a ser mi existencia.

Pero Eladio Gato no era sólo un jubilado agricultor octogenario que contara sus batallitas de juventud, sino además un amigo confidente como sólo pueda serlo uno consigo mismo.

La excursión era sencilla: Manuel Alejandro RAPHAEL, Seco Moco y yo en un viaje espacio-temporal para surcar las dimensiones hasta abrazar la estepa. La excusa, la casa familiar que Manuel Alejandro RAPHAEL poseía allí. Y Eladio Gato era un vecino, vivía en la casa contigua porque no podía ser de otra manera: el pueblo eran cuatro casas mal contadas, así que todas eran más o menos colindantes. En el frontispicio de alguna de ellas figuraba el año de construcción, que empezaba por 18.

Durante los ratos libres (no perdidos, porque el tiempo no existía) Eladio Gato y nosotros tres nos sentábamos en el poyo de alguna puerta a tomar el sol y charlar sobre cualquier excusa. Así descubrí la mejor definición que jamás haya oído de la nostalgia… Eladio Gato, contándonos curiosidades y anécdotas del lugar y de sus gentes: las de otrora, porque aquel ’87 ya no quedaban en el pueblo más de una veintena de habitantes, todos octogenarios como Eladio Gato y su mujer.

Con la caricia del sol mortecino sobre su curtido rostro, Eladio Gato recitaba aquel día: “Por la mañanita, cuando me levanto… tengo la minina más dura que un canto”. Folklore típico de la zona que arrancó inevitables sonrisas, casi carcajadas. Eladio Gato esperó unos segundos a que se amortiguara el sonido hilarante, para añadir: “… eso era antes, porque ahora… ya la tengo en los riñones”. Una confidencia cuyo valor no residía en la información, fácilmente imaginable simplemente por motivos fisiológicos.

Eladio Gato aceptaba el paso del tiempo con humor y la proyección de futuro que ante él se abría: escasa si se enjuiciaba con parámetros pacatos. “Aquí murió el de los nabos” solía decir Eladio Gato cuando, durante una partida de naipes, daba la jugada por perdida.

Ambas lecciones me parecían enseñanzas tan adecuadas, tan cabales y justas que seguramente aquellos días las integré en mi manera de ser hasta tal punto que supuso una forma de reencarnación difícilmente comprensible: más allá de la materia y el tiempo, en una inexplicable comunión de espíritus. Hoy me reconozco aún en esa forma de ver las cosas, aunque jamás volví a ver a Eladio Gato.

Poco tiempo después volvimos a Gato del Campo, ya en pandilla, para degustar su soledad e impregnarnos de sus enseñanzas: no vi a Eladio Gato, tampoco sé el motivo. Quizás entonces ya hubiera muerto y abandonado la pobre materia, tan limitada y pretenciosa que se cree el centro del Universo… o puede que permaneciera tras los cristales de su casa, contemplando nuestra juventud en éxtasis: un brillo, un guiño.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta